La protohistoria en la península Ibérica. Группа авторов
del alfabeto neopúnico y de ciertos tipos monetales (cabeza de Melkart-Hércules, atunes, delfines) en estos talleres se ha interpretado como una expresión de la integración económica de estas ciudades en un circuito liderado por Gades, basado, en lo que se refiere a las cecas del grupo asidonense, en la explotación de minas de sal gema y de arroyos salados para suministrar sal a la «industria» de salazones, y, en el de la Baeturia túrdula, en el aprovechamiento de los recursos mineros de la zona.
Sobre cronología: criterios de periodización
En la historia de la colonización fenicia de Iberia está firmemente asentada la secuencia cronológica tripartita que establece un periodo «fenicio» o arcaico de la colonización (siglos VIII-VI a.C.), que se ha ido ensanchando en antigüedad hasta el siglo IX a.C. por nuevos hallazgos y dataciones absolutas (incluso se ha propuesto una fase previa de precolonización en los siglos XI-X a.C.), una etapa «púnica» (siglos V-III a.C.), y una tercera fase «tardopúnica» o «neopúnica» (siglos II-I a.C.), ya bajo la administración romana.
Esta división temporal es fruto de un proceso historiográfico alambicado de siglos y de tradiciones cruzadas que tiene como ingredientes, por un lado, la noción biologicista de surgimiento, auge y decadencia de las culturas; por otro, el paradigma invasionista que entiende los cambios culturales como consecuencias de la sustitución de unas poblaciones por otras; en tercer lugar, la exportación de experiencias históricas centro-mediterráneas a Iberia; y, por último, la búsqueda de hitos históricos que permitan establecer cesuras o fases en un periodo prolongado de tiempo. Estos hitos han sido, tradicionalmente, la conquista de Tiro por Nabuconodosor II en 572 a.C. y el inicio de la ocupación romana de Hispania en 206 a.C. El primero contribuiría definitivamente a deshacer los lazos entre la metrópoli y las colonias, momento que sería aprovechado por Cartago para sustituir a Tiro en el dominio de las antiguas colonias fenicias del Mediterráneo central y occidental, y repoblarlas con libiofenicios, de ahí que la fase «púnica» sea considerada equívocamente como sinónimo de fase «cartaginesa».
En ocasiones también se ha contemplado una fase corta entre el segundo y el tercer periodo, la de la conquista cartaginesa de los Barca (237-206 a.C.), para algunos un hito más dentro del periodo púnico protagonizado por la omnipresencia cartaginesa, mientras que para otros constituye una fase diferente, decisiva, de la evolución de estas poblaciones.
Este esquema cronológico recibió también la sanción de los estudios arqueológicos enmarcados en el historicismo cultural, siempre atento a que cualquier mutación en el registro arqueológico constituyese la evidencia de un cambio cultural provocado por la sustitución de una población por otra. Los tradicionales fósiles-guía, las estructuras y ajuares funerarios y la cerámica, sirvieron para constatar esta transición entre la colonización fenicia y la cartaginesa, pues en todas las necrópolis se advertían transformaciones en el ritual de enterramiento desde la cremación, característica de los fenicios, a la inhumación, costumbre funeraria atribuida a los cartagineses. Paralelamente, la evolución de las vajillas cerámicas, a partir de un repertorio fenicio en el que predominaba la diversidad de formas, la bicromía y el engobe rojo, hacia el elenco vascular monótono y monócromo de época púnica, de manera casi sincrónica en el Mediterráneo central y occidental, contribuyó, a pesar de las particularidades locales, a atribuir estos fenómenos a la actuación cartaginesa.
Esta secuencia definida con tales criterios no tiene hoy vigencia, aunque se siga contemplando como periodización útil, cuando ya nadie duda de la continuidad demográfica y cultural de las comunidades fenicias, independientemente de la influencia ejercida sobre ellas por Cartago o por Roma, que lógicamente habrá que definir y calibrar. Es preciso construir la historia de estas comunidades desde su propio devenir y a través de la información vernácula, y no mediante el recurso a la historia de terceros. Por tanto, la periodización sigue siendo válida mientras esté acreditada por unas transformaciones estructurales simbolizadas, primeramente, por la transición de una sociedad colonial a otra poscolonial y por la conformación de ciudades-estados independientes; y, en segundo término, por la integración a fines del siglo III a.C. de estos microestados en dos formaciones estatales en plena expansión territorial, primero Cartago y después Roma.
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