Jesús Martínez Guerricabeitia: coleccionista y mecenas. AAVV
negocios –logrando movilizar sus contactos para organizar una perfecta luna de miel–, sino que echa mano de su afable sociabilidad y de la práctica del inglés aprendido en la cárcel con el matrimonio británico de Alfred C. Hunt, con quienes mantendrá correspondencia durante varios años.
Jesús Martínez y Carmen García el día de su boda, a la salida de la iglesia. Valencia, 4 de junio de 1949.
Los recién casados se instalan por fin en su casa y Jesús Martínez se siente feliz por la nueva vida que ha iniciado con Carmen, con quien comparte su afición a la lectura:
Nos posesionamos de la casita todo nuevo y arreglado y a comenzar la vida «prosaica», pero que está siendo mejor que lo pasado. Me siento feliz, y más desde luego que los primeros días pues ya sabes que hay que vencer dificultades inevitables al principio. Carmen me quiere más que nunca, y yo lo mismo a ella, y desde luego no ha de ser la organización casera la que ha de dar lugar a rozamientos pues se arregla formidablemente y es más buena que el pan. Le leo cosas y va aprendiendo cada día más. Es una buena compañera para seguir el camino de la vida cualquiera que sea.89
Pone todo su desvelo en que su nuevo hogar refleje el bienestar por el que tanto ha luchado. Ambos se afanan por colocar en el comedor el cuadro que les había pintado como regalo de bodas el propio Juan Bautista Monfort (el director de la Colonia donde estuvo José y que sigue muy unido a los Martínez Guerricabeitia): «un bodegón con unas manzanas en un frutero de plata y un plato al fondo, sobre mantel azul, que está francamente bien», le informa a su hermano. Su aprecio por la pintura le venía de familia, y desea reflejarlo en la decoración de su hogar. De hecho, ya en septiembre de 1948, escribe a José recordándole su interés por adquirir unos aguafuertes pues «la futura casa de tu hermano se ha de decorar y que dos buenos cuadritos extranjeros (grabados, se entiende) darían mucho tono».90 Juan Monfort le aconseja que vaya a Prats o que elija alguna litografía en Casa Viguer, «que el día que se pueda se pueden sustituir por cosa mejor»,91 pero a él le gustaría recibirlos de París. Le ilusiona, además, encargar un retrato de su mujer, con cuyo objetivo visita el estudio de un pintor en diciembre de 1948, aunque no le acaba de convencer su estilo ni personalidad. «Era un tipo estragado, con los ojos ribeteados y una chalina de estilo antiguo al cuello. Expresión nula e ideas del arte no las vi. Claro que como no soy entendido, se lo dije claramente pero de manera que no creyera que era un nuevo rico en busca de adornos».92 No parece que su primer contacto con un artista fuera muy satisfactorio.
El matrimonio inicia así su larga andadura de vida compartida. Se relajan del frenético pluriempleo de Jesús pasando algunos fines de semana en Villar, en la casa nueva de los padres, desde la que divisan el cerro Castellar.93 Van semanalmente al cine –en una carta al hermano le glosará la película de Vittorio de Sica Ladrón de bicicletas, estrenada en 1950–. Frecuentan la sala de baile del Ideal Room y Jesús disfruta del teatro clásico visto en el Teatro Principal –Hamlet, La vida es sueño, Cyrano de Bergerac– con el actor Alejandro Ulloa, considerado continuador del célebre Ricardo Calvo Agostí. Cuenta a José su interés por asistir a un espectáculo de ballet, al haber despertado su curiosidad las lecturas sobre el director y coreógrafo Diáguilev, fundador de los famosos Ballets Rusos con el genial bailarín Nijinsky, a propósito también de los figurines y decorados creados por Salvador Dalí para el Tristan Fou repuesto en París en 1949 y para el Don Juan Tenorio de Zorrilla, que han dirigido ese mismo año Luis Escobar y Huberto Pérez de la Ossa.94 Y, en cuanto puede, se escapa algún domingo al Museo de Bellas Artes para admirar los retablos góticos y el autorretrato de Velázquez. Y es que interiormente Jesús siente cada vez más la escisión entre la obligada dedicación a sus quehaceres y la inquietud intelectual que sembró en él su primera y truncada educación. Le falta, como confiesa, un círculo intelectual con el que compartir sus afanes, más allá del bienestar que le procura su trabajo:
Claro que leo bastante, pero carezco de círculo para hablar de ello [...]. Y por otro lado si vieras el lastre que representan estas inquietudes para la vida de los negocios. [...] Cómo estoy en desacuerdo –pese a que soy bastante equilibrado y procuro mantener la tensión en un justo medio– entre mi vida y mis gustos, pues yo creo que hubiera hecho un regular investigador, no acabaré de ser nunca completamente feliz. Me hace falta meterme con una empresa mayor que no solo sostener la casa (y cuidado que es grande empresa), bien la filología, o lo que sea.95
Hace «fichas filológicas» por «si el mañana nos depara vivir de otra manera que no fuera vendiendo pieles».96 Confiesa a José su íntimo desgarro –clave ya de su vida–, esa dualidad que es «tanto cosa de sentimientos como de educación»: «Si el ser hombre de negocios me ha de privar de ser una persona sensible y me he de saltar muchas cosas por encima, no creo que compense el esfuerzo».97
Por eso incluso desea acabar el bachillerato, «no con el fin de cambiar de profesión, sino como satisfacción de algo que llevo dentro y que no me deja vivir tranquilo separado del ejercicio intelectual».98 Será una época profundamente marcada por la lectura de Miguel de Unamuno, por los ensayos de la Revista de Occidente que dirige Ortega y Gasset, por los clásicos estoicos (Séneca, Boecio) que aconseja leer a José, quizá para despejarle de su habitual pesimismo, al tiempo que le remite también números de Destino –semanario al que está suscrito– y La Codorniz (las revistas que rompen un poco la modorra acrítica de la época). Desde el sustrato de su ideario político lee a Jean Paul Sartre, y la novela Los que vivimos, de la estadounidense Any Rand, que en 1936 ya denunció la perversión de la revolución rusa perpetrada por el régimen de Stalin.99 La correspondencia con su hermano de estos años muestra que le ha tomado como confidente de estos anhelos, y que siente cierta envidia por la vida que lleva, instándole a que le refiera una completa crónica «de lo que vayas viendo y observando en París».100 José es, sin lugar a dudas, el referente intelectual con quien dialogar sobre las inquietudes que no puede satisfacer en el estrecho círculo profesional en el que se mueve: «Tus cartas son de las pocas cosas que me sacan de esta vida pobre que aquí llevo»;101 «echo mucho de menos nuestros ratos de conversación sobre las cosas que leíamos o pensábamos».102 Eleva a José al pedestal de héroe afortunado por vivir en París, mitificado centro mundial de las artes y la cultura. Podemos imaginar la alborozada emoción de Jesús cuando su hermano le envía todos los números atrasados de París Match, o sabe de su acceso a periódicos y revistas inaccesibles en España –Esprit, Les Temps Modernes de Sartre y Simone de Beauvoir, Le Monde Diplomatique o La Pensée–, o le cuenta su descubrimiento del Louvre, del Jeu de Paume y del Museo de Arte Moderno, o que ha conocido a miembros de la intelectualidad parisina, como el hispanista y crítico de arte Jean Cassou, el escritor Albert Camus, la actriz María Casares o el historiador Jean Sarrailh.103 Pero el mismo José ya le había advertido, al poco de llegar:
Tu envidia por saberme aquí debes atenuarla bastante, pues esta vida no te gustaría. Por bien que se esté, tú y yo somos dos trogloditas que no podremos acostumbrarnos al desarraigamiento. Únicamente podremos conseguir una vida plena en España y dentro de España en Valencia. No me tomes por provinciano. Hay que viajar. Como ensayo de carácter es bueno hacer la vida que yo hago ahora, pero como fin, no. Las relaciones y demás sólo pueden lucir ahí. Claro que es necesario cambiar de ambiente, las limitaciones económicas, es decir, todos los problemas que hoy tienen una fundamental importancia para nuestros compatriotas. Pero ello conseguido, ha de ser el deseo poder vivir en España.104
Desde el dramático «exilio exterior» de su hermano, Jesús debe afrontar pues la realidad –y los sueños siempre aplazados– de su «exilio interior». Ha construido su «edificio sentimental». Albergará siempre el deseo de completar o, al menos, afirmar los cimientos de su «edificio intelectual» y de buscar los nuevos horizontes que exploraría al poco tiempo. Pero todo ha de convivir, en aquel declinar de una interminable posguerra, con sus inicios de empresario independiente.
«Vamos aguantando marea –dirá a su hermano en septiembre