Adónde nos llevará la generación "millennial". Barbara J. Risman

Adónde nos llevará la generación


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nace sabiendo que el pintalabios y los tacones son signos de feminidad. De hecho, los tacones fueron concebidos para hombres de la élite y las pinturas faciales raramente se han restringido a los cuerpos de las mujeres a lo largo de la historia o en las diferentes culturas. Sin embargo, hoy en día, los tacones y el pintalabios a menudo forman parte de la transición a la feminidad; lo vemos en la transformación de las niñas a mujeres y en las mujeres transexuales en su transición hacia una presentación reconociblemente femenina de sí mismas. La feminidad puede ser construida socialmente, pero el deseo de las personas de adoptar el género o de rechazarlo es real. La lección importante que nos ha ofrecido la literatura científica del siglo XX no es que la estructura social resulta insuficiente para determinar las decisiones individuales, sino que ni la forma de nuestros cuerpos ni los efectos de la socialización infantil pueden explicar la estratificación de género.

      No podemos dar por concluida la discusión sobre el nivel individual de análisis de la estructura de género sin prestar más atención tanto al papel de la libre elección, como al de la agencia.9 Aunque los individuos toman decisiones, no son puramente libres. Si la agencia se definiera simplemente como libre albedrío, se ignoraría el papel restrictivo del contexto social, de las normas y del poder. Los individuos están profundamente moldeados por la estructura de género que existe antes de que nazcan y antes de que ellos mismos la pongan en práctica, pero, sin embargo, si la agencia humana no existiera, el cambio social no sería posible. Utilizo la definición de Ahearn (2001: 112) de agencia como «la capacidad de actuar mediada socioculturalmente». Las estructuras de género están en continuo cambio, al igual que todas las estructuras sociales, y los individuos, solos o en colectividades, reaccionan a ellas y las transforman. Las personas tratan de tomar las mejores decisiones que pueden dentro de las limitaciones a las que se enfrentan. La agencia debe ser conceptualizada como lo suficientemente amplia como para incorporar tanto la resistencia, como la reproducción de la vida social. Aunque la atención de Foucault (1978) a la omnipresencia del poder opresivo es importante para el pensamiento feminista, me parece más útil centrarnos en una teoría de la práctica como la de Giddens (1984) para explicar la siempre cambiante construcción social de la realidad (Berger y Luckmann, 1966). Necesitamos ocuparnos no solo de los significados que las personas dan, sino también de cómo y cuándo la estructura moldea el comportamiento y cuándo las opciones humanas remodelan la estructura de género en sí misma. ¿Qué ayuda a explicar el cambio?

      Ahearn (2001) sugiere que el contacto intercultural contribuye a menudo a la acción reflexiva, lo que permite que el cambio sea posible. El cosmopolitismo abre un abanico más amplio de opciones a las imaginadas. Un hecho indiscutible es que las estructuras sociales cambian con el tiempo, incluyendo las estructuras de género. Mi objetivo como investigadora feminista es comprender ese cómo y ese porqué con la finalidad de que se pueda estimular y apoyar ese cambio que nos libere a todas de las constricciones de género. Connell (1987) afirma que se dan «tendencias a la crisis», lo que permite que se produzcan grietas en la base de la estructura de género cuando los niveles de esta son inconsistentes. Un ejemplo de tal grieta se da cuando se requiere que los comportamientos se adapten a nuevas circunstancias, pero las creencias se mantienen estáticas. Por ejemplo, cuando tanto hombres como mujeres son progenitores empleados que participan en el mercado laboral mientras sus hijos e hijas son menores, pero los estereotipos siguen anticipando que sean las madres las cuidadoras principales y, por lo tanto, se conviertan en empleadas ineficaces. Existe una discrepancia entre las expectativas de las mujeres respecto a la igualdad en el trabajo y sus experiencias con las diferencias salariales y los prejuicios de género. Esta tendencia a las crisis se está dando ahora mismo. Las circunstancias cambian, pero las creencias de género se ralentizan. ¿Qué es lo que está pasando? Podríamos experimentar un éxodo laboral de madres jóvenes, empujadas por unos salarios reducidos, unos horarios de trabajo rígidos y unos maridos sexistas. O puede ser que las millennials vuelvan a ponerse la capa del feminismo y se trate, esta vez, de una ola interseccional del feminismo que se adentre más en la raíz del problema, en la propia estructura de género.

      ¿Necesitan las millennials superar sus identidades de género para impulsar la revolución de género? Aunque esta cuestión es de carácter empírico y nos referiremos a ella en el siguiente capítulo, es importante señalar que los géneros no se establecen de manera concreta en la infancia, sino que experimentan una elaboración continua (Kondo, 1990). Ilustraré esta idea con unos pocos ejemplos. Jones (2009) muestra cómo las jóvenes negras que viven en los barrios pobres y violentos de Filadelfia aprenden el patrón cultural que vincula la feminidad con su apariencia, incluyendo el cabello liso y el tono de piel claro; sin embargo, a medida que envejecen, llegan a comprender que para sobrevivir tienen que ser fuertes y, a veces, lo hacen convirtiéndose en «luchadoras» físicas. Estas chicas se encuentran con, y luego llegan a encarnar, feminidades racializadas que son complicadas, complejas, inconsistentes y que evolucionan con el tiempo. Mi propia investigación ha demostrado que se anima a las niñas de secundaria a competir académicamente con los niños y que a menudo creen que viven en un mundo posfeminista en el que pueden ser lo que deseen (Risman y Seale, 2010), pero en la pubertad se ven interpeladas a revisar su concepción sobre sí mismas y preocuparse por parecer guapas para evitar la estigmatización, por lo que, a pesar de tener éxito en clase o en los deportes, comienzan a usar complementos. Lo que otros esperan de nosotros importa, por lo que ahora pasamos al nivel de análisis interactivo.

      Nivel de análisis interactivo. Las expectativas interactivas que orientan cada momento de la vida son de género; los estereotipos culturales que cada una de nosotras afronta en cada encuentro social son diferentes en función de nuestra supuesta categoría de género. Los procesos más relevantes de la estructura de género en el plano interactivo son los culturales. La cultura conforma las expectativas de las demás con las que nos encontramos en nuestra vida cotidiana. Tanto las expectativas del «doing gender», como las expectativas de estatus a las que nos enfrentamos estarían relacionadas directamente con el nivel de la interacción. Como West y Zimmerman (1987) sugirieron, «hacemos género» para satisfacer las expectativas de interacción de quienes nos rodean. Ridgeway y sus colegas (Ridgeway, 1991; 2001; 2011; Ridgeway y Correll, 2004) muestran cómo son de poderosos los procesos por los cuales las expectativas de estatus se vinculan con las categorías de género (y raza) y se vuelven transsituacionales. En una sociedad sexista y racista se espera que las mujeres y todas las personas de color ejerzan menos responsabilidades que los hombres blancos, a menos que cuenten con algún elemento de prestigio o autoridad validada externamente. Se espera que las mujeres sean más empáticas y afectuosas, y que los hombres sean más eficaces y demuestren más iniciativa. Correll (2004) también demuestra que los estereotipos cognitivos sobre el género pueden afectar a las opciones que tienen las mujeres, dado que se evalúan sus capacidades respecto a estos estereotipos culturales. Tales expectativas de estatus constituyen uno de los motores que reproducen la desigualdad incluso en situaciones nuevas en las que no se esperaría que emergieran los privilegios masculino o blanco. Las expectativas marcadas por el estatus crean un sesgo cognitivo que lleva a privilegiar a los hombres con la agencia y a esperar que las mujeres los cuiden (Ridgeway, 2011). Este tipo de sesgo cognitivo ayuda a explicar la reproducción de la desigualdad de género en la vida cotidiana. Los estereotipos que perduran más en torno al género son los que se encuentran en los ejes que distribuyen la agencia para los hombres y la crianza para las mujeres.

      Asumimos las normas de género; tanto si decidimos satisfacer esas expectativas como si decidimos rechazarlas, las expectativas existen. Hollander (2013) ha demostrado la naturaleza compleja del proceso de rendición de cuentas. En su análisis, esta comienza con la orientación del individuo hacia la categoría de género (en mis términos: a nivel individual). Hacemos género porque estamos en riesgo de que nuestro comportamiento sea evaluado negativamente, pero para saber cómo actuar debemos tener un conocimiento a priori de qué comportamiento es apropiado y cuál no lo es. Ese conocimiento ha sido aprendido con la finalidad de que el comportamiento pueda ocurrir instantáneamente, sin reflexión, por lo que la rendición de cuentas, incluso en el plano individual, se encuentra vinculada a las instituciones porque las creencias que dictaminan la conformidad o el rechazo a la propia categoría de género son ideologías culturales compartidas. Pero esto es solo el comienzo de la rendición de cuentas. Todas las personas evaluamos nuestro propio comportamiento, así


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