El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840). Antonio Caridad Salvador
comisionados a Inglaterra, logrando así que en enero de 1839 llegara a las costas tarraconenses un barco con 10.000 fusiles. Por desgracia para él, este cargamento fue capturado por los liberales, lo que impidió un importante fortalecimiento de las fuerzas rebeldes, que contaban con muchos hombres desarmados.42
Tres meses después Cabrera llegó a un acuerdo con el general Van Halen, sucesor de Oraa en el mando, sobre el trato que se había de dar a los cautivos. Este convenio, aunque no siempre se cumplió, puso fin a las represalias, regularizó los canjes y redujo mucho el número de ejecuciones. Además, el jefe rebelde fue reconocido por las autoridades como comandante de un ejército enemigo y dejó de ser tratado como el cabecilla de un grupo de criminales, como había sucedido hasta entonces.43
Durante el mes de abril Cabrera se dedicó a fortificar Segura, localidad aragonesa que le serviría como cuña para impedir las comunicaciones entre Teruel y Zaragoza, además de servirle para profundizar en sus incursiones por el territorio enemigo, debido a su avanzada posición. Para impedirlo Van Halen acudió a la zona con su ejército, pero no se atrevió a atacar el castillo, que ya estaba bastante fortificado, y se retiró al poco tiempo. Esto dejó la zona en manos de los carlistas y precipitó el cese del jefe liberal, que fue sustituido por Nogueras, que pudo hacer poco, por encontrarse gravemente enfermo. Por otra parte, la situación del ejército de la reina era similar a la de su general, con una importante escasez de recursos y gran cantidad de deserciones.44
Durante los meses siguientes los rebeldes continuaron fortificando pueblos, atacando poblaciones enemigas y realizando incursiones para conseguir suministros, ante la pasividad del ejército constitucional, con pocos medios para impedir sus operaciones. Esto les permitió realizar dos incursiones a la provincia de Guadalajara, de donde sacaron un importante botín. Más tarde Cabrera puso sitio a Montalbán (Teruel), que en junio fue evacuada por los liberales, debido al ruinoso estado en que se encontraba. Posteriormente el jefe rebelde logró encerrar en Lucena a la división de Aznar, que pasó serios apuros hasta que fue liberada por O’Donnell, el nuevo jefe cristino en la zona. Menos suerte tuvo la columna de Ortiz, que fue atacada y destrozada en Chulilla por la división carlista del Turia, al mando de Arévalo. La única acción ofensiva que emprendieron los liberales les permitió la toma del fuerte de Tales (Castellón), pequeña fortificación rebelde desde donde se hostilizaba a Onda.45
A finales de agosto Cabrera emprendió una expedición a Castilla, rodeando en Carboneras (Cuenca) a una columna enemiga, a la que hizo 2.000 prisioneros. Acto seguido marchó a la provincia de Guadalajara, pero allí se enteró de la firma del convenio de Vergara, que supuso el fin de la guerra en el Norte. Ciego de ira, el caudillo catalán ordenó la retirada y se dispuso a resistir en el Maestrazgo durante todo el tiempo que fuera necesario. Por suerte para él, la moral de sus fuerzas era alta y ninguno de sus mandos quiso acogerse a dicho convenio.46
Pero esto no podía ocultar el giro que estaba tomando la guerra, sobre todo al llegar a Aragón el ejército de Espartero, compuesto por más de 40.000 hombres, que acababa de pacificar el País Vasco y Navarra. Esta superioridad numérica permitió a los liberales pasar a la ofensiva en el Alto Turia, donde la columna de Azpíroz operaba contra las fuerzas de Arévalo. De esta manera, antes de terminar el año las tropas de la reina entraron en Chelva, rindieron la torre de Castro (en Calles) y se apoderaron del fuerte de Chulilla, sin que los rebeldes pudieran hacer nada para impedirlo. A esto se añadieron varios intentos de asesinar a Cabrera, la expulsión de los familiares de carlistas al territorio rebelde y una fracasada tentativa de entregar Cantavieja al enemigo. Además, el caudillo catalán tuvo que apresar a varios miembros de la junta, que estaban negociando la paz con el enemigo, al tiempo que separaba de sus puestos a los militares que le inspiraban sospechas.47
A estas preocupaciones se sumó una marcha bajo una intensa lluvia, que acabó afectando la salud de Cabrera. El líder rebelde enfermó de tifus y estuvo varios meses apartado del mando, llegando a estar al borde de la muerte, mientras delegaba su autoridad en Forcadell. Mientras tanto los carlistas se mantuvieron a la defensiva, con la única excepción de Arnau, que emprendió una importante expedición por las provincias de Cuenca y Albacete, durante el mes de enero de 1840. En cuanto a los liberales, también estaban inactivos, pues Espartero y O’Donnell estaban haciendo acopio de suministros (y esperando que subieran las temperaturas) para emprender su ofensiva final.48
El ejército liberal se puso en marcha en febrero, al atacar la fortaleza de Segura, donde se había amotinado parte de la guarnición. El fuerte cayó al cabo de cuatro días y un mes después Espartero se apoderó de Castellote (Teruel), donde los rebeldes resistieron obstinadamente. Pero esto no impidió su caída, ni tampoco la de Aliaga (Teruel), que fue ocupada en abril por las tropas de O’Donnell. Después de esto la línea carlista se desmoronó, al rendirse los fuertes de Alpuente (Valencia), Alcalá de la Selva (Teruel) y Bejís (Castellón), mientras eran abandonadas muchas otras fortificaciones. Entre ellas destacaba la de Cantavieja, que fue evacuada e incendiada por las fuerzas rebeldes, dado su mal estado de defensa. La moral de las tropas carlistas estaba por los suelos y su ejército se desintegraba debido a la gran cantidad de deserciones.49
Por esas fechas había mejorado la salud de Cabrera, que se puso de nuevo al frente de sus fuerzas. Pero el ejército liberal era mucho más numeroso que el suyo, por lo que no pudo impedir ser derrotado en La Sènia (Tarragona). A esto siguió la toma de Morella por los cristinos, tras siete días de asedio, que dejó en manos de Espartero más de 2.000 prisioneros. Tras este desastre el caudillo carlista dio la guerra por perdida y decidió pasar el Ebro con su ejército, lo que hizo en la noche del 1 al 2 de junio. Al conocer esta noticia, las fuerzas absolutistas que operaban por el Alto Turia y la serranía de Cuenca emprendieron la retirada hacia Francia, mientras se iban abandonando las últimas fortificaciones rebeldes. La última que cayó fue la de Collado de Alpuente (Valencia), que fue ocupada por las tropas de la reina el 6 de agosto de 1840.50
B) EL EJÉRCITO Y LAS MILICIAS LIBERALES
Ahora que ya sabemos lo que ocurrió durante la guerra corresponde hablar de los dos contendientes. Empezaremos por los liberales, que disponían de dos tipos de fuerzas: el ejército y las milicias. El ejército se componía, en su inmensa mayoría, de combatientes forzosos, que se reclutaban de la siguiente manera. Cuando el gobierno necesitaba soldados convocaba una quinta (si se trataba de crear nuevas unidades) o un reemplazo (para cubrir bajas de unidades ya existentes). Una vez establecido el número de combatientes necesarios se repartía la cuota entre las provincias y se enviaba a las diputaciones para que organizaran el reparto por pueblos. En función de la población se asignaba un número de reclutas a cada localidad y el ayuntamiento procedía después al sorteo, normalmente entre los solteros entre 18 y 40 años. Los infelices a los que tocaba ser soldados se veían obligados a servir durante 7 u 8 años en el ejército (según si les tocaba caballería o infantería), normalmente bastante lejos de sus hogares, para dificultar la deserción. Una forma de librarse era pagando 4.000 reales, pero esta era una suma considerable, que sólo estaba al alcance de los más acomodados. Por eso al final el ejército liberal estaba compuesto por soldados de origen humilde, que no habían podido eludir el servicio militar.51
Como ser reclutado suponía una tragedia para muchas familias, algunos quintos se cortaban dedos o arrancaban dientes para ser declarados inútiles. Mucho más frecuente debió ser la huida del pueblo, que practicaban muchos jóvenes en cuanto salían elegidos. Otros, en cambio, se incorporaban a su unidad pero desertaban a la primera oportunidad, algo que fue muy frecuente entre 1837 y 1839, cuando la moral de las tropas de las reina alcanzó su nivel más bajo, debido a las constantes victorias carlistas. Para evitar esto las autoridades publicaban listas de desertores, encargando a los ayuntamientos que los localizaran para devolverlos a sus unidades. Además, el general Oraa hizo público un indulto para los prófugos que se incorporaran a filas, amenazando con fusilar a los que no lo hicieran. Esto no debió funcionar mucho, ya que en junio de 1839 el brigadier Facundo Infante, lugarteniente del capitán general y gobernador militar de Valencia, impuso penas de prisión a los familiares de desertores y ofreció recompensas a los que ayudasen a su captura.52
Pero no todos en el ejército estaban allí contra su voluntad. En primer lugar