La historia cultural. AAVV
Needham el marxismo era, sobre todo, un armazón que utilizaba para estructurar su libro, sin suscitar, no obstante, un debate serio. Por su parte, Williams y Thompson no paraban de debatir y replantearse sus posiciones teóricas.
Raymond Williams era discípulo del crítico F. R. Leavis. Su formación literaria le había animado a criticar el concepto de superestructura, pero su encuentro con el marxismo, especialmente con las ideas de Antonio Gramsci, Georg Lukács y Lucien Goldmann, le llevó a acercarse a la historia cultural. Williams, cuyas clases apasionaban a su auditorio tanto en la universidad como fuera de ella, redactó Culture and Society: 1780-1950 (1958), célebre estudio de la idea de cultura, así como The Country and the City (1973), historia de la tradición pastoril (más exactamente de los estereotipos sobre la ciudad y el campo, tal como se encuentran en la literatura). Esta historia fue considerada un estudio de caso en lo que William gustaba de llamar «estructuras de sentimientos», expresión que utilizaba para describir los estilos locales o los sobreentendidos no dichos que sólo son patentes para los que son «ajenos a la comunidad» (para un antropólogo, podríamos decir).7 Junto con Richard Hoggart (y, un poco más tarde, con Stuart Hall), Williams fundó el movimiento para los «Estudios culturales» en Gran Bretaña. Se advertirá que ninguno de los tres fue en principio estudiante de historia, sino de literatura inglesa.
Incluso Edward Thompson, uno de los historiadores británicos más importantes del siglo xx, inició su carrera estudiando Lengua inglesa en la Universidad de Cambrigde. Thompson, conferenciante carismático y original e imaginativo historiador, tuvo aún más discípulos que Williams, a quien se asemejaba por su activismo político, su actividad secundaria de novelista, su búsqueda de una síntesis entre marxismo y tradición empirista británica, su rechazo de la idea de cultura como simple superestructura y su inclinación por la idea de «estructuras de sentimientos».8
Thompson abrigaba sentimientos encontrados respecto a la palabra cultura. Su marxismo le llevaba a desconfiar de la idea, que implicaba «una invocación algo fácil de consensuar» y desviaba la atención de las «contradicciones sociales y culturales». No deseaba trabajar en lo que llamaba la «atmósfera enrarecida de las “significaciones, las actitudes y los valores”».9 Por otra parte, su obra The Making of the English Working Class (1963), que presenta la noción de clase como «formación cultural» y social, dice mucho sobre el papel de la literatura, de las imágenes y, por encima de todo, de la religión en el despertar de la conciencia de los trabajadores. Por su parte, Customs in Common, de Thompson, selección de artículos escritos esencialmente entre los años sesenta y setenta, hace constantemente referencia a la «cultura educada», la «cultura plebeya», la «cultura intelectual», etc.10
Sería erróneo, sin embargo, creer que los marxistas han monopolizado la historia cultural en Gran Bretaña. El trabajo de los antropólogos constituyó otra fuente de inspiración. En Religión and the Decline of Magic (1971), obra subtitulada «estudios de las creencias populares», Keith Thomas reconoce explícitamente su deuda intelectual con Edward Evans-Pritchard.11 Los marxistas Edward Thompson y Eric Hobsbawm se interesaron igualmente por la antropología, lo que los animó a abordar seriamente los rituales, desde la cencerrada y la venta de mujeres hasta las ceremonias de iniciación vinculadas con las sociedades secretas.12 Sin embargo, en el surgimiento actual de la «antropología histórica» como variedad significativa de la historia cultural, fue Thomas el que tuvo un papel decisivo, con la ayuda de Jack Goody, procedente del campo de la antropología, y de Alan Macfarlane, que se instaló a medio camino entre ambos.13
En el estudio del Renacimiento no se podía evitar el interés por la historia cultural, siguiendo o no los modelos tradicionales propuestos por Burckhardt y Symonds. En el Oxford de los años cincuenta, dominado por los historiadores políticos y económicos, existía una especialidad del «Renacimiento italiano». En Londres, el Instituto Warburg comenzaba a ser conocido, especialmente gracias a su carismático director, Ernst Gombrich. En 1969 Gombrich publicó un polémico ensayo titulado In Search of Cultural History, que arremetía contra la idea de Zeitgeist (que él asociaba con Hegel, Burckhardt y marxistas como Antal o Hauser) y recomendaba centrarse en las convenciones y los movimientos culturales. En 1972 la revista de los institutos Warburg y Courtauld, asegurando que intentaba servir de guía a los colaboradores potenciales, aludía a ellos en términos de «historiadores culturalistas», una adaptación libre o un amansamiento de la Kulturwissenschaft preconizada y practicada por el propio Warburg. Se podría sugerir que, al igual que exiliados célebres como Gombrich de alguna manera se anglicanizaban, culturalmente hablando, los intelectuales británicos se germanizaban un poco más.
Michael Baxandall, por ejemplo, joven colega de Gombrich (que había sido alumno de F. R. Leavis en Cambridge), publicó un estudio sobre el Renacimiento que evitaba el enfoque marxista, pero que examinaba la pintura del Renacimiento a la manera de Warburg, integrándola en un contexto cultural más amplio. Painting and Experience in Fifteenth-Century Italy (1972) pretendía encontrar lo que el autor llamaba «el ojo del período», una noción que incluía las «expectativas» del espectador, pertenecientes al ámbito de un «conjunto de esquemas, de categorías y de métodos deductivos» extraídos de actividades cotidianas como la danza, los sermones o la medida del volumen de un tonel. En conclusión, sugería que «Piero Della Francesca tiende hacia una suerte de pintura comedida, Fra Angelico, hacia una pintura próxima al sermón y Botticelli, hacia una suerte de pintura danzada».14 Podríamos describir su obra como una antropología histórica del arte del Renacimiento o, más exactamente, de la «cultura visual» (la expresión no había sido utilizada todavía, pero el libro contribuyó a popularizar este enfoque).
Aproximadamente al mismo tiempo, a principios de los años setenta, otro especialista del Renacimiento, John Hale, cuyo libro más reciente, Civilizations of Europe in the Renaissance (1994), se inspiraba en Burckhardt, reunió una serie de estudios de historia cultural por encargo del editor B. T. Batsford donde un cierto número de autores eligieron el título de «Cultura y sociedad» (en mi caso, al menos, como homenaje deliberado a Raymond Williams).15
Sin embargo, la obra más destacable de historia cultural publicada durante este período fue, sin duda, The Making of the Middle Ages de Richard Southern (1953). Al igual que Christopher Dawson, Southern mostraba interés en la formación de Europa, aunque en una época algo más reciente, los siglos xi y xii. Mientras que la mayoría de los otros medievalistas trabajaban en la historia de las instituciones (políticas, eclesiásticas o económicas), Southern exploraba la literatura, la filosofía y el arte: por ejemplo, el paso de lo épico a lo novelesco, el desarrollo en las universidades del estudio de la lógica y la sustitución de las representaciones de Cristo como Dios en la cruz por imágenes de un hombre que sufre. El argumento central de Southern era que las tendencias que él tan claramente describía reflejaban un cambio más general de actitudes con respecto a la vida y que «estos cambios del pensamiento y del sentimiento» dependían de factores económicos y políticos, de «la lenta reconstrucción del orden político y la aceleración sin precedentes de la actividad económica». Su posición se aproximaba, por tanto, a la de Hale o a la de Baxandall, o incluso a lo que afirmaban los marxistas coetáneos, Thompson y Williams, o Christopher Hill, su colega en el Balliol College.
El giro cultural
1983 puede simbolizar el fin de una era historiográfica y el comienzo de otra. En Gran Bretaña fue el año de la publicación de cuatro importantes estudios en el dominio de la historia cultural.
Man and the Natural World, de Keith Thomas, estudia las nuevas actitudes con respecto al medio ambiente en Inglaterra al principio de la época moderna. Curiosamente para su época, Man and His Natural World hizo poco caso de la teoría cultural (especialmente de la antropología de Claude Lévi-Strauss, Edmund Leach, Mary Douglas y Marshall Sahlins). La obra sugiere que el «nuevo interés por el campo» es el resultado de la urbanización. Paralelamente, permite que se afiance «una consideración cada vez más sentimental con respecto a las bestias, que se convierten en animales de compañía», puesto que los animales salvajes ya no representan una amenaza y las máquinas han tomado el relevo como fuente de energía.
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