Calypso. David Sedaris
298-d79c-5a77-acf6-650b88b4cf94">
Todos deseamos llegar a viejos, y todos negamos
que hayamos llegado. Esto lo decía Quevedo antes de
conocer a la perrita Blackie, que se sentía vieja
(y muy feliz de serlo) desde que tenía 3 años.
Índice
Toda una serie de asuntos que me han ido deprimiendo en los últimos tiempos
Ya que estás ahí arriba, échale un vistazo a mi próstata
DAVID SEDARIS (Nueva York, 1956). Escritor y humorista de loca y muy precisa atención al detalle. Creció junto a su madre, su padre y sus cinco hermanos en la zona suburbana de Raleigh (Carolina del Norte) y ha escrito ensayos autobiográficos contando su vida con ellas y sus posteriores andanzas en Chicago, Londres, Normandía y otros lugares. Ha publicado diez antologías reuniendo sus numerosos textos y un volumen con una selección de páginas de sus diarios de entre 1977 y 2002. Calypso, este libro que tienes ahora entre las manos, es su obra más reciente. En su juventud pasó unas Navidades trabajando disfrazado de elfo de Papá Noel en los grandes almacenes Macy’s de Nueva York y aquello todavía no se le va de la cabeza. En la actualidad vive en el condado de West Sussex (Inglaterra) junto al pintor Hugh Hamrick —su pareja desde hace casi treinta años—, un erizo llamado Galveston y dos ranas: Lane y Courtney. Hace frío, pero están todos bien.
Título original: Calypso
Diseño de colección: Setanta
© diseño de cubierta por cortesía de Peter Mendelsund|Hachette Book Group, Inc.
© de la fotografía del autor: Ingrid Christie
© del texto: David Sedaris, 2018
© de la traducción: Jorge de Cascante, 2019
© de la edición: Blackie Books S.L.U.
Calle Església, 4-10
08024 Barcelona
Maquetación: Newcomlab
Primera edición: noviembre de 2021
ISBN: 978-84-18733-60-4
Todos los derechos están reservados.
Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación sin el permiso expreso de los titulares del copyright.
Para Joan Lacey.
Mis queridos invitados
Por mucho que exista una industria entera que se mantiene gracias a afirmar lo contrario, lamento deciros que hay muy pocas alegrías asociadas a la mediana edad. La única ventaja que le veo es que, con algo de suerte, puedes llegar a tener una habitación para invitados. Algunas personas la consiguen cuando sus hijos abandonan el nido, y otros señores más o menos maduros, como yo, la consiguen al comprar una casa más grande. «Seguidme», les digo siempre a quienes vienen a casa de visita. La habitación a la que los llevo no acaba de ser acondicionada y limpiada a fondo para poder alojarlos. No hace las veces de oficina ni de trastero: no. Solo tiene una función. Al amueblarla elegí una cama en vez de un sofá-cama, y en una de las paredes, como si viviéramos en un hotel, coloqué un estante para dejar el equipaje. Aunque la característica estrella de la habitación es que tiene su propio baño.
«Si prefieres ducha en vez de bañera puedes quedarte en el piso de arriba, en la otra habitación para invitados —digo—. Allí también hay un estante para que dejes las maletas.» Oigo estas palabras salir de mi boquita de marioneta y siento escalofríos de pura satisfacción. La satisfacción de la mediana edad. Mi pelo está gris del todo y empieza a clarear, sí, muy bien, vale. Tengo el pene tan dado de sí que siempre que me lo guardo después de mear sigo meando un poquito más dentro de mis calzoncillos. Correcto. Pero tengo dos habitaciones de invitados.
Si vives en Europa, la consecuencia