La protohistoria en la península Ibérica. Группа авторов

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en la cuenca del Tajo, aunque la orientación económica de ambos territorios será muy distinta, pues mientras el Guadiana centra sus intereses en las explotaciones agrícolas, el Tajo mantuvo una economía basada en la ganadería y la minería con poblados en altura desde los que ejercer un excelente control territorial. Así mismo, estas regiones del interior debieron mantener la estructura social de épocas anteriores a pesar de los avances económicos, como así ha quedado evidenciado en algunas zonas del valle del Guadiana, donde el sistema de ocupación del Bronce Final se vuelve a reproducir sin que se detecten grandes variaciones en la transición entre ambos periodos. Ello nos lleva a plantear la existencia de un modelo social lo suficientemente consolidado como para mantener los mecanismos de control e intercambio con el núcleo de Tarteso sin alterar la esencia cultural, deudora del Bronce Final atlántico.

      De ese modo, a partir del siglo VI a.C. comienza a detectarse en las tierras del interior un cambio radical de estrategia que se inicia con la ocupación de las áreas agrícolas próximas a los valles fluviales en detrimento de las regiones de pastos anteriormente ocupadas. En este marco, se asiste a la fundación de nuevos enclaves localizados en altura, caso del Cerro del Tamborrio (Villanueva de la Serena, Badajoz), recientemente excavado, cuya localización geográfica en la confluencia entre los ríos Guadiana y Zújar le confiere una ubicación inmejorable desde la que controlar tanto el paso de ambos cursos fluviales como las extensas tierras de vega que lo rodean. Se trata de un poblado amurallado, de unas 5 hectáreas de extensión aproximadamente, dotado de una acrópolis que certifica su importancia territorial y cuya fundación se fecha entre finales del siglo VII e inicios del VI a.C. Su estratigrafía ha dejado entrever la existencia de un primer momento de abandono marcado por un nivel de incendio a finales del siglo V o principios del siglo IV a.C. que viene a coincidir con el ocultamiento de los conocidos como edificios tartésicos ocultos bajo túmulo. Tras su abandono y destrucción se detecta un momento de ocupación durante la Segunda Edad del Hierro (o Hierro II) hasta su paulatino abandono, sin niveles traumáticos, a finales del siglo III a.C.

      Tradicionalmente, ha sido Medellín la que ha encabezado el modelo de ocupación de todo este territorio, convirtiéndose así en un referente para el estudio de la colonización tartésica del Guadiana a partir del siglo VII a.C. Este modelo contempla la existencia de un proceso de colonización que, iniciado en el valle del Guadalquivir, culminaría con el control del valle medio del Guadiana y la costa atlántica de Portugal por parte de la población tartésica, una hipótesis que se vería refrendada por la aparición de topónimos acabados en -ipo o por la distribución de las urnas tipo Cruz del Negro en las necrópolis de sendos territorios. Sin embargo, hoy en día resulta muy complicado sostener la existencia de dicho proceso colonial, del mismo modo que muy difícil considerar a Medellín como el centro o capital de este territorio, equiparándolo a los grandes núcleos que existieron en el foco de Tarteso, y menos aún identificarla con la Conisturgis de las fuentes clásicas, seguramente ubicada en el sur de Portugal. A día de hoy, no disponemos de evidencias constructivas en el denominado cerro del Castillo de Medellín, donde tradicionalmente se ha querido ubicar un oppidum de la Primera Edad del Hierro que, a pesar de las intensas excavaciones realizadas en el cerro incluso en la actualidad, no ha sido posible documentar; por lo tanto, la elección de Medellín como lugar central de Tarteso en el interior deriva más bien de su asociación con la famosa necrópolis junto al Guadiana, así como por tratarse de una pequeña elevación situada junto a un vado del río.

      A este mismo grupo de enclaves tartésicos del interior junto al Guadiana se han sumado otros sitios como la Alcazaba de Badajoz, Dipo (Guadajira, Badajoz) o Lacimurgi (Navalvillar de Pela, Badajoz), considerados todos ellos puntos estratégicos de primer orden al estar localizados en una elevación junto a uno de los vados del Guadiana, ubicación desde la que podrían ejercer un efectivo control de un extenso territorio en el que se han localizado diversos asentamientos agrícolas, caso del Palomar (Olivar de Mérida, Badajoz) o Cerro Manzanillo (Villar de Rena, Badajoz), este último de menor entidad. Pero lamentablemente, las evidencias de trazado urbano en estos presuntos asentamientos en alto son escasas e incluso inexistentes, lo que impide caracterizarlos como modelos de poblamiento en época tartésica. Por lo tanto, tan solo contamos con el yacimiento de Tamborrío como ejemplo de asentamiento en alto, muy cerca de la necrópolis de Medellín, y con potentes murallas, la más antigua fechada en el siglo VII a.C.

      Pero si por algo destaca este nuevo modelo de ocupación territorial es por la aparición de una serie de edificios que jalonan el paso del río Guadiana y algunos de sus principales afluentes. Se trata de grandes construcciones, normalmente aisladas en el paisaje, encargadas de controlar las tierras agrícolamente más ricas, rodeadas de pequeñas aldeas o granjas que se encargarían de la explotación de las mismas. Esta nueva etapa debió estar protagonizada por gentes procedentes del núcleo de Tarteso a partir, sobre todo, de la crisis que afectó a su núcleo geográfico; es decir, a partir del siglo VI a.C. Pero aunque el modelo importado está claramente inspirado en la cultura tartésica, también es cierto que presenta una serie de particularismos propios de las regiones del interior que prevalecerá hasta los inicios del siglo IV a.C., momento en el que se fecha su decadencia y la inauguración de una nueva etapa liderada por los castros localizados en altura que predominarán en este territorio hasta la conquista romana.

      Los «túmulos tartésicos del Guadiana» son grandes edificios aislados en el paisaje y ocultados intencionadamente bajo tierra tras su destrucción, por lo que hoy se nos presentan como pequeñas elevaciones que despuntan en un paisaje completamente llano como resultado de la adaptación de este territorio a las actividades de regadío en los años cincuenta del pasado siglo. Los diferentes trabajos de prospección desarrollados a lo largo del cauce medio del Guadiana han permitido clasificar casi una veintena de estos túmulos, aunque sólo dos de ellos, Cancho Roano y la Mata, han sido excavados en su totalidad y de forma sistemática, lo que permite contar con dos excepcionales ejemplos para el estudio y caracterización de este fenómeno (fig. 32). A ellos se suman las excavaciones que desde el año 2008 se desarrollan en el Cerro Borreguero (Zalamea de la Serena, Badajoz), donde se ha localizado una gran cabaña de forma circular fechada en el siglo X a.C. sobre la que se organizaron dos edificios sucesivos de planta cuadrangular de los inicios de la Edad del Hierro. Cerro Borreguero fue abandonado hacia principios del siglo VI, considerándose así como el antecedente de Cancho Roano, a tan sólo 3 kilómetros de distancia y cuyo primer santuario fue construido precisamente en esas fechas, lo que lo convierte en un ejemplo excepcional para conocer el proceso evolutivo de las construcciones del Bronce Final hasta la adopción del patrón cuadrangular desarrollado en Tarteso. Por último, actualmente se están llevando a cabo trabajos arqueológicos en otro de estos túmulos, «Casas del Turuñuelo» (Guareña, Badajoz), cuyo tamaño y estado de conservación supera con creces al resto de los ejemplos hasta ahora conocidos y tiene perspectivas de convertirse en un yacimiento fundamental para entender la funcionalidad de estos edificios.

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      Fig. 32. Localización de los poblamientos tartésicos del valle medio del Guadiana.

      El carácter hermético de estos edificios, el haber quedado protegidos de las inclemencias del tiempo y del saqueo de épocas posteriores gracias a su cobertura de tierra, ha permitido que lleguen hasta nosotros en un excelente estado de conservación, lo que los convierte en un excepcional ejemplo para el estudio de la arquitectura y la sociedad tartésica. Se trata de grandes construcciones de marcada influencia oriental, como así nos transmiten sus plantas cuadrangulares y su orientación hacía la salida del sol naciente. A medida que vamos alcanzando un mayor conocimiento de estas grandes construcciones de adobe, nos vamos dando cuenta de la diversidad de su funcionalidad, así como de su contemporaneidad.

      Estos edificios han sido también definidos como «complejos monumentales», definición que puede distorsionar su verdadera función y estructura, pues un complejo hace alusión a la existencia de un conjunto de edificios o instalaciones destinadas a la realización de una actividad común; sin embargo, las construcciones conocidas hasta la fecha muestran la existencia de un único edificio, conformado por distintos ambientes, pero dentro de una estructura arquitectónica única, perfectamente delimitada y homogénea; hasta el punto de que en las inmediaciones de estas construcciones no se han detectado


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