La protohistoria en la península Ibérica. Группа авторов
una definición de marcado carácter funcional que no refleja la realidad que estos edificios representan, pues ni todos hacen gala de un marcado carácter político como residencia de un personaje aristócrata, ni su estructura es la propia de un edificio eminentemente defensivo; tan sólo se conoce la muralla de Cancho Roano, donde no olvidemos que únicamente se construyó su lienzo oriental flanqueado por bastiones de claro carácter simbólico, nunca defensivo. Así, para la caracterización social de este nuevo territorio de Tarteso, y en función de la información que disponemos actualmente, podemos considerar estos edificios como residencias de personajes encargados del control de un espacio agrícola concreto, desde donde se comercializarían una serie de productos de forma directa. Esta novedosa estrategia de poblamiento no impide la existencia de un gran centro que actuaría como garante y protector de estos edificios, en caso de necesidad, pero parece que la base sobre la que se cimentaría este nuevo sistema radicaría en un orden comunitario que velaría por el buen funcionamiento de las transacciones comerciales a través de una red de intercambios protagonizada por estos grandes edificios.
La fuerte tradición cultural que presentan las regiones del interior muy vinculadas al comercio y los intercambios con el Atlántico es la que le aporta a esta región una fuerte personalidad, siendo también la responsable del sistema socioeconómico que impera en este territorio tras la crisis de Tarteso, donde los grandes edificios bajo túmulo representan su principal peculiaridad. No obstante, todavía queda mucho por conocer de estas grandes construcciones que dominan las fértiles tierras de cultivo de la vega del Guadiana, cimentadas, en buena medida, sobre un sustrato indígena cuyas raíces deben hundirse en las jefaturas de aquellos guerreros representados en las estelas, que cambiaron el modelo de explotación del territorio de la ganadería a la agricultura extensiva.
En definitiva, entre los siglos VI y V a.C. se creará en el entorno del Guadiana Medio un auténtico paisaje cultural caracterizado por la explotación de la tierra y el control de las vías de comunicación que daban paso al Tajo y a la Meseta. Ese paisaje estará definido por un sustrato cultural de raíz genuinamente tartésica que, sin embargo, gozará de una fuerte personalidad que hace que el Guadiana deba ser estudiado de manera independiente a pesar de los fuertes lazos que le unen a Tarteso.
Conclusión
En conclusión, hoy en día podemos estudiar Tarteso desde un punto de vista geográfico, filológico o arqueológico, ambivalencia que, en ocasiones, ha llevado a la construcción de una imagen difusa de esta cultura. Así, desde el punto de vista geográfico, Tarteso se ha considerado una región rica en metales conocida a través de las fuentes griegas; mientras que desde el punto de vista filológico nos resulta desconocido el origen del término, aunque es posible que ya sus habitantes se autodenominaran con un vocablo semejante con anterioridad a la llegada de la colonización.
Sin embargo, es desde el punto de vista arqueológico desde el que podemos abordar mejor su definición. Se podría considerar Tarteso como el resultado de la hibridación entre la población indígena y las gentes llegadas del Mediterráneo insertas en el marco de la colonización, donde destaca el sustrato fenicio. Aunque parezca una formación cultural cerrada, la dificultad que entraña conocer qué es realmente Tarteso deriva de la variedad cultural indígena. El sustrato cultural de las sociedades locales del Bronce Final difiere en cada una de las regiones geográficas que conforman el sudoeste peninsular, territorio donde se produce el desarrollo de Tarteso; y de ahí derivan precisamente las marcadas diferencias que existen entre los principales valles fluviales por donde se asienta su cultura –el Guadalquivir, el Guadiana y el Tajo–, por lo que debemos abordar su estudio atendiendo a la personalidad de cada región.
A la dificultad para comprender Tarteso se suman las diferentes definiciones que ha recibido a lo largo de décadas de investigación. Si en origen Tarteso fue imaginada sólo como una ciudad, a partir de mediados del siglo XX se consideraba como una cultura indígena dominante en el sudoeste peninsular cuando llegaron los colonizadores fenicios, cultura a la que se la dotó de un repertorio material que pudiera representarla, cerámicas, metales y yacimientos que, durante décadas hemos malinterpretado culturalmente. Los últimos avances en la arqueología de campo, ya sea la relectura del yacimiento de El Carambolo, punto de partida de aquel Tarteso indígena, o, especialmente, los nuevos estudios del territorio, han permitido avanzar sensiblemente en el conocimiento sobre la formación y desarrollo de esta cultura que, obviamente, ya no podemos comprender sin atender tanto a los factores indígenas como a los que enraizaron en el sur peninsular como consecuencia de las colonizaciones mediterráneas.
LAS COMUNIDADES PÚNICAS DE IBERIA
Eduardo Ferrer Albelda
Introducción: un acercamiento historiográfico al tema
Durante mucho tiempo, y prácticamente hasta los años ochenta del siglo XX, la historia de las comunidades púnicas de Iberia ha sido escrita, paradójicamente, con el bagaje histórico de otra ciudad de origen fenicio aunque ubicada en el norte de África: Cartago. Las razones no por obvias merecen ser señaladas: durante siglos las fuentes de información han sido únicamente los testimonios escritos griegos y latinos, que vinculaban estas poblaciones, directa o indirectamente, con Cartago, como seguidamente veremos; y tan sólo en los últimos cien años, el registro arqueológico se ha integrado en el discurso histórico, aunque habitualmente con un papel subsidiario.
A su vez, la historia de Cartago se ha ido construyendo sobre los relatos supervivientes del naufragio de la literatura grecolatina durante la Antigüedad Tardía y la Edad Media. Era una imagen creada desde una óptica no vernácula, de testigos ajenos étnica y culturalmente a la civilización fenicia, lo cual no significa que el estereotipo creado fuera necesariamente negativo y que el tono fuera siempre tendencioso, pues disponemos de testimonios de una valoración positiva, precisamente de algunos contemporáneos a la existencia de Cartago, como Aristóteles (Pol. II 11, 1272b-1273a), admirador de la constitución cartaginesa como ejemplo de equilibrio, comparable a la espartana y a la cretense.
Sin embargo, una vez destruida la ciudad (146 a.C.), ciertos autores griegos y latinos como Polibio, Diodoro de Sicilia, Tito Livio o Apiano, contribuyeron a ofrecer una imagen muy negativa de Cartago como estado bárbaro, enemigo de la civilización, enfrentado en diversas ocasiones a Grecia, sobre todo en Sicilia, donde la propaganda siracusana había ejercido un papel decisivo, y contra Roma, autoproclamada defensora de la civilización, heredera de la cultura griega y enemiga la barbarie. Ya en el siglo V a.C. se había establecido como no casual la coincidencia en el tiempo entre la batalla de Hímera, en Sicilia, y las guerras médicas (480 a.C.), un eslabón más de este enfrentamiento entre el orden y el caos, en una secuencia que se remontaría a la legendaria Guerra de Troya. Desde el siglo III a.C. este secular combate incumbiría a Roma, enfrentada a celtas, itálicos y cartagineses, forjándose una cadena artificial de episodios en esta sempiterna pugna entre civilización y barbarie.
La cosecha de esta literatura antipúnica dio como frutos la creación de una serie de tópicos culturales, étnicos e incluso raciales, que han perdurado hasta nuestros días: raza de comerciantes oportunistas, dedicados a la rapiña y a la piratería, impíos, crueles, sanguinarios. En la Antigüedad Tardía, como se aprecia en la obra de Paulo Orosio, se canonizó esta visión, posteriormente heredada por los autores medievales y modernos. No obstante, esta percepción general está llena de matices, y no todos compartieron la misma visión, ni todos los cartagineses gozaron de tan mala reputación, pues el genio militar de los generales de la familia Barca los exoneró de una consideración tan nefasta.
La figura de Aníbal ocupa un lugar singular y ambivalente en esta galería ya que siempre ha sido considerado uno de los grandes personajes de la historia universal. Por ejemplo, si nos remontamos a la Edad Media, Dante Alighieri (1265-1321) mencionó a Aníbal en los cantos del Infierno y el Paraíso, como antagonista de Roma, y en ninguno de los dos brilló el general cartaginés por sus virtudes. En la Divina Comedia, Dante curiosamente identifica a los cartagineses con los árabes, en alusión directa al enfrentamiento contemporáneo entre cristianos y musulmanes. Por su parte, Petrarca (1304-1374) legó una imagen distante, pasiva, de un Aníbal engañado y abandonado por la fortuna, frente a la existencia virtuosa de Escipión. El enfrentamiento entre la virtud de Escipión y la incapacidad de Aníbal será un tema