Adónde nos llevará la generación "millennial". Barbara J. Risman

Adónde nos llevará la generación


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de manera natural. Lo irónico de la situación es que estas sólidas prácticas de socialización consiguen que su producto final aparezca como libre elección de los individuos por una vida tradicional de género. Sin embargo, la presión social para ajustarse a los estereotipos, que es el proceso de socialización en sí mismo, constituye una forma de coerción lenta y sutil, así como de reproducción social de la desigualdad. Las primeras investigaciones feministas mostraron que la socialización femenina perjudica a las niñas (Lever, 1974), aunque incluso en la propia investigación se valoraban los rasgos masculinos por encima de los femeninos. Investigaciones más recientes (Martin, 1998; Kane, 2006; 2012) también estudian las formas en las que se interioriza el género. Martin (1998) ilustra cómo los cuerpos de los niños y las niñas se ven moldeados por las prácticas de los centros de preescolar. La investigación de Kane (2012) sobre la crianza de los hijos demuestra que, si bien para muchos padres es importante que sus hijos no tengan estereotipos de género, la mayoría de estos padres ponen límites a la libertad de sus hijos para proclamar su feminidad. La implicación de esta investigación sociológica, bastante diferente a la investigación psicológica discutida anteriormente, es la preocupación por cómo se produce el género a través de la interacción con los niños. La sociología centra su atención en cómo influyen las creencias estereotipadas en el desempeño de género apropiado y también en cómo los y las menores muestran determinadas conductas para evitar el estigma. Los niños y las niñas aprenden a ser responsables de desarrollar comportamientos adecuados de género. La similitud entre esta investigación sociológica y los estudios psicológicos reside en el supuesto de que al menos una de las claves para cambiar la desigualdad de género reside en centrarse en la formación de una nueva generación más libre.

      Lopata y Thorne (1978) publicaron un artículo pionero convertido en referente en el que argumentaban que la sociología estaba ignorando las implicaciones problemáticas de usar la palabra rol en la formulación «rol de sexo o de género». La palabra en sí misma implica una complementariedad funcional entre las vidas masculinas y femeninas. La propia retórica del «rol» nos obliga a pensar en un conjunto de relaciones utilitariamente complementarias, pero vaciadas de las cuestiones de poder y privilegio. ¿Se nos ocurriría utilizar el lenguaje de los «roles raciales» para explicar la desigualdad entre blancos y negros en la sociedad estadounidense? También existen otros problemas con la retórica de los roles. El lenguaje del «rol sexual» presupone una estabilidad de comportamiento que se espera de mujeres y hombres, ya sea en el hogar o en el trabajo, ya sean jóvenes o mayores, de cualquier grupo racial o étnico (véanse Connell, 1987; Ferree, 1990; Lorber, 1994; Risman, 1998; 2004). ¿Cabe esperar que una abogada que se muestra audaz y agresiva en la sala del tribunal se comporte del mismo modo en la guardería o incluso en su casa? La revisión exhaustiva de Lorber (1994) sobre la investigación de género en el siglo XX demostró la inexistencia de un único rol para mujeres y hombres, ni siquiera en la sociedad estadounidense.

      En sociología ya casi no se hace referencia a los roles de género. Kimmel (2008: 106) resume la postura contemporánea más extendida cuando afirma que «la teoría de los roles de género enfatiza en exceso la primera infancia como momento decisivo en el que se produce la socialización de género». Actualmente la sociología estudia el género más allá de los seres socializados. Cada vez que leo un artículo de una revista de sociología que utiliza el lenguaje de los roles sexuales o de género, me pregunto inmediatamente si el autor o autora está al día en el tema. En los trabajos de mi alumnado (y en los manuscritos que reviso) siempre tacho el lenguaje de los «roles» y sugiero un concepto más matizado y preciso. Mi esperanza es que nadie que lea este libro vuelva a cometer este error. No es que el concepto sociológico de «rol social» sea en sí mismo un problema, lo es la presunción de que existe un único «rol de género» en la sociedad estadounidense o en cualquier otra. No se espera que las mujeres se comporten de la misma manera como madres que como esposas, y menos aún como madres que como abogadas. Esto no significa que no existan expectativas de género en el mundo de la abogacía; de hecho, cuando las mujeres se comportan de un modo tan agresivo como lo hacen los hombres, les es más fácil ser aceptadas como buenas profesionales y, al mismo tiempo, se espera que esas mismas mujeres se comporten más contundentemente como abogadas que como madres o esposas. Las expectativas de género se dan para todos los roles sociales, pero no existe un «rol de género» que se aplique a las mujeres o a los hombres per se, ni ciertamente que opere para las mujeres y los hombres de diferentes razas, etnias y clases.

      Desde los inicios de la segunda ola del feminismo, las mujeres de color han teorizado el género como algo más que una característica de la personalidad, poniendo el acento en cómo la masculinidad, la feminidad y las relaciones de género varían según las comunidades étnicas y las fronteras nacionales. Por ejemplo, Patricia Hill Collins (1990), Kimberlé Crenshaw (1989), Deborah King (1988) y Audre Lorde (1984) entienden el género como un eje de opresión que se interrelaciona con otros ejes de opresión, entre los que se incluyen la raza, la sexualidad, la nacionalidad, la capacidad, la religión y otros muchos. Las feministas de color cuestionan aquellas investigaciones y teorías que sitúan a las mujeres blancas de Occidente como «sujeto femenino universal», así como las teorías sobre la raza por situar a los hombres de color como el «sujeto racial universal». Nakano Glenn (1999: 3) describe esta situación así: «… las [m]ujeres de color fueron apartadas de ambas narrativas, invisibilizadas tanto como sujetos raciales, como sujetos de género». Del mismo modo, Mohanty (2003) critica a las feministas de la academia por presuponer, demasiado a menudo, que las mujeres del mundo occidental blanco representan a todas las mujeres y no integrar una perspectiva global en sus teorías.

      Aunque las académicas han denominado la experiencia –y últimamente también la teoría– de ser oprimidas de distintas maneras y a través de múltiples dimensiones mediante diferentes términos (por ejemplo, interseccionalidad, womanismo, feminismo multirracial, etc.), comparten el objetivo de poner el foco de atención en cómo las ventajas o desventajas asociadas a la pertenencia a un grupo, en relación con el género, la raza, la sexualidad, la clase, la nacionalidad y la edad, deben entenderse en su totalidad y no de manera acotada, como si se tratara de esferas distintas de la vida (Collins, 1990; Crenshaw, 1989; Harris, 1990; Mohanty, 1990; Glenn, 2003; Nakano Glenn, 1999). En Black Feminist Thought, Patricia Hill Collins (2000: 16) se basa en los primeros trabajos sobre la interseccionalidad (por ejemplo, Crenshaw, 1989; Lorde, 1984) para hablar de la «matriz de dominación» como un concepto que busca entender «cómo […] se organiza realmente el cruce de opresiones» que oprime a los individuos marginados. Hill Collins va más allá del reconocimiento de la multiplicidad de ejes de opresión y nos desafía a comprender cómo, según el lugar en el que se vean posicionados los individuos en la matriz de dominación, serán oprimidos de manera diferente. En un artículo reciente, Wilkins (2012) ilustra cómo aplicar esta propuesta en una investigación con estudiantado universitario. Su estudio muestra cómo las estudiantes universitarias afroamericanas construyen relatos identitarios que las hacen aparecer como mujeres negras fuertes e independientes, creando límites entre ellas y los hombres y mujeres blancos. Las implicaciones que ha supuesto la crítica de la perspectiva interseccional para la teoría de los roles de género han llevado a los estudios de sexo y género a prestar atención al contexto social y a preocuparse por la desigualdad racial. La investigación en este campo ya no puede abordarse como el análisis de las «diferencias sexuales», puesto que a menudo las diferencias no justifican la desigualdad, y la desigualdad no existe solo entre mujeres y hombres, sino también como resultado de una variedad de dimensiones transversales, como la raza, la etnia, la sexualidad y los estados-nación.

      A medida que en sociología comenzábamos a estudiar el género y la desigualdad, nos situamos en aquellas perspectivas que se centraban en el contexto social y nos dimos cuenta de que contábamos con poca evidencia que ayudara a entender el género más allá del rasgo psicológico. De esta manera, la sociología desarrolló varias propuestas teóricas, algunas previas a otras. Aquellos y aquellas que se interesaron por la interacción social


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