La protohistoria en la península Ibérica. Группа авторов

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a Iberia durante la Segunda Guerra Púnica y asentadas en zonas poco habitadas de Lusitania.

      Los libiofenicios son, como su nombre indica, originarios de África, pero su identidad étnica no está bien definida en los textos griegos y latinos. Diodoro (XX, 55, 4) y Livio (XXI, 22; XXV, 4) señalaban que eran una mezcla de púnicos y africanos, y que tenían lazos de epigamia con los cartagineses (Diod. XX, 55, 4), es decir, que podían celebrar matrimonios mixtos. Polibio (VII, 9, 3), testigo y colaborador de la destrucción de Cartago en 146 a.C., refiere que eran dependientes de Cartago y que se regían por las mismas leyes. Autores posteriores, como Estrabón (XVII, 3, 19), Plinio (V, 24) y Ptolomeo (IV, 3, 6), los identifican con poblaciones establecidas en diversas regiones, entre el litoral y las montañas de Getulia, o al sur de Cartago, en la región de Buzakitis o Byzacium, respectivamente.

      Hay, sin embargo, noticias sobre la política colonizadora con libiofenicios de Cartago: Aristóteles (Pol. II, 11, 1273b, 19), en el siglo IV a.C., informaba de que el estado cartaginés, mediante el asentamiento de libiofenicios en sus posesiones, pretendía aliviar la presión demográfica y las confrontaciones sociales; también, según consta en el periplo de Hanón (1, GGM I, 1), un controvertido texto griego de época helenística, el estado cartaginés envió con Hanón 60 barcos (pentecónteras) y unos 30.000 hombres y mujeres para repoblar el litoral entre la Columna de Heracles africana (Abila) y la ciudad fenicia de Lixus.

      Lógicamente ni en uno ni en otro texto se hace mención alguna a Iberia, pero los espurios testimonios de Pseudo-Escimno y Avieno ofrecen la oportunidad de hacer partícipe a la península de esta política colonizadora. Una revisión de estos y de otros textos permitirá cerciorarnos de que se trata de una ficción. En primer lugar, los libiofenicios aparecen en otras dos ocasiones relacionados con Iberia, pero en su contexto original, es decir, durante la Segunda Guerra Púnica, dentro de la política anibálica de deportaciones y de traslados de tropas para evitar revueltas, manteniendo como rehenes a grupos socialmente significativos de uno y otro lado del Estrecho. Polibio (III, 33, 14-16) y Livio (XXI, 22, 2-3) aportan unas cifras similares, con variaciones poco significativas, de los contingentes multiétnicos de mercenarios trasladados de África y de otras partes del Mediterráneo occidental a la península, entre ellos 450 libiofenicios y africanos, reputados jinetes, una proporción ciertamente minoritaria en comparación con los 1.800 númidas y 11.800 infantes africanos, y más cercana a los 300 ilergetes, procedentes del nordeste de Iberia, y a los 500 baleares.

      En segundo lugar, los mapas étnicos que aportan Pseudo-Escimno y Avieno no son el fruto de investigaciones o especulaciones geoetnográficas, ni de situaciones pasadas ni lógicamente del contexto coetáneo a sus respectivas fechas de redacción. Ambas obras tienen en común elementos formales y contextuales, como su inclusión en obras versificadas que adoptan en apariencia la estructura de un periplo, aunque los cambios de dirección en el recorrido y los repetidos excursos, entre otros criterios, impiden considerarlos como tales, y sí como poemas eruditos con fines pedagógicos y anticuaristas. A pesar de que ambas son fuentes tardías para los contextos que presumiblemente describen, la antigüedad atribuida a las noticias se basan única y exclusivamente en las supuestas fuentes de Pseudo-Escimno (Éforo) y de Avieno (periplo massaliota arcaico de autor anónimo), aunque en ninguno de los dos casos se reprodujo una cartografía verosímil, trufada con numerosas adulteraciones, si la contrastamos con las informaciones de Hecateo, Heródoro, Teopompo y Polibio.

      La Orbis Descriptio de Pseudo-Escimno (ca. 90 a.C.) es un manual versificado en griego destinado a los escolares y carece de entidad como obra periegética o geográfica. Por ejemplo, la confusión en la dirección del recorrido hace situar la ciudad de Tarteso (un dato en sí de época romana) al este de Cádiz, y ubicar a orillas del mar Sardo, de oeste a este, a libiofenicios, «colonos de Cartago», tartesios, íberos, bébrices, ligies (ligures), seguidos de las colonias massaliotas de Emporion y Rodhe. Tartesios, íberos y ligures, aunque distribuidos arbitrariamente, son pueblos presentes en otras ordenaciones étnicas, pero los bébrices constituyen un ethnos mítico de Bitinia (norte de Asia Menor, a orillas del mar Negro) que aparece en la historia de los Argonautas.

      Como señalábamos más arriba, para dotar de mayor antigüedad a la colonización libiofenicia en el litoral andaluz se ha recurrido a la supuesta fuente de la Orbis Descriptio, a Éforo de Cumas (siglo IV a.C.), sin advertir que esto redunda en el descrédito del propio texto, pues Éforo carecía de conocimientos sobre la realidad geoetnográfica de la península, y mostraba una evidente tendencia a la idealización propia de la escuela isocrática, utilizando los poemas homéricos como fuente de inspiración (por ejemplo, reproduce el mítico nombre de Eritea dado a Gades, en Plin., Nat. IV, 120). Además incurrió en errores conceptuales de bulto, como la idea de que los celtas poblaban todo el Extremo Occidente, dejando reducidos a los íberos al perímetro de una ciudad. En realidad, Éforo era un historiador de cultura libresca y reprodujo la idea extendida en su época de que la tierra era un paralelogramo cuyos extremos estaban habitados por pueblos bárbaros, celtas e indios, a oeste y este, y al norte y al sur, escitas y etíopes.

      El de Avieno (Or. Mar., 419-424) es un caso similar por cuanto la atribución de una cronología arcaica (siglo VI a.C.) a una colonización libiofenicia en Iberia se debe exclusivamente a la supuesta fuente utilizada por el autor, casi mil años después de su hipotética redacción. En esta ocasión los «feroces» libiofenicios habitarían junto al río Criso, acompañados de tartesios, cilbicenos y masienos, en una composición que tiene evidentes rasgos arcaicos, pero no debidos a la utilización de un periplo-base massaliota como siempre se ha sostenido, sino a la mezcla indiscriminada de noticias antiguas y contemporáneas, con el rasgo común del gusto por lo arcaizante. En esta amalgama confusa de datos de diversas épocas y orígenes, un número importante de topónimos e hidrónimos son de origen griego arcaico, de la época de las colonizaciones milesia y focea, de manera que se aprecia en el poema un fenómeno curioso de repetición de topónimos gemelos localizados en el ámbito del mar Negro (Prepóntide, Helesponto, Bitinia), en el golfo de León y en la península Ibérica.

      La Ora Maritima es, por tanto, un poema didáctico y erudito de breve extensión y escaso valor literario, apreciable como fuente de datos, algunos muy antiguos, pero no puede ser considerado un periplo por sus características compositivas, ajenas al género periplográfico, ni por las numerosas extrapolaciones y excursos de diversas épocas. Por el contrario, se integra perfectamente en el momento histórico de Avieno, el renacimiento constantino-teodosiano o renovatio imperii, un movimiento intelectual que pretendía la vuelta a las fuentes clásicas, revitalizando géneros y formas literarias ya caducas.

      En el ámbito de la investigación histórico-arqueológica, el hecho más significativo en el estudio de los libiofenicios en Iberia, quizá haya sido la identificación por Zobel de Zangróniz en 1863 como libiofenicias de un conjunto de cecas del sur peninsular. No hay que perder de vista que en el siglo XIX y durante buena parte del XX, las fuentes literarias «clásicas» (en el sentido de canónicas) eran consideradas la única fuente de autoridad, y en pleno auge de la arqueología filológica, la cultura material tenía como objetivo confirmar y complementar aquello que los textos apuntaban. La prueba de la existencia de libiofenicios la halló Zobel en ciertos talleres monetales (Arsa, Asido, Bailo, Iptuci, Lascuta, Oba, Turrirecina y Vesci) que tenían en común el uso de un alfabeto neopúnico no normalizado, motivo por el que fueron segregadas artificialmente del resto de las cecas púnicas y neopúnicas. Suponemos que en este juego de atribuciones intervino también la identificación del río Criso (donde se asentaban los libiofenicios de Avieno) con el río Guadiaro, en la provincia de Cádiz, en un área geográfica cercana a donde se situaba la mayoría de las cecas.

      Sin embargo, los estudios epigráficos, lingüísticos y arqueológicos han desmentido cualquier relación de estas cecas con una colonización libiofenicia, y las reintegra en el contexto de las acuñaciones púnicas y neopúnicas de la Ulterior, aunque, dada la localización de estos talleres en zonas más alejadas de la costa, y la fecha de las acuñaciones, entre la segunda mitad del siglo II y mediados del I a.C., se advierten síntomas de escasa normalización debidos precisamente a su aislamiento. Lógicamente, la destrucción de Cartago en 146 a.C. tuvo como consecuencia una descentralización lingüística que dio lugar a varias formas de escritura neopúnica, fenómeno que se advierte en estas cecas


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