Por un cine patrio. Marta García Carrión
ordenador. En este ámbito, el de la cultura popular y de masas, es donde el cine se sitúa como un elemento de enorme interés analítico. No obstante, lo cierto es que en los trabajos históricos sobre la identidad nacional, la ausencia del cine es generalizada y sólo puede reseñarse alguna excepción aislada.44
CINE Y NACIÓN: APROXIMACIONES TEóRICAS Y LíNEAS DE INVESTIGACIÓN
El estudio del cine en la configuración de las naciones es una línea de trabajo bastante reciente y que todavía no se ha incorporado de forma manifiesta en los principales estudios sobre nacionalismo e identidades nacionales. El caso español es especialmente significativo en este sentido, pues sólo en fechas muy recientes y de forma aislada puede encontrarse algún trabajo que analice el medio cinematográfico como espacio para la creación y difusión de imaginarios nacionales.
Las perspectivas teóricas que están en la base de esta investigación se sitúan en tres ámbitos analíticos. En primer lugar, este libro se sitúa dentro de los marcos de la historia cultural, cuya renovación en las últimas décadas la ha colocado en el centro de la discusión historiográfica.45 A partir de la renovación de la historia social, la influencia de la antropología y la teoría literaria, el impacto decisivo de la historia del «género» y los estudios postcoloniales y el desarrollo de los cultural studies se produjo un «giro» hacia la cultura en el panorama historiográfico internacional (que, a su vez, contó con variaciones y expresiones nacionales propias, no siempre coincidentes). Si bien sería muy difícil definir unas características que delimiten de forma unívoca la renovada historia cultural, pueden apuntarse algunos rasgos generales. El giro cultural ha dado lugar a una concepción de cultura no como un ámbito prefijado sino como un espacio en el que tiene cabida la recuperación de la acción de los sujetos. Por otra parte, la historia cultural busca romper (radicalizando el impulso de la historia social) el privilegio del documento impreso y del archivo de autoridades públicas como fuentes históricas, abriéndose a todo tipo de materiales. Asimismo, la historia cultural va más allá de realizar una simple llamada a la necesidad de contextualizar la producción cultural para poner en primer plano el examen de los circuitos de mediación del objeto cultural, la reconstrucción de las etapas de elaboración de una obra y la localización de las pautas preliminares de lectura o las reglas propias de cada tipo de discurso. Todo discurso sobre lo cultural ha de tener en cuenta factores materiales (técnicos o económicos), simbólicos y políticos, sin que ello signifique que su asociación agote la explicación de los fenómenos estudiados. Por último, la historia cultural ha abierto la posibilidad de interpelar los discursos y representaciones que sirven para construir (desde complejas formulaciones del poder) las identidades colectivas e individuales.
En segundo término, esta investigación se fundamenta en el papel central que ha pasado a ocupar el mundo de la cultura en los análisis sobre nacionalismo e identidades nacionales en los últimos años.46 Los estudios sobre las naciones se han visto completamente transformados en las últimas décadas y uno de los cambios más importantes ha sido, sin duda, el paso de nociones primordialistas a teorías constructivistas y modernistas de la nación.47 Estos desarrollos teóricos, así como estudios empíricos sobre movimientos nacionales, han incidido en el carácter «artificial», en cuanto manufacturado, de las naciones de los siglos XIX y XX. Así, las naciones responden a complejos procesos de imaginación creativa y elaboración ideológica, a la vez que son fijadas como entidades arraigadas, ahistóricas, esenciales o naturales. Desde estas perspectivas, se ha puesto de manifiesto el carácter «inventado» (en el sentido de «creado», no de «falso») de las culturas nacionales, reproducidas a través de manifestaciones literarias y artísticas, rituales, símbolos, prácticas, etcétera.
La aparición del libro de benedict Anderson, Comunidades imaginadas, fue un hito clave para la reflexión sobre la cultura en las teorías sobre nacionalismo.48 El impacto de la obra de Anderson difícilmente puede ser minimizado, no sólo su definición de nación como «comunidad imaginada» se ha convertido prácticamente en un lugar común en los trabajos sobre nacionalismo, sino que situó en el centro de la reflexión sobre nacionalismo el estudio de las representaciones culturales de la nación, especialmente en la novela.
La publicación de trabajos como los de benedict Anderson y Ernest gellner supuso un verdadero cambio de paradigma en los años ochenta y propició una eclosión de trabajos en Europa y también de los que cuestionaban las perspectivas europeas, los postcoloniales.49 sin embargo, los estudios de caso no se desarrollaron con la misma intensidad, pues el término «nacionalista» se reservaba mayoritariamente a los movimientos así autodenominados y no tanto a los procesos de construcción nacional de los Estados-nación consolidados. La nación continuó siendo el centro de los relatos historiográficos, pero se hizo invisible como objeto de estudio perdida la respetabilidad del nacionalismo desde final de la segunda guerra Mundial.50
En los más recientes desarrollos teóricos, cada vez son más quienes plantean la imposibilidad de formular una teoría general para el nacionalismo y han abandonado la búsqueda de un único factor explicativo omnicomprensivo. El nacionalismo ha pasado a ser entendido como una forma particular de construcción social y una «formación discursiva»,51 una «narración»,52 «un marco de referencia que nos ayuda a dar sentido y a estructurar la realidad que nos rodea».53 Este énfasis en la dimensión narrativa y cognitiva del discurso nacionalista implica que el nacionalismo es más que una doctrina política, ya que el discurso nacionalista afecta a toda la experiencia social de los individuos, a su forma de entender el mundo. Michael billig introdujo el concepto de «nacionalismo banal» para explicar los hábitos ideológicos que permiten a las naciones establecidas reproducirse día a día.54 Más allá de las manifestaciones culturales autoconscientes y abiertas, la identidad nacional está cimentada en el día a día, en los detalles mundanos de la interacción social, hábitos, rutinas y conocimiento práctico. Profundizando en esta línea, Thomas Edensor ha puesto de manifiesto que las formas y prácticas populares están rodeadas de múltiples significados, constantemente en cambio y competición, y contrastan con una identidad nacional que es presentada comúnmente proyectada hacia una herencia y un pasado comunes.55 Edensor ha criticado que los principales teóricos del nacionalismo han mantenido una concepción de la cultura muy estática en la que han quedado excluidas sus expresiones populares y cotidianas. Esta apreciación de Edensor puede aplicarse al caso del medio fílmico, pues si bien la propuesta de analizar el cine es ampliamente aceptada a nivel teórico por su papel como medio cultural dentro de la estructura de comunicación pública de medios de masas característica del siglo XX, son pocos los estudios de caso que lo tienen en cuenta.
Curiosamente, sí se ha producido un interés a la inversa, y la aplicación al cine de estas perspectivas teóricas sobre la nación se ha llevado a cabo desde la esfera de conocimiento de los estudios cinematográficos, en esencial los anglosajones. En este sentido, el tercer ámbito analítico que se encuentra en la base de este libro se encuentra en el acercamiento de los estudios fílmicos y la historiografía cinematográfica a algunas de las nuevas perspectivas de la teoría de las naciones. Es ésta una línea de investigación bastante reciente, pues en los primeros tiempos de la institucionalización del estudio del cine como disciplina académica, las películas eran analizadas como productos artísticos sin relación con una identidad nacional o una nación, a pesar del uso habitual de la noción de «cine nacional» como una categoría descriptiva.
Hasta los años setenta aparecieron de forma aislada algunos estudios que exploraban las películas como manifestación de los caracteres nacionales, o cómo las políticas y las condiciones económicas dentro de un determinado Estado-nación condicionaban la producción y la recepción fílmica.56 no obstante, fue a finales de los ochenta cuando la concentración en lo nacional emergió como una esfera de actividad crítica dentro de los estudios cinematográficos, especialmente en ámbito anglosajón. Esta orientación puede situarse dentro de una reflexión más amplia sobre las identidades políticas, en torno a de qué forma los significados colectivos son construidos por el cine e interiorizados por los espectadores. Dicha reflexión se ha desarrollado paralelamente a la insatisfacción con las respuestas ofrecidas por la llamada «gran teoría», caracterizada por el imperio de la semiótica