Adónde nos llevará la generación "millennial". Barbara J. Risman
del género como sistema de estratificación que existe más allá de las características individuales (por ejemplo, Connell, 1987; Lorber, 1994; Martin, 2004; Risman, 1998; 2004) y que varía según otros ejes de desigualdad (por ejemplo, Collins, 1990; Crenshaw, 1989; Ingraham, 1994; Mohanty, 2003; Nakano Glenn, 1992; 1999). Entender el género como sistema de estratificación lleva a explicitar que este no es solo una cuestión de diferencia, sino también de distribución del poder, la propiedad y el prestigio. La mayoría de las científicas y los científicos sociales adoptaron la definición de género no solo en tanto que rasgo de personalidad, sino como un sistema social que restringe y promueve el comportamiento a través de patrones e implica desigualdad. Discuto brevemente varios de estos marcos teóricos multidimensionales (por ejemplo, Connell, 1987; Lorber, 1994; Martin, 2004; Risman, 2004; Rubin, 1975) antes de presentar el mío propio, que entiende el género como estructura social, y de aplicarlo para ayudarnos a entender cómo opera el género en las vidas de las y los jóvenes millennials de hoy en día.
No es nuevo apostar por una aproximación multidimensional al género. En su ensayo de 1975, Gayle Rubin argumentaba que la desigualdad sexual constituía un tipo de opresión económico-política que denominó el sistema sexo/género. R. W. Connell (1987: 13) llevó esta idea más lejos en su libro Gender and Power con el argumento de que se debía «pensar el género como característica de las colectividades, las instituciones y los procesos históricos». La autora puso el acento en considerar el género como proceso y no tanto como una entidad estática. Connell propone que cada sociedad cuenta con un orden de género compuesto por regímenes de género, con relaciones de género que son distintas en cada institución social, con lo que el régimen de género en un contexto laboral puede ser más o menos sexista que un ré gimen de género en las familias heterosexuales. Connell sugiere que en cada régimen de género se pueden distinguir tres ámbitos: trabajo, poder y cathexis. De la propuesta de la autora se desprende una idea muy relevante y útil: los regímenes de género que se hallan en una misma sociedad pueden ser complementarios, aunque no siempre lo son, y la inconsistencia entre ellos puede convertirse en el lugar en el que emerjan «las tendencias a la crisis» y donde, por lo tanto, el cambio social sea más probable.
Lorber (1994) utiliza el lenguaje de la institución social para desarrollar una teoría integradora sobre género. La autora subraya la desigualdad entre hombres y mujeres en cada aspecto de la vida, desde el trabajo doméstico, hasta la vida familiar, pasando por la religión, la cultura y los puestos de trabajo. Concluye que el género, en tanto que institución históricamente establecida, ha creado y perpetuado las diferencias entre hombres y mujeres con el objetivo de justificar la desigualdad. Aunque Lorber (1994; 2005) presenta el género como una institución social, confía en que se pueda superar. Respondiendo a su desafío de superar las desigualdades de género, me he basado en su trabajo con el objetivo de eliminarlas (Lorber, 1994: 294). La igualdad de género solo puede darse cuando todos los individuos tienen garantizado el acceso a los recursos de valor y, de acuerdo con Lorber, cuando la sociedad se «des-generiza».
Una de las mayores virtudes de las teorías integradoras multidimensionales es que nos alejan de las disputas entre teorías de la ciencia. En el modelo científico tradicional del siglo XX, la comprobación de una teoría pasa por la refutación de otra; en ese caso hay teorías ganadoras y perdedoras. El mundo de la ciencia se presta a ello porque el hecho de estar entre los/as ganadores/as implica un ascenso en la carrera, pero ello no quiere decir que se aprenda más sobre la temática concreta. De hecho, si lo que queremos es comprender mejor una sociedad que cambia constantemente, debemos superar este tipo de ciencia. Necesitamos encontrar respuestas complejas para preguntas complicadas, advirtiendo que estudiamos procesos, no productos, dado que el mundo social está constantemente reinventándose a sí mismo. Nuestros análisis han de tener un impacto en el mundo que estudiamos, por lo menos eso es a lo que aspiramos en tanto que científicas sociales feministas.
Mi trabajo añade cemento a la pared construida por todas esas investigadoras que me precedieron. Tengo el privilegio de alzarme sobre los hombros de gigantas, aquella primera generación de académicas feministas que hicieron posible el estudio del género y aquellas que las sucedieron y que pusieron los pilares para que yo los usara en mi propuesta integradora multidisciplinar de género. En este capítulo he dado un rápido repaso a las innumerables teorías utilizadas para entender la desigualdad de género. Veréis que mi teoría trata principalmente de ensamblar partes que otras concibieron. Le he dedicado mucho tiempo a la teorización y la investigación de las teorías predecesoras porque me remito a ellas en gran medida, pero también me distancio de ellas con mi propia propuesta.
Entiendo el género en tanto que estructura social articulada a través de procesos sociales que se dan a nivel individual, interactivo y macrosocial; reconozco explícitamente que cada nivel es igualmente relevante y que el mundo en el que habitamos se asemeja a un juego de dominó en el que cuando una pieza cae puede hacer caer las siguientes. Mi hipótesis reside en considerar que se da una causalidad dinámica y repetitiva entre los yoes individuales, las expectativas interactivas y la ideología cultural y la organización social a nivel macro. Modifica una de las partes y prepárate para comprobar las consecuencias de ese cambio. Hasta ahora, he trazado la historia sobre el modo como, hacia finales del siglo XX, las teóricas feministas comenzaron a ir más allá del debate sobre si el género se entendía mejor como un yo interiorizado o como una opresión externa limitadora, y comenzaron a desarrollar teorías que encapsulaban lo que Collins (1990) describe como una teoría de la ciencia «ambas y», teorías multidimensionales que abordan el género como sistema de estratificación sexual y no meramente como una característica psicológica del individuo (Butler, 2004; Connell, 1987; Ferree y Hall, 1996; Lorber, 1994; Martin, 2004; Risman, 2004). En adelante entrelazaré las aportaciones anteriores a mi conceptualización del género como estructura social. He estado escribiendo sobre ello durante casi dos décadas, pero en este libro reviso el marco teórico distinguiendo los elementos materiales y los culturales.
Me refiero al género en tanto que estructura social con la intención de hacer patente que resulta tan sistemático como lo es lo político o lo económico; sin embargo, aunque el lenguaje de la estructura responde a mi propósito, no es el ideal, puesto que, a pesar del uso común que hacemos de él en el discurso sociológico, no contamos con una definición de estructura ampliamente compartida. Se podría argumentar que el término lingüístico estructura sugiere causalidad desde lo macro a lo micro. Si eso es así, tengo la intención de matizar esa definición. Utilizo la palabra estructura en lugar de sistema, institución o régimen para situar el género como elemento central de la organización de una sociedad, como la estructura económica o la estructura política. Todas las definiciones de estructura comparten la presunción de que las estructuras sociales existen más allá de los deseos o motivos individuales y explican, al menos parcialmente, las acciones humanas (Smelser, 1988). En este sentido, casi toda la sociología es estructuralista. Más allá de estas premisas, el consenso desaparece. Blau (1977) focaliza su atención concretamente en cómo las constricciones de la vida colectiva se imponen a los individuos. En su influyente trabajo, Blau y sus colegas (por ejemplo, ibíd.; Rytina et al., 1988) argumentaban que el concepto de estructura se trivializa si se sitúa en el interior de la mente del sujeto en forma de normas y valores internalizados. El foco priorizado de Blau en las limitaciones que la vida colectiva impone a los individuos nos lleva a pensar que, bajo esta mirada, la estructura debe ser conceptualizada como una fuerza que se opone a la motivación individual. Esta definición de estructura impone un dualismo claro entre estructura y acción, entendiendo la primera como constricción y la segunda como elección.
La constricción es, por supuesto, una de las funciones importantes de la estructura, pero si nos centramos solo en la estructura en tanto que constricción, minimizamos la importancia de lo estructural. No solo se coarta a las mujeres y a los hombres para que asuman roles sociales diferenciados, sino que a menudo ellos y ellas también eligen sus itinerarios de género dentro de las posibilidades proyectadas y estructuradas socialmente. England (2016) muestra cómo funciona esto para las mujeres con bajos ingresos. La pobreza reduce directamente su acceso a la movilidad ascendente y a los medios para controlar su propia fertilidad; pero la estructura social, la pobreza por sí sola, no determina sus preferencias sexuales. La estructura social también se internaliza.