La historia cultural. AAVV

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y panfletos que difundían la imaginación profética o la sátira anticlerical.25 Respecto a los usos impensados de los textos, se ha constatado que hojas y libros de magia, y también copias impresas o manuscritas de oraciones e invocaciones, los podían llevar como talismanes o tragárselos directamente –prácticas a las que los tribunales de la Inquisición se hubieron de oponer.26

      Además de la atención prestada a los diversos grupos sociales, la historia cultural tiene una sensibilidad especial hacia los encuentros entre culturas y conflictos que se suscitan por la movilidad geográfica de individuos y pueblos. En este campo los investigadores italianos han encontrado también en la época de los descubrimientos un terreno particularmente fértil.27

      Hacer historia cultural no significa, naturalmente, ocuparse de la comunicación y trabajar sobre textos exclusivamente, sino que comporta también una indagación en una pluralidad de fuentes que pueden explicar costumbres y estilos de vida28 y permiten poner de manifiesto las distintas formas de sociabilidad. En el panorama italiano de los centros de investigación es asimismo más que raro, casi único, el hecho de que se preste atención específica a la historia y la cultura del juego.29

      El tema del paisaje, que hemos visto al aludir a la identidad italiana, tal como la presenta el volumen inicial de la serie de la editorial Einaudi, ha sido también apreciado por la historiografía francesa de los primeros Annales y constituye, a su manera, un tema preferente de los estudios italianos.30 Podemos preguntarnos cuál es su parentesco con la esfera de la cultura: se entenderá si consideramos las relaciones entre las comunidades humanas y el medio ambiente, la huella que han dejado las primeras en el mundo que habitan y los condicionamientos impuestos por el segundo, hasta el punto de caracterizar de forma inequívoca civilizaciones, estilos de vida y representaciones del mundo. Es en esta perspectiva donde se sitúan los análisis de uno de los más originales especialistas italianos en la Edad Media, Vito Fumagalli, investigador de la historia rural atento a los detalles del paisaje vegetal, pero también investigador apasionado de las huellas dejadas por los hombres, con predilección por los perdedores. A él se le debe una feliz serie de volúmenes, concebidos específicamente para no especialistas, en cuyo núcleo se encuentra, sobre todo, la reconstrucción del «clima» de la época que estudia: modos de vida, ciudad y naturaleza, vicisitudes del cuerpo.31

      El cuerpo, efectivamente, es un tema característico de la historia cultural de las últimas décadas, por efecto de una variedad de estímulos y enfoques; principalmente, los que proceden de la emergencia de la historia de las mujeres y la historia de género (perspectiva que requeriría un tratamiento específico, pero cuya pertinencia es evidente cuando reparamos en cuántas cuestiones de identidad implica y la importancia que ha dado a la escritura femenina). Hay que mencionar la obra de un historiador cultural sui generis como Piero Camporesi, vagabundo de formación literaria, especialista en los marginales de otros tiempos y en las fronteras de los estudios del folclore.32 Lo vemos en las costumbres fúnebres de los reyes del Renacimiento, o en la sacralidad del poder en la Europa medieval y moderna, en la lectura que hace Ernst Kantorowicz.33 Domina asimismo las investigaciones inspiradas por Foucault,34 con una historia de la medicina reconstruida tanto desde el punto de vista de sus prácticas e instituciones35 como desde el de la producción y circulación de textos (historia del libro de medicina).36 Hasta la valiente investigación de un historiador contemporáneo –experto en la utilización de la documentación fotográficaque, para las guerras del siglo xx, ha reconstruido la historia del cuerpo del enemigo muerto, profanado de toda suerte y maneras, desde la exhibición en público a la aniquilación en una fosa común, que se corresponden con las diversas tipologías de la guerra.37

      Lo que hizo posible una experiencia como la de los dos libros de Ginzburg –de donde ha partido nuestro análisisfue, asimismo, el encuentro de un historiador de excepción con unos archivos particularmente ricos. El hilo conductor que atraviesa las investigaciones y los análisis lo constituyen la producción efectiva, la transmisión, la supervivencia, el (re)descubrimiento, la disponibilidad y la utilización oportuna de las fuentes aptas para contar el tipo de historia que nos ocupa, fundamento del que depende la propia posibilidad de esta empresa. Se trata, evidentemente, de materiales que, por sus características, deben ser capaces de transmitirnos un testimonio, por parcial que sea, de las representaciones que los hombres y las mujeres del pasado daban de sí mismos y del mundo. Sin quitar méritos a la iconografía u otro tipo de monumentos, lo esencial es, inevitablemente, la masa de documentos escritos, manuscritos o impresos, de la que hemos hablado. El subconjunto que representan las fuentes inquisitoriales ha demostrado una capacidad particular para reconstruir este tipo de informaciones: los materiales sobre los cuales se fundamentan no sólo las investigaciones de Ginzburg, sino también las de otros aquí citados pertenecen a este género. Es en este terreno donde se ha podido apreciar también el alcance de una experiencia espiritual heterodoxa como el quietismo38 o las particularidades de la circulación de la obra de Erasmo39 en Italia. En este aspecto, la apertura de los archivos romanos del Santo Oficio representa para los investigadores una ocasión histórica de renovar nuestro conocimiento del pasado.40 Al mismo tiempo, son necesarios, por parte del historiador, el interés y la capacidad de plantear a estas fuentes buenas preguntas. Un historiador que ha tenido ocasión de trabajar junto con Ginzburg ofrece un ejemplo especialmente útil. Después de haber abordado sistemáticamente en numerosos estudios el problema de los «tribunales de conciencia» establecidos por la Iglesia de la Contrarreforma, Adriano Prosperi propuso, en Dare l’anima (2005), un modelo ejemplar de escritura: un caso dramático –un proceso por infanticidiole ofreció la ocasión de conducir al lector por un viaje vertiginoso a través de siglos de reflexión filosófica y teológica alrededor de la naturaleza del alma y el origen de la vida.41 Fuera de este contexto, los capítulos que Prosperi dedica a las doctrinas del alma podrían corresponder a una perspectiva más traditional de historia de las ideas. Tal como se encajan dentro del libro, por el contrario, iluminan la tragedia de dos vidas rotas (el recién nacido y la madre condenada a muerte) y reflejan el conjunto de creencias y prácticas sociales que delimitaban la experiencia cotidiana y regulaban las decisiones posibles de todos los sujetos implicados. Y éste es el sentido mismo de la perspectiva de la investigación que aquí nos ocupa.

      *. Agradezco a Federico Barbierato, Lodovica Braida y Peter Burke sus estimables sugerencias.

      1. Un criterio elemental de selección será centrarse casi exclusivamente en monografías y grandes obras, puesto que no hay lugar aquí para explorar, ni siquiera de forma superficial, la esfera de los ensayos más breves. No obstante, es cierto que son precisamente algunas revistas –y la primera entre ellas Quaderni storici, abanderada de la nueva historia italiana en la escena internacionallas que han tenido un papel protagonista en la promoción y el estímulo de algunas de las orientaciones de investigación esbozadas aquí, funcionando también como importantes foros de debate metodológico.

      2. Véase, por ejemplo, Angelo D’Orsi: Intellettuali nelNovecento Italiano, Turín, Einaudi, 2001; Mario Isnenghi: Intellettuali militanti e intellettuali funzionari, Turín, Einaudi, 1979. El segundo autor ha sido también un referente para otro asunto muy apreciado en la historiografía contemporánea francesa, el de los intelectuales: I luoghi Della memoria, por Mario Isnenghi, 3 vol., Roma-Bari, Laterza, 1996-1997.

      3. Carlo Ginzburg: I Ъenandanti, Turín, Einaudi, 1966; íd.: Il formaggio e i vermi, Turín, Einaudi, 1976.

      4. A propósito del panorama italiano de los estudios, véanse también las aportaciones de Carlo Dionisotti y Luigi Balsamo; cf Mario Infelise: Per una storia della comunicazione scritta, epílogo a la traducción italiana de Frédéric Barbier: Storia del liЪro, Bari, Dedalo, 2004, pp. 543-560; 552-560.

      5. Armando Petrucci: «Alle origini del libro moderno. Libri da banco, libri da bisaccia, libretti da mano», en Italia medioevale e umanistica 12, 1969, pp. 295-313 (más tarde en Armando Petrucci: LiЪri, scrittura e puЪЪlico nel Rinascimento. Guida storica e critica, Roma-Bari, Laterza, 1979, pp. 137-156); íd.: «Studi medievale», en Scrittura e liЪro nell’Italia altomedievale, s. III, 10/2, 1969, pp. 157-213


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