Jesús Martínez Guerricabeitia: coleccionista y mecenas. AAVV
al trabajo de las minas de caolín en Requena. Y piensa, por supuesto, en su hermano José, reacio a la idea desde el principio:
Tienes que tener en cuenta que llegar a cualquier sitio [...] es romper definitivamente con la vida anterior que hemos llevado. No hay que pensar en el regreso, como no sea en plan de turismo. [...] Mis pensamientos van por otro lado. No pienso emigrar; debí de hacerlo mucho antes, y entonces no os tuve muy de cara. Ahora lo que pienso es volver a España en cuanto que pueda. Es decir, en cuanto que para romperse la cara con la gente no se esté en muy inferior situación.120
Con todo, intenta implicarlo, señalándole un primer proyecto de emigración a Venezuela:
Te explicaré lo que Manolo [Escuder] me dice de Venezuela en su última carta. Tú puedes pedir mi entrada en Francia, de alguna manera o como transeúnte. Con tu carta de llamada yo puedo obtener el pasaporte español, y Manolo dice podría mandar el permiso de entrada a Venezuela al Consulado francés de la ciudad que le indicáramos, seguramente Marsella, donde tocan barcos que hacen el servicio directo a Venezuela. De esta manera nosotros iríamos a Francia, te veríamos, y embarcaríamos para Venezuela.121
La idea de lograr salir con toda su familia, incluido su hermano –ya que este no podía volver a España– se vio así frustrada; pero la preocupación por los problemas y estrecheces que José padecía en París le hicieron insistir hasta el último momento. Sobre todo porque la continuidad de la separación impediría su ferviente deseo de estrecha comunicación fraternal y complicidad intelectual: «Juzgo esencial para vivir que tú y yo tengamos una amistad que salga de lo corriente y que sea algo importante en nuestra vida. [...] necesito contacto contigo mejor que el que ahora tenemos».122 Como no logra convencerlo, desiste por el momento, y le dice que «uno de los deseos que más quiero llenar ganando dinero es el de mandarte ahí para que puedas estudiar con holgura». Todo ello demuestra hasta qué punto, aparte de satisfacer sus propias aspiraciones de logros económicos y de experimentar la libertad de conocer nuevos lugares en un viaje simbólico al nuevo mundo, Jesús conservaba la llama de su profunda admiración y dependencia intelectual y emocional de José, que, aunque fuera en unas condiciones tan traumáticas y adversas, había logrado salir de aquella oscura España. Pero él contaba con la decisión y confianza en sí mismo que en aquel flojeaban; tenía un plan, un camino «algo a lo que se va, por lo que se lucha, y que te mantiene en los momentos difíciles».123 Nada pues podía impedirle dar el salto hasta una orilla lejana, fueran las que fueran las razones o los consejos de quienes pretendieran disuadirlo pues, como manifestó más tarde, «a mí nada que me hubieran dicho hubiera sido capaz de impedir el venir, por malo que hubiera sido».124
Y se entrega, con el ahínco y la meticulosidad que le caracterizan, a planificar el viaje, con la mente puesta en convencer finalmente a sus padres y hermano para reunirse con Carmen y él en América. Sin duda el estímulo inmediato para elegir América fue el ejemplo de algunos conocidos, como el joven médico valenciano Manuel Escuder, que había partido hacía unos meses a Caracas (Venezuela) en 1950 y que les sugiere este destino. Pero, frente a esta posible opción –que como vimos explica detalladamente a su hermano–, se impone la elección de Colombia. Al principio Jesús mezcla ideas utópicas (realizar allí sus frustrados estudios universitarios) con el pragmatismo de considerarlo un lugar donde aplicar su experiencia como corrector de pruebas de imprenta:
Tengo las mejores impresiones sobre Colombia para mis aficiones. En Bogotá lo único bueno que puede hacerse es un licenciado en letras o un filólogo. [...] como buena patria de Rufino José Cuervo creo que está muy bien. Desde luego mis libros y algunos que compraré y mis notas que son muchas me las llevo para allá, y ya las sacaré a relucir en cuanto haya ocasión. También he machacado algo de cosa de corrector y me he comprado el libro del corrector que leí en mis tiempos. Aquí puede tal vez haber el primer pan de la emigración, que creo que para nosotros por el plan en que vamos no ha de ser triste.125
Pero serían otras las causas –más realistas y factibles– que llevarían a Jesús y Carmen a ese país. Su trabajo en Valencia había puesto a Jesús en contacto con industriales del sector del calzado. Uno de ellos era Rafael Montoro (originario de Torrente pero con fábrica en la capital), quien proyectaba trasladarse con su familia a Barranquilla aprovechando sus contactos y las facilidades del Gobierno colombiano. Jesús decide asociarse con él para instalar una fábrica de calzado, llevándose parte de la maquinaria y confiando formar pronto una plantilla especializada y obtener beneficios.126 Le alienta el propio cónsul de Colombia en Valencia, que considera que pueden complementarse perfectamente las actividades de los Montoro, dedicados al taller de calzado, y de Jesús, que habría de colocar la producción en los comercios de las ciudades más importantes.127 A principios de octubre de 1950 ha liquidado prácticamente su negocio de pieles, mientras prosigue su trabajo en la empresa de publicidad regentada por Guarinos y Crespo, e intenta liquidar los cobros pendientes. Solicita el pasaporte, cuyo visado piensa obtener a través del cónsul, con quien ha hecho amistad. Se entusiasma informándose y leyendo libros sobre la historia y geografía de Colombia:
La casa no la desmontamos. Si fueran las cosas tan mal como para volvernos no habría problema alguno para volver a ganar aquí enseguida las dos o tres mil pesetas que hacen falta para vivir. Para mí hoy, sin vanidad, no es eso problema. Nos llevamos ropa, enseres, máquina de escribir, hasta algún pequeño alimento con el fin de gastar allí lo menos posible los primeros tiempos si las cosas vienen difíciles a principio.128
El 29 de octubre escribe a su hermano que tiene previsto salir en la segunda quincena de diciembre. Pero empiezan a presentarse dificultades y Jesús Martínez ve tambalearse su sueño. El 18 de enero de 1951 escribe a José:
Anteayer he sabido que me han denegado la salida de España y no puedo, por tanto, hacer el viaje proyectado. En esto ha tomado parte a lo que se ve mis antecedentes político sociales que son pésimos. Yo que vivo desde que salí de la cárcel en la más absoluta normalidad como tú sabes, y que me considero el hombre más honrado del mundo he aguantado difícilmente este golpe, y estoy ahora con las gestiones para ver de desvirtuar estas afirmaciones y conseguir que se me autorice el pasaporte que nunca llegué a suponer me fuera denegado, ahora que tengo entregado dinero para los pasajes, compradas un montón de cosas, liquidado el negocio, y comiendo de los ahorros. Una catástrofe que me impide ser más claro en esta carta. Desde luego algo de influencia ha debido tener lo tuyo último, a lo que he podido colegir a través de las informaciones que me han hecho. En fin, me han doblado.129
Como diría tiempo después, Jesús Martínez comprueba con amargura que la policía «no olvida»: ni sus propios antecedentes, ni los de una familia «desafecta» al régimen, terminada de marcar por la situación de prófugo de uno de sus miembros. Ha de ver cómo su socio Montoro marcha a Barranquilla, adonde llegará el 5 de abril. Para colmo, mientras este le escribe animándole con las buenas perspectivas que ha encontrado, se recrudecen sus problemas al sufrir un impagado de 15.000 pesetas que, con la demora del viaje y al haber dejado de percibir sueldo alguno, incrementa la estrechez de su economía: «solo me van a quedar disponibles unas cinco mil pesetas, aparte de los trajes y diccionarios que tenía».130 Pero, crecido siempre ante los problemas, no se arredra. Estos acaban allanándose, puesto que había conseguido previamente y mediante diversos contactos con los Padres Capuchinos de Valencia –con buenas relaciones en Colombia– un contrato de trabajo, aunque ficticio, debidamente legalizado. Fue así como, a través del padre Ernesto, párroco del convento del Carmen de Barranquilla, y recomendados por el padre José (del mismo convento y conocido de la familia Montoro), Jesús Martínez recibe un contrato como «técnico en la fabricación de calzado» –con un salario de 300 pesos mensuales– para la firma Acero y Compañía. Almacén Los Cubanos de Barranquilla, que suscribe en su representación Jesús Pérez Ruiz y que él mismo ratifica en Valencia el 14 de febrero de 1951 ante el cónsul de Colombia, José Candela Albert, muy favorable a ayudarles en todas las gestiones.131
Todavía hubo que contar con un impedimento –y no poco importante– para iniciar, por fin, el viaje. El inesperado embarazo de Carmen, que les hace pensar incluso en que dé a luz ya en tierras americanas:
Estamos