La historia cultural. AAVV

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cultural, nos dicen los responsables, habría dado sus primeros e indefinidos pasos en las épocas medieval y moderna, desplazándose posteriormente al campo de lo contemporáneo. ¿Y por qué este desplazamiento? Porque las historias nacionales son actual y prioritariamente historias contemporáneas, y sobre ellas se investiga la historia cultural de lo político. Y algo análogo se puede decir de Dix ans d’histoire culturelle,7 una obra en la que sus editores demuestran una voluntad sistematizadora. Por ello en sus páginas se recoge una gran variedad de perspectivas, las que se habrían desarrollado en la década de funcionamiento de la ADHC, desde su primer congreso en 2000.

      3. El libro que ahora presentamos ha de entenderse en ese contexto. Existen otros muchos volúmenes sobre lo que es o sobre cómo ha de entenderse la historia cultural, pero este en particular tiene la ventaja de ofrecer una aproximación mundial, partiendo eso sí del impulso francés, de su perspectiva concreta. La obra que se publicó en 2008 y tuvo dos años después una versión italiana.8 Para la presente, hemos optado por combinar ambas, añadiendo dos capítulos que no aparecieron en la edición francesa, pero sí en la italiana. Son los dedicados a Alemania y a los Países Bajos. Si en el original no se incluyeron ambos capítulos no se debió al descuido del responsable, sino al incumplimiento de plazos: los autores escogidos no pudieron concluirlos en el tiempo que se había establecido. En todo caso, el lector español podrá disfrutar así de una perspectiva mucho más completa.

      Y podrá comprobar de qué se preocupan los historiadores culturales de Australia o de Francia, de Italia o de Holanda, pongamos por caso. Principalmente, de las identidades colectivas, de todo aquello que reúne a los connacionales y que les sirve para compartir y para afirmarse. Aunque el lector podrá verificar también cuáles son los motivos de fricción, las fracturas de la identidad, las adhesiones que se cuestionan, los choques. Podrá asimismo constatar que la cultura es un repertorio de recursos comunes, los códigos que nos rigen, las costumbres que nos obligan, los artefactos que nos sirven para sobrevivir colectivamente. Todo vestigio del pasado puede ser tomado como fuente histórica: sobre distintos soportes se han volcado diferentes percepciones del mundo, formas de ver y de hacer. Los historiadores culturales prueban que los individuos ven y hacen colectivamente y prueban que algunos se salen de la norma valiéndose –eso sí– de asideros compartidos: heredados o ahora por primera vez ensayados.

      Los seres humanos somos capaces de lo mejor, de los logros más eximios. Somos igualmente capaces de modificar y edificar nuestros entornos materiales, de establecer instituciones políticas, de protegernos de la naturaleza y de los otros, de elevarnos a lo más sublime, de afirmarnos y de rehacernos con las grandes o pequeñas creaciones del intelecto o del genio: desde la religión al arte, desde la ideología a la literatura. Pero al mismo tiempo los seres humanos somos igualmente capaces de lo peor, de las mayores villanías. Es ya un tópico citar a Walter Benjamin para este menester, pero resulta obligado y preciso: no existe documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie. De eso, de los documentos como expresión de cultura y de barbarie, dan cuenta los historiadores aquí reunidos, que reconstruyen para el lector textos, imágenes, ideas, episodios nacionales y rebeldías imprevistas.

      Justo Serna y Anaclet Pons

      1. Por ejemplo, Pascal Ory: «L’histoire culturelle de la France contemporaine: question et questionnement», Vingtième Siècle. Revue d’histoire, 16, 1987, pp. 67-82.

      2. Aparecido en francés en 1997 (Seuil), existe una versión española: Para una historia cultural, México, Taurus, 1999.

      3. Pascal Ory: LHistoire culturelle, París, PUF, 2004; Philippe Poirrier: Les enjeux de l’histoire culturelle, París, Seuil, 2004; en cuanto a las actas del coloquio de Cerisy: Laurent Martin y Sylvain Venayre (dirs.): L’histoire culturelle du contemporain, París, Nouveau Monde Editions, 2005. A lo anterior podría añadirse el coloquio celebrado en la Casa de Velázquez en 2005, publicado en Benoît Pellistrandi y Jean-François Sirinelli (eds.): L’histoire culturelle en France et en Espagne, Madrid, Casa de Velázquez, 2008.

      4. Philippe Poirrier: «Préface. L’histoire culturelle en France. Retour sur trois itinéraires: Alain Corbin, Roger Chartier et Jean-François Sirinelli», Cahiers d’Histoire, vol. xx VI, núm. 2, 2007, pp. 49-59.

      5. Peter Burke: «Cultural history as polyphonic history», Arbor: Ciencia, pensamientoy cultura, 743, 2010, pp. 479-486.

      6. Jean-François Sirinelli, Christian Delporte y Jean-Yves Mollier (dirs.): Dictionnaire d’histoire culturelle de la France contemporaine, París, PUF, 2010.

      7. Évelyne Cohen, Pascale Goetschel, Pascal Ory y Laurent Martin (dirs.): Dix ans d’histoire culturelle, París, Presses de l’enssib, 2011.

      8. La edición italiana fue preparada por Alessandro Arcangelli y reproduce el título original: La storia culturale: una svolta nella storiografía mondiale?, Verona, OneEdit, 2010.

      INTRODUCCIÓN

       POR UNA HISTORIA COMPARADA

       DE LA HISTORIA CULTURAL

      Desde hace dos o tres décadas la historia cultural ocupa un lugar preferente en la escena historiográfica, con desfases cronológicos y distintas modalidades dependiendo de las circunstancias nacionales. Las obras y los artículos programáticos publicados en los años ochenta1 han dejado el terreno dispuesto para hacer balance en Alemania,2 España,3 Francia,4 Italia,5 el Reino Unido6 y Estados Unidos.7 Además, las comprobaciones empíricas han ido reafirmando cada vez más las meras proposiciones teóricas.8

      Igualmente, la creación de la International Society for Cultural History, cuya conferencia fundacional se desarrolló en la Universidad de Gante en agosto de 2008, y el lanzamiento de una revista -Journal of Historyvinculada orgánicamente a esta asociación confirman el reconocimiento international. quizá incluso mundial, de la historia cultural. La iniciativa es británica, pero se ha expandido rápidamente a la Europa continental y a Norteamérica.9

      Parece innegable el carácter international de esta configuración historiográfica. La noción de New Cultural History, propuesta por Lynn Hunt, constituía ya desde finales de los años ochenta un indicio importante. En realidad, la New Cultural History no puede, sin duda, ser considerada una verdadera escuela cuyas prácticas estarían unificadas. Roger Chartier lo reconoce abiertamente en la síntesis que en 2004 propone sobre el tema, en Kompas der Geschichtswissenschaft:

      La coherencia en la New Cultural History, ¿es tan fuerte como proclamaba Lynn Hunt? La diversidad de objetos de investigación, de perspectivas metodológicas y de referencias teóricas que ha tratado en estos diez últimos años la historia cultural, cualquiera que sea su definición, permiten dudarlo. Sería muy arriesgado reunir en una misma categoría los trabajos que menciona este breve ensayo. Lo que permanece, sin embargo, es un conjunto de cuestiones y de exigencias compartidas más allá de las fronteras. En este sentido, la New Cultural History no se define, o ya no se define, por la unidad de su enfoque, sino por el espacio de intercambios y de debates construido entre los historiadores que tienen como seña de identidad su negativa a reducir los fenómenos históricos a una sola de sus dimensiones y que se han alejado tanto de las ilusiones del giro lingüístico como de las herencias determinantes que tenían como postulado la primacía de lo político o la omnipotencia de lo social.10

      Con el mismo espíritu, Justo Serna y Anaclet Pons apelan a la existencia de un verdadero «colegio invisible», que reúne a una generación de historiadores de la Europa moderna (Robert Darnton, Natalie Zemon Davis, Peter Burke, Carlo Ginsburg, Roger Chartier...) y que desde los años setenta, desde París (École des hautes études en sciences sociales) a Princeton, ha contribuido a la construcción de una forma transnational de historia cultural.11

      Si bien hay numerosas aportaciones que ofrecen la información recíproca, las diferencias nacionales de las historiografías siguen siendo, sin embargo, importantes.12 En este sentido, la historia comparativa está a la orden del


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