La mirada neandertal. Valentín Villaverde Bonilla
realidad no existe nada semejante al Arte. Sólo hay artistas. Antaño eran hombres que cogieron un puñado de polvos de colores y garabatearon las formas de un bisonte sobre las paredes de una caverna… No hay problema en que llamemos a estas actividades arte siempre y cuando tengamos presente que esa palabra puede querer decir cosas diferentes en épocas y lugares diferentes y seamos conscientes de que el Arte con mayúscula no existe. El Arte con mayúscula se ha convertido en una especie de espantajo o de fetiche.
A pesar de que hay quienes han considerado esta afirmación de manera crítica, al apuntar que tan problemático como el término arte lo es el de artista, que se arropa en el principio de creatividad individual surgida de la Ilustración (Shiner, 2014), lo que Gombrich nos dice es que no se puede abordar la definición del arte desde un planteamiento esencialista; es decir, que existen tantos sentidos ligados a la palabra como situaciones históricas y culturales contemplemos. Según Gombrich, somos nosotros los que podemos decidir qué denominamos o no «arte», y él personalmente opta por proponer «definiciones de izquierda a derecha», idea que toma de Popper y que implica, simplemente, explicitar qué es lo que se considera arte en cada ocasión. Lo importante es darse cuenta de que la noción de arte está determinada culturalmente, y que lo realmente significativo es que a partir de un determinado momento se produjo la creación de imágenes en las que la forma fue tan importante como su función comunicadora (Gombrich y Eribon, 2010).
En los últimos decenios se ha debatido intensamente sobre la pertinencia de denominar «arte» a las imágenes visuales estudiadas por prehistoriadores o antropólogos. Sin embargo, justo es reconocer que hoy día ese debate ha perdido vigencia como consecuencia del amplio uso de este término por los especialistas de estas disciplinas. Se trata, tal y como han propuesto Mendoza-Straffon (2014) o Lorblanchet (2017) al referirse al arte paleolítico, de adoptar un concepto tan amplio de «arte» que permita incluir todas las prácticas de arte visual a lo largo del tiempo y del espacio, un concepto no limitado por nuestra forma de entender el arte, asociado a la belleza o la originalidad. En los mismos términos, van Damme y Zijlmans consideran que el término arte puede usarse como un término paraguas que permita captar de manera concisa la propensión universal a transformar los medios visuales para atraer la atención de los espectadores, a través de la forma, el color y la línea, así como a través de los temas, significados y emociones que pueden comunicar o provocar esos estímulos.
Si nos centramos en el arte visual paleolítico, nuestra capacidad para apreciar la forma y el componente estético de las imágenes hace que en ocasiones no solo las consideremos desde una perspectiva artística, sino que pensemos que somos capaces de llegar a su significado. No obstante, como se defenderá en los siguientes apartados, el arte está culturalmente determinado, lo que obliga a que nuestro acercamiento a estas obras deba ser escrupuloso a la hora de no atribuirles funciones o significados de los que estamos muy alejados en términos históricos, sociales e ideológicos. Al acercarnos al arte prehistórico o a las artes de las sociedades simples no occidentales, debemos separar la apreciación estética de la función comunicativa del arte, a menos que tengamos un adecuado conocimiento de la significación, algo que solo ocurre en el campo de la antropología si se dispone de información oral. Y en el sentido contrario, los especialistas en arte paleolítico también se sienten incómodos cuando, desde un enfoque propio de la historia del arte, se emplean nociones tales como la belleza o el placer (Lorblanchet y Bahn, 2017).
En realidad, es posible distinguir diferentes enfoques en los estudios arqueológicos del arte paleolítico. Desde los que parten de la idea de que el arte se asocia a una cualidad universal de la psique humana, que permite que sea entendido en los mismos términos allá donde exista o se observe, es decir que constituye una expresión atemporal de la sensibilidad humana que es posible comprender en términos formales e incluso de significación; a los que asumen que la significación queda fuera del alcance de sus posibilidades de conocimiento y se centran en valorar la forma, caracterizar el contexto social de producción e intentar perfilar su función cultural. Por otra parte, el estudio de la función no tiene otra finalidad que establecer para qué, para quién y en qué contextos pudo haber sido significativa una imagen. Tarea a la que se llega en la arqueología prehistórica a través del estudio detallado del contexto de uso y abandono de las imágenes, y desde la consideración de que las relaciones sociales se reflejan en la cultura material. Es decir, es necesario relacionar el arte visual con las «comunidades de práctica», término con el que M. Conkey (2009) se refiere al proceso de aprendizaje y ejecución propio de las sociedades simples. Y no está de más señalar que no siempre es algo posible de hacer.
EL ARTE Y LA ANTROPOLOGÍA
Pero a la hora de avanzar en este tema, lo mejor es valorar cómo se entiende el arte en la antropología, cuyo objeto de estudio remite en la mayoría de las ocasiones a contextos tribales o a sociedades simples, más cercanos en términos socioeconómicos a los de los autores del arte paleolítico.
Aunque en los trabajos iniciales dedicados a este tema se utilizaba el término arte primitivo para referirse al de las sociedades no occidentales (el ejemplo más relevante puede encontrarse en la influyente obra de F. Boas Primitive art), lo cierto es que este término ha sido desechado en la actualidad, tanto por su implicación de origen, en el sentido de arte primigenio, como por su connotación de fosilización. El empleo anterior de ese término en los contextos evolucionistas lineales de finales del siglo XIX e inicios del XX ha dado paso a otro menos condicionado cronológicamente y más atento a la caracterización de los contextos sociales y económicos de su producción y uso. Así, el «Arte de las sociedades simples» incluye tanto a las sociedades cazadoras-recolectoras como a las productoras de alimentos, pero siempre con sistemas sociales de pequeña escala. Aquellos grupos que cubren sus necesidades, según Anderson, con tecnologías relativamente simples tienen poblaciones reducidas en número y densidad, y su especialización política, económica y social es también baja.
Durante un cierto tiempo, la antropología prestó poca atención a las trayectorias históricas de los objetos u obras de arte estudiadas, como si estuvieran fuera de las dinámicas de cambio cultural, y descuidó el estudio de los contextos sociales de su producción, remitiendo el estudio de los objetos o representaciones artísticas a un genérico sistema cultural coherente y ajeno a los procesos de cambio. Para subsanar estas deficiencias, se insiste en la idea del arte como práctica, como algo que forma parte de la cultura y que se enseña y aprende en un contexto social determinado.
La mayor parte de los antropólogos coinciden en la dificultad de establecer un límite entre lo que es y no es arte, y piensan que en este problema no solo interviene la moda y la ideología, sino la doble intención que acompaña a la producción artística, su función estética y su función comunicadora. Y mientras la primera se centra en la forma y su estudio, la segunda se detiene en la información que toda producción artística lleva asociada en las sociedades simples.
Un elemento fundamental de la definición de arte en este tipo de sociedades es el estilo. Se trata del rasgo que facilita la comprensión de la obra por el grupo al que va dirigida, porque los rasgos formales suelen ser polivalentes y su significado suele depender de los contextos en los que se emplean los objetos. El estilo, en un sentido amplio, no solo incluye la forma, sino también la imagen representada, pues en ella se concreta la función comunicadora, de eminente carácter social.
Son numerosos los antropólogos que insisten en la ambigüedad de las formas y la importancia del contexto de producción y uso en la interpretación de las artes plásticas (Layton, 1991). Existen numerosos ejemplos de interpretaciones erróneas al considerar exclusivamente la forma, precisamente porque se realizan de espaldas al contexto social y cultural de su producción. Un ejemplo de este problema nos lo proporciona la interpretación de unas esculturas de los Lega, un grupo del África central, que representan a mujeres de vientre abultado. Se trata de un tema oportuno de tratar en este trabajo por la implicación que puede tener en la interpretación de las conocidas «Venus paleolíticas», unas esculturas que han suscitado una importante atención y diversidad de teorías sobre su significación desde su descubrimiento (desde diosas de la fertilidad a deidades de carácter apotropaico, genios