Hidráulica agraria y sociedad feudal. AAVV
del sistema señorial, en el cual los grandes eclesiásticos y laicos se dividen el poder de las tierras», y se convierten en «potencias capaces de emprender grandes obras». Es en tiempos de Carlomagno cuando «el dominio de las técnicas parece consolidarse» (p. 78). Sin embargo, las condiciones del hallazgo y excavación de un canal de molino descritas por Bernard no permiten identificar al responsable de la construcción del molino con ningún señor laico o eclesiástico; sí, en cambio, puede asociarse su construcción, datada por dendrocronología en el invierno del 810-811, con un poblado ocupado desde época romana hasta el siglo x.6 A. Durand considera que los responsables de la construcción y difusión de molinos en el Languedoc, que puede empezar a situarse al menos desde finales del siglo vii, son «riches aleutiers», asociados en algunas ocasiones a las futuras familias castrales y responsables del proceso de «encelulamiento» feudal (Durand, 2002: 43-44). De manera muy excepcional, los monasterios benedictinos son responsables de la construcción de los molinos, y los que poseen proceden de las dotaciones a partir de tierras fiscales recibidas de los soberanos carolingios o de donaciones posteriores, mayoritariamente realizadas por este sector alodial «rico» o, rara vez, por familias nobles (Durand, 2002: 42).
En Italia, M. E. Cortese (1997) establece que las primeras menciones ya se encuentran en documentos del siglo viii y se van haciendo cada vez más frecuentes a partir del ix, aunque siempre se trata de molinos asociados a monasterios y obispados. Sólo a partir del siglo xii, las ciudades y sus oligarquías pasan a protagonizar también iniciativas en este sentido. E. Caruso (2004), para la zona de la Romaña, atribuye primero a los benedictinos y después a los cistercienses la principal actividad de construcción de molinos. A partir del siglo ix se incorporan los obispos y a partir del xi, las ciudades. En el Lacio, las primeras menciones se sitúan también en el siglo viii, aunque el grueso de las referencias se sitúa en los siglos xi y xii. El incremento se asocia al aumento de la documentación y al éxito de la difusión (De Francesco, 2009: 292).
Estos estudios, si bien han puesto de relieve la antigüedad de los molinos hidráulicos datándolos en los siglos vii y viii, siguen sin identificar claramente a los responsables de su construcción. Hay que señalar, también, que lo que se tiene en consideración mayoritariamente es el molino y no el sistema hidráulico en su conjunto. El molino hidráulico implica la existencia de una captación de agua, normalmente realizada en un curso estable, y el trazado de una canalización, con la pendiente adecuada para hacer circular el agua que simultáneamente puede servir para irrigar las parcelas que quedan debajo. El recorrido de la canalización viene determinado por la necesidad de conseguir el desnivel necesario para instalar la rampa del molino, si se trata de un molino de rueda horizontal. Si, en cambio, se trata de molinos de rueda vertical accionada por debajo, este desnivel no es necesario y sí, en cambio, un canal con un caudal abundante y una pendiente adecuada. La localización de los molinos no es, pues, azarosa, ni siquiera puede hacerse en cualquier punto adyacente a un curso de agua. Aparecen, además, constantemente asociados a las parcelas que pueden ser irrigadas desde la canalización. La falta de visión de conjunto de los sistemas hidráulicos en estos estudios produce interpretaciones erróneas o dudas que podrían tener una explicación. Así, por poner algún ejemplo, De Francesco no sabe si los molinos del Lacio son de rueda horizontal o vertical (2009: 288), o interpreta que la irregular distribución de los molinos en el territorio se explica por los altos costes de gestión y manutención requeridos por estas estructuras (2009: 294). M. Arnoux no consigue dar una explicación a la constatación de diferencias regionales significativas en Francia, tanto en las cronologías como en las densidades de instalaciones molineras (Arnoux, 2009: 713).
En Cataluña, sólo dos zonas han sido estudiadas siguiendo los métodos de la arqueología hidráulica, el río Aravó y la villa de Puigcerdà (Girona) (Kirchner et al., 2002) y las posesiones del monasterio de Sant Cugat del Vallès en la comarca del Vallès Occidental (Barcelona) (Kirchner, 2006). En cambio, las transformaciones que los feudales catalanes introducen en los espacios irrigados andalusíes conquistados en las Islas Baleares a partir de 1229 (Kirchner, 1995 y 1997; Kirchner, 2003; Batet, 2006), en el País Valenciano (Torró, 2003, 2005 y 2009; Guinot, 2005 y 2007; Furió y Martínez, 2000), en Aragón (Laliena, 1994 y 2008) o en territorio catalán, antes, a partir de mediados del siglo xii (Batet, 2006), han sido mejor estudiadas. En realidad, pues, nadie ha descrito una hidráulica atribuible a los feudales anterior al siglo xii. Estos casos de estudio indican, por ahora, que la actuación de señores feudales eclesiásticos y laicos a partir del siglo x consistió, fundamentalmente, en apropiarse de sis- temas hidráulicos, con y sin molinos, muchos de ellos con espacios irrigados asociados, mediante donaciones, compras y permutas, sin apenas introducir modificaciones o añadir nuevas instalaciones hidráulicas.
LOS SISTEMAS HIDRÁULICOS EN LOS SIGLOS X Y XI EN CATALUÑA.
EL CASO DE SANT CUGAT DEL VALLÈS Y SUS POSESIONES EN EL VALLÈS OCCIDENTAL7
En Cataluña, la emergencia en la documentación de sistemas hidráulicos (espacios irrigados y molinos) sólo se produce cuando estos bienes son objeto de las operaciones de desposesión ejercidas por los feudales laicos y eclesiásticos, a través de donaciones, testamentos, permutas y compras y, a veces, restableciendo un dominio útil a los campesinos a cambio del pago de la renta. Sería el caso del proceso de apropiación feudal de los molinos hidráulicos de origen atribuido a campesinos (Martí, 1988a) y de las insulae fluviales (Martí, 1988b). Las donaciones y ventas de molinos por parte de un grupo de posesores o de fracciones de molino indican la existencia de formas de gestión colectivas (Bonnassie, 1975, I: 461) que son desmanteladas por los señores feudales al instalar molineros de confianza con los que se reparten los beneficios de la moltura (Martí, 1988b). En el mismo sentido se orientan los testimonios documentales en Aragón, donde los molinos empiezan a ser mencionados en el siglo ix, en manos de comunidades campesinas que justo en este momento empiezan a entregar sus bienes a instituciones eclesiásticas y a señores laicos (Ortega, 2008: 92). La demanda de renta impuesta por los señores debió condicionar el uso y la gestión del sistema hidráulico por parte de los campesinos en una medida que por ahora no sabemos percibir en la morfología de los espacios irrigados. Incluso, la apropiación feudal de dichos espacios y sus molinos conducirá, simplemente, a la expulsión de los campesinos, o a impedir que puedan construir nuevos sistemas hidráulicos alternativos. Esta exclusión no pasa, necesariamente, por la creación de monopolios o derechos banales sobre los molinos. Es mucho más sencillo: los sistemas hidráulicos no pueden multiplicarse indefinidamente puesto que no pueden construirse en cualquier sitio escogido al azar y los cursos de agua que lo permiten tienen caudales y, sobre todo, espacios de ribera con pendientes adecuadas limitados.
Un buen ejemplo es el del monasterio de Sant Cugat del Vallès (Kirchner, 2006), que protagoniza a partir del siglo x un proceso de ampliación y ordenamiento de su patrimonio muy característico de las instituciones eclesiásticas en este momento (Bou, 1988; Salrach, 1992; Ruiz, 1995, 1999). Las referencias documentales a irrigación (huertos, vergeles, árboles frutales, parcelas situadas por debajo de canalizaciones, las propias canalizaciones, fuentes, insulae o pozos) son particularmente abundantes. A menudo, estas referencias aparecen asociadas a los molinos, que son mencionados junto a las parcelas irrigadas adyacentes.
A pesar de la intensa urbanización en fechas recientes del Vallès Occidental, comarca donde se ubica el monasterio, ha sido posible identificar en el paisaje actual los lugares objeto del interés de los abades que, a través de donaciones, compras y permutas, van incorporando al dominio del monasterio. Los terrazgos documentados son mayoritariamente espacios irrigados situados en fondos de valle. Se irrigaban mediante derivaciones realizadas en corrientes de agua (Riusec, Riu Major o Riera de Sant Cugat, río Ripoll, Riera de Rubí, torrente de can Ferran y torrente de los Alous) y mediante azudes (resclausa) construidos con materiales poco estables (troncos, piedras, barro, etc.) (figura 1). Los canales así derivados abarcan normalmente un perímetro reducido delimitado por la canalización y el curso natural de agua. Al final del recorrido del canal, cuando este alcanza suficiente desnivel respecto el fondo de valle, solía haber un molino de rampa.8 A la salida del cárcavo, una canalización conducía el agua al río o torrente. La canalización abrazaba, pues, un perímetro irrigable, de llanura aluvial, a menudo incluido en un meandro, de tamaño variable, aunque de dimensiones habitualmente modestas