Adónde nos llevará la generación "millennial". Barbara J. Risman
sobre si debemos volver a centrar la atención en las creencias culturales en materia de género es objeto de un acalorado debate. Rojek y Turner (2000) argumentan que el giro cultural en la sociología es meramente «ornamental» y constituye una distracción para el estudio de la desigualdad. Puedo identificar un retorno a los «juegos de herramientas» y significados disponibles para hacer género –y para deshacerlo– tan útil en la tarea de entender el género como lo es la estructura social, que remite a la desigualdad, un tema al que pronto nos referiremos. En sociología, la teoría de género ha sido profundamente influenciada por el giro cultural, por la perspectiva de la interseccionalidad y, más recientemente, por la teoría queer. Mientras que la sociología ha ofrecido estas propuestas alternativas para entender el género, los estudios feministas interdisciplinares y queer también han ofrecido las suyas.
Haciendo queer la teoría de género
Las cuestiones sobre cómo se racializan los patrones de género, cómo varían según la nacionalidad, la sexualidad y la etnia, y cómo estos se experimentan culturalmente son ahora de interés central para la sociología de género. La teoría queer nos lleva un paso más allá del análisis interseccional. Aunque la sexualidad ha estado vinculada a la desigualdad de género desde el comienzo mismo de la segunda ola de teorías feministas (MacKinnon, 1982; Rich, 1980), la teoría queer va más allá al plantear que la sexualidad «es central para nuestra propia conceptualización del género». Butler (1990) sostiene que la «matriz heterosexual» y la heteronormatividad están inextricablemente entrelazadas con la desigualdad de género.
La heterosexualidad presupone que hay, y solo puede haber, dos géneros, y que «deberían» ser opuestos y atraídos el uno por el otro. Crawley et al. (2007) muestran cómo los cuerpos son generizados a través de los procesos sociales involucrados en la conversión del sexo biológico en género y bajo la presunción de que la normalidad requiere que los géneros opuestos se deseen mutuamente. Schilt y Westbrook (2009) mejoran nuestra comprensión sobre la heteronormatividad al examinar lo que sucede cuando las personas trans quiebran la supuesta consistencia entre sexo, género y sexualidad. En la sociedad estadounidense contemporánea, las personas transgénero presentan «genitales culturales» que les permiten «transitar» para ser aceptadas en sus lugares de trabajo. En la esfera pública, el «doing gender» se convierte en lo que entendemos por «sexo». De hecho, los hombres transgénero pueden beneficiarse del privilegio masculino en sus lugares de trabajo después de su transición (Schilt, 2011). Pero cuando las personas transgénero se encuentran en un ambiente más sexualizado o incluso privado, como un baño, a menudo se produce violencia y acoso.
De hecho, las mujeres trans a menudo son asesinadas en encuentros íntimos. Schilt y Westbrook (2009) sostienen que estas diferentes reacciones ante las personas transgénero muestran cómo el género y la (hetero)sexualidad están interrelacionados. Afirman que la desigualdad de género se basa en la presunción de dos y solo dos sexos opuestos, identificados únicamente por la biología. Sugieren lo siguiente:
Este sistema de sexo/género/sexualidad se basa en la creencia de que el comportamiento de género, la identidad sexual (hetero) y los roles sociales fluyen naturalmente desde el sexo biológico, creando atracción entre dos personalidades opuestas. Esta creencia mantiene la desigualdad de género ya que no se puede esperar que los «opuestos» –cuerpos, prácticas sexuales, sexos– cumplan los mismos roles sociales y, por lo tanto, puedan recibir los mismos recursos (2009: 459).
Westbrook y Schilt (2014) van más allá al sugerir que hay dos procesos simultáneos involucrados en la construcción del género, uno «haciendo género» y otro «determinando el género». Sostienen que la definición del género se hace tanto en la interacción como a través de la política social y la legislación. En la sociedad contemporánea se suelen aceptar las reivindicaciones en torno a la identidad de género en los espacios públicos, pero cuando se afirma que un género no es consistente con el sexo biológico atribuido al nacer, a menudo se producen «temores públicos» y se invoca el criterio biológico. Estas «facturas de baño»,7 que exigen a las personas transgénero que usen el baño que prescribe su partida de nacimiento, son ejemplos del miedo que genera la definición del género en espacios privados. El argumento teórico de Westbrook y Schilt es que tales temores son necesarios para reafirmar públicamente un binarismo, para promover públicamente la creencia de que las diferencias biológicas de sexo constituyen la distinción primaria entre mujeres y hombres, y que esta distinción legitima la retórica de la protección de las mujeres, aunque en realidad fomente su subordinación. Es como si estas sociólogas, cuyos escritos son anteriores, hubieran pronosticado los proyectos de ley sobre el uso de los baños aprobados en 2016 por la ciudad de Houston y los estados de Mississippi y Carolina del Norte. El pánico relacionado con los lugares privados muestra la continua necesidad de prestar atención a cómo se entrelazan el género y la sexualidad.
Pascoe (2007) profundiza en la reflexión sobre el vínculo necesario entre la sexualidad y los estudios de género en su investigación sobre la masculinidad en la enseñanza secundaria. La autora se centra en cómo la sexualidad actúa como principio organizador de la vida social que ayuda a construir el significado mismo de la masculinidad. Ella define la sexualidad no solo como actos eróticos o incluso como identidad, sino también como significados públicos asociados al género. Por ejemplo, mientras que la heterosexualidad implica deseo sexual y una identidad heterosexual, también confiere todo tipo de derechos de ciudadanía e implica la erotización de la dominación masculina y la sumisión femenina. Los chicos adolescentes reclaman públicamente su poder romántico sobre las chicas, algo que estos necesariamente desarrollarán después. Incluso en estos tiempos, las mujeres deben esperar a que los hombres se declaren, y este acto de espera para ser elegidas es el marcador en sí mismo de la dependencia y la subordinación femenina (Robnett y Leaper, 2013).
La teoría queer desestabiliza la supuesta naturalidad de las categorías de género y sexualidad (Seidman, 1996; Warner, 1993) y aporta un marco a los estudios de género que se centra en cómo las prácticas sociales producen las categorías que damos por sentadas, hombre y mujer, femenino y masculino, gay y heterosexual. Como escribe Pascoe (2007: 11), «la teoría queer enfatiza las múltiples identidades y la diversidad en general. En lugar de crear conocimiento sobre las categorías de identidad sexual, las teorías queer buscan averiguar cómo se crean, sostienen y deshacen esas categorías». Esta nueva sensibilidad respecto a la construcción de categorías nos lleva a la posibilidad implícita de deconstruirlas. Y esta posibilidad de ir más allá de las categorías, más allá del género en sí mismo, será fundamental para mis conclusiones sobre hacia dónde debemos dirigirnos en la búsqueda de la igualdad de género.
TEORÍAS INTEGRADORAS
Existen varias propuestas para comprender el género: aquellas que se focalizan en cómo somos socializadas las personas e internalizamos los rasgos específicos de género y aquellas que explican cómo el género está definido por las expectativas de los demás, ya sea en los encuentros cara a cara en una misma habitación ya sea por estereotipos culturales. Nos hemos centrado en la propuesta alternativa sobre el poder del orden social estructural y las creencias culturales frente al poder de los estereotipos y de la socialización en la construcción de yoes de género. A finales del siglo pasado, Browne y England (1997) propusieron que se dejase de pensar en estas explicaciones en términos de «una cosa o la otra». Argumentaban de manera convincente que toda teoría presupone algún proceso mediante el cual las opresiones se interiorizan y se convierten en parte del yo. Y toda teoría sobre el yo requiere una comprensión de la organización social. Las teorías sobre el género no son «una u otra», sino deben ser, utilizando una frase acuñada por Collins (1998), «ambas y». Las teorías integradoras que se discuten a continuación son todas, de algún modo, multidisciplinares, y si bien se centran en el género como sistema de estratificación, incluyen la preocupación por el modo mediante el que la opresión se interioriza y forma parte de una misma. En un escrito reciente, England (2016) retoma este tema, recordándonos que el poder de la desigualdad está socialmente estructurado para entrar en nosotras, y por lo tanto puede convertirse en opresión internalizada. Estudiar los efectos de la opresión internalizada en los individuos no es negar la estructura social, o «culpar a la víctima», sino reconocer el poder de la