Tristes por diseño. Geert Lovink

Tristes por diseño - Geert  Lovink


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vida mejor. Al protestar, no son «los condenados de la Tierra» los que se están rebelando porque no tienen nada más que perder, sino la clase media estancada y los «jóvenes profesionales urbanos» que se enfrentan a una precariedad permanente.

      Lo que algunos ven como un alivio es experimentado por muchos como frustración, e incluso odio. El Otro en línea ya no puede ser clasificado como un «amigo». «Si la gente en el mundo exterior le asusta, la gente en Internet le aterrorizará», es una advertencia general que se aplica a todos los sitios. La conciencia sobre los trolls nunca ha sido tan alta. Incapaces de escapar y condenados a permanecer en línea, nuestro encuentro existencial con el troll parece inevitable. Los usuarios están bajo la amenaza de un colapso socioeconómico y, una vez pobres, están sujetos a la economía del posdinero, en la que solo circulan entidades imaginarias. Una vez que han sido dados de baja, estar en línea es su último refugio.

      ¿Qué sucede si la economía actual de Internet de lo gratuito es el escenario futuro predeterminado para el 99 %? Esta es la parte intrigante de la filosofía Hazlo Tú Mismo de Kobek, que él presenta como una ciencia ficción del presente. ¿Qué sucederá cuando la concentración de poder y dinero en manos de unos pocos se vuelva irreversible y abandonemos toda esperanza de una redistribución de ingresos? Para Kobek, este ya es el caso. El dinero tradicional ha fracasado, reemplazado por la microfama de los influencers, «la última moneda válida del mundo», que es incluso más susceptible a las oscilaciones que el dinero. «El dinero tradicional había dejado de ser un intercambio de humillación por comida y refugio. El dinero tradicional se había convertido en el equivalente de un mundo de fantasía».

      Kobek se describe a sí mismo como un defensor de la «mala novela» en contraste con la ficción literaria de la Guerra Fría patrocinada por la CIA llamada «buena novela» –una categoría que continúa existiendo en la obra de Jonathan Franzen, «quien escribió sobre personas del Medio Oeste de los Estados Unidos que no tienen mucha eumelanina en sus epidermis». Las novelas malas se definen aquí como historias que «imitan a la red de computadoras en su obsesión con los medios de comunicación basura, en su presentación irrelevante e irregular de contenido», historias llenas de personajes que tienen un «profundo afecto por la literatura juvenil», como Heinlein, Tolkien y Rand. Todo esto te hace preguntarte en qué categoría podría encajar la actualización de Dave Eggers de 1984, The Circle. ¿Puede esta historia sobre la economía predictiva, impuesta por una fusión ficticia de Google y Facebook, ser clasificada como mala novela original en esta categoría? ¿Qué sucede cuando ya no somos capaces de distinguir entre utopía y distopía?

      Para Kobek, la fama e Internet son dispositivos para despojarnos de agencia. La promesa de la fama engaña a las personas con imágenes de éxito grotesco. Mientras crean en sus sueños, todo el mundo es un artista y una celebridad, emulando a ejemplos como Beyoncé y Rihanna, que son inspiraciones en lugar de buitres. Tales casos de celebridades mostraron «cómo las personas impotentes mostraron sus súplicas ante sus amos». Los fans son compañeros de viaje en un viaje por la vida; no son consumidores que compran un producto o servicio. Según Kobek, «los pobres están condenados a Internet, un recurso maravilloso para ver televisión de mierda y experimentar angustia por los salarios de otras personas». Construido por «hombres sin sentido», Internet no invoca más que basura y odio, dejando a los pobres con las manos vacías, sin nada que vender. Los pobres hacen dinero para Facebook, nunca será al revés.

      El estilo de Kobek se ha comparado con el de Houellebecq debido a la dureza de sus personajes. Deambulamos por el ambiente cínico de las startups de la Bahía de San Francisco donde manifestantes «lanzan piedras al bus de Google», pero Kobek se niega a llevarnos dentro. Esta es la perspectiva de los marginados y los desesperados, una perspectiva que al menos promete algunas ideas reales. Se nos hace notorio el imaginario colectivo desértico de la clase geek, esa mezcla de Hacker News, Reddit, 4chan, juegos y porno. A diferencia de una novela de ciberpunk, no ingresamos al ciberespacio, no nos enchufamos y nos deslizamos por los perfiles que fluyen a través de Instagram. No se trata de una «ilusión del fin». Y esta es la principal diferencia de la generación revolucionaria-utópica de 1968: tenemos la extraña sensación de que algo apenas ha comenzado. En esta era distópica e hiperconservadora, ya no nos enfrentamos al deber histórico de enfrentar la finalidad de los episodios de la sociedad, como el Estado del Bienestar, el Neoliberalismo, la Globalización o la Unión Europea. En cambio, nos han atraído a un estado perpetuo de retromanía, porque, como señaló el fenecido Mark Fisher, es el presente el que desapareció («Make America Dank Again»).

      Dentro de estos pseudoeventos no hay cronología, ni desarrollo, ni principio ni medio, y mucho menos un final. Estamos más allá del proceso terminal, se trata del mosaico posmoderno. Todo se está acelerando. Este debe ser el estilo catastrófico del siglo XXI presentado en tantas películas. Sin embargo, seguimos encapsulados, capturados dentro de bucles cibernéticos que no van a ninguna parte, observando paralizados a medida que pasan ciclos sin sentido de eventos, series y temporadas. ¿Qué sucede cuando la ansiedad de la saturación de información se convierte en un profundo sentimiento de vacío? Una vez que hemos pasado este punto, lo digital no desaparece, ni termina. Los acontecimientos simplemente ya no se convierten en espectáculos romanos. En cambio, experimentamos el simulacro como realidad primordial. No podemos procesar una sobreproducción tan repentina de la realidad.

      Ya no encendemos las noticias de televisión pensando que estamos viendo una película. Lo hemos superado. No es la vida lo que se ha convertido en cinematográfico; son el escenario cinematográfico y sus efectos los que dan forma a los grandes diseños de nuestras sociedades tecnológicas. Las películas anticiparon nuestra condición, y ahora estamos en medio de la ciencia ficción de antaño. El filme Minority Report es ahora una realidad tecno-burocrática, impulsada por la integración de flujos de datos una vez separados. Black Mirror no es una broma. La realidad virtual de verdad se siente como Matrix. Los reality shows de TV de Trump demostraron ser ensayos. Sus tuits son en verdad las políticas de Estados Unidos. Todo esto nos hace añorar una ficción realmente extemporánea y extraña. La lógica de vanguardia todavía parece viva con el papel de artistas bohemios siendo asumido por ingenieros y empresarios. Hemos dejado atrás el escenario del arte y el entretenimiento como «propuestas» y «escenarios». La última industria en lidiar con el remolino de lo falso y lo real es la propia industria de las noticias. La hiperrealidad se convierte en nuestra situación cotidiana, independientemente de si se la percibe como aburrida o marginal.

      Veamos la desilusión radical como forma y celebremos el regreso de su sumo sacerdote, Jean


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