La historia cultural. AAVV
del autor se acompañan de un trabajo empírico constituido por investigaciones personales y por la dirección de obras colectivas, que son a su vez la puesta en práctica de los enfoques preconizados en los textos más teóricos. Esta característica refuerza indiscutiblemente las propuestas de Roger Chartier. En 1975 él es uno de los más jóvenes colaboradores de la trilogía Faire de l’histoire, dirigida por Jacques Le Goff y Pierre Nora. En 1978 codirige la Nouvelle Histoire; en 1986 dirige el tercer volumen de la Histoire de la vie privée y codirige, junto con Henri-Jean Martin, la monumental Histoire de l’édition française, publicada a partir de 1982. Lectures et lecteurs dans la France de l’Ancien Régime (1987), Les Usages de l’imprimé (1987), Les origines culturelles de la Révolution française (1990), confirman la visibilidad de los enfoques preconizados por el autor, mucho más allá de lo que proponen los meros especialistas en la Edad Moderna y/o en la historia del libro. Su anclaje institutional se refuerza de forma paralela: ayudante de Historia moderna en la Université de Paris I-Panthéon Sorbonne, elegido en 1975 profesor ayudante en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, Roger Chartier pasa a ser director de estudios en 1984. A mediados de los años ochenta se produce también el reconocimiento internacional (sobre todo norteamericano, en un primer momento) de los trabajos del historiador del libro y la lectura. La publicación en 1988 de una recopilación de artículos con el título Cultural History constituye en este sentido un momento clave.12
Un texto de Roger Chartier, publicado en un número especial de los Annales en otoño de 1989 con el título «El mundo como representación», permite comprender los principales desplazamientos de los problemas que están en juego.13 La portada de la revista presenta el artículo como una «“redefinición” de la historia cultural», y lo sitúa dentro de un conjunto de textos que intentan responder al llamamiento que la redacción había publicado en marzo y abril de 1998: «Historia y ciencias sociales. Un giro crítico». Fue en esta coyuntura historiográfica cuando se publicó el artículo en Francia. Robert Chartier comienza su escrito poniendo «en duda» el punto de partida del editorial de los Annales, que postulaba, simultáneamente, la crisis general de las ciencias sociales y la vitalidad que mantenía la disciplina histórica.14 El autor expone las principales características del modelo francés de la historia de las mentalidades –el estudio de nuevos objetos y la fidelidad a los métodos de la historia económica y socialcon el fin de subrayar mejor, en segundo lugar, los principales cambios que, bajo la forma de tres renuncias, caracterizan la coyuntura historiográfica. La renuncia al proyecto de una historia global, el retroceso de la definición territorial de los objetos de investigación y, finalmente y sobre todo, el fin de la primacía otorgada a la fragmentación social, «que se consideraba apropiada para organizar la compresión de las diferenciaciones y divisiones culturales», dan testimonio de la «distancia mantenida, en las mismas prácticas de investigación, respecto a los principios de inteligibilidad que habían dirigido la actividad historiográfica desde hacía veinte o treinta años». Roger Chartier aboga a continuación por un cambio esencial: se trata de pasar, como proclama un epígrafe del artículo, «de la historia social de la cultura a una historia cultural de lo social». Expresa su anhelo por una historia de las asimilaciones, concebida como «una historia social de los usos e interpretaciones, relacionados con sus determinaciones fundamentales e inscritos en las prácticas específicas que las producen». Este proceso está en gran medida inspirado por L’invention du quotidien (1980) de Michel de Certeau. Partir de los objetos, de las formas, de los códigos, y ya no de los grupos sociales; centrar la mirada en principios de diferenciaciones más diversificadas (sexuales, generacionales, religiosos...); prestar mucha atención a la materialidad y a la recepción de los textos que son los fundamentos de una historia cultural que debe trabajar sobre las luchas de las representaciones, las «estrategias simbólicas», que jerarquizan la estructura social. Para mantener y debatir sus propuestas, Roger Chartier convoca a diversos referentes, además de Michel de Certeau, a Pierre Bourdieu, Michel Foucault y Norbert Elias. Finalmente, el autor se inscribe explícitamente en una «fidelidad crítica» con la tradición de los Annales, ayudando a «reformular la manera de acercar la comprensión de las obras, las representaciones y las prácticas a las divisiones del mundo social que ellas, en conjunto, construyen y significan». Este artículo se impone rápidamente como una clave historiográfica importante. Se convierte en la principal referencia para historiadores de generaciones diferentes y de sensibilidades distintas, que no trabajan sólo sobre la época moderna.
En 1998 la publicación de la recopilación de textos Au bord de la falaise. L’histoire entre certitudes et inquiétude permite todavía una mejor percepción de las propuestas de Roger Chartier,15 que recuerdan a las de Daniel de Roche, contemporáneas suyas. Más allá de su cercanía intelectual –que se había traducido en la firma conjunta de varios textos durante los años setentay de los primeros trabajos, bastante próximos, sobre las sociabilidades académicas en el siglo xviii,16 las propuestas de Roger Chartier y las de Daniel Roche, sin embargo, no se solapan completamente. El primero sigue siendo, ante todo, un historiador del libro y de la lectura, que vincula estrechamente el estudio de los textos, el de los objetos materiales y el de las costumbres que éstos generan en la sociedad. El segundo es, más bien, un historiador de las distribuciones y las prácticas sociales, abierto a otros objetos culturales que pertenecen a la esfera de la «cultura material». A nuestros dos autores les separa una generación. Esta situación pesa considerablemente en sus respectivas trayectorias y en su práctica de historiadores. Daniel Roche, que emprende sus primeras investigaciones al inicio de los años sesenta, en pleno apogeo de la historia económica y social, queda profundamente marcado por este momento historiográfico. Esta fidelidad sitúa su obra en la confluencia de la historia económica y social con la historia cultural.
Las modalidades institucionales que regulan por su parte la recepción de las propuestas de nuestros dos autores presentan algunas diferencias significativas. Roger Chartier, de acuerdo con una de las características principales de la EHESS, está integrado en una densa red de intercambios internacionales y su nombre es difundido gracias a una estrategia de traducción de sus escritos. Aunque favoreció inicialmente al espacio norteamericano, esta estrategia se ha ampliado en los últimos años a América Latina. Más allá del puro ámbito académico, su influencia como productor delegado en France Culture («Les Lundis de l’Histoire», donde sustituye a Denis Richet) y su colaboración en Monde des livres desde finales de los años ochenta le permiten llegar a un amplio sector de público. Su nombramiento en diciembre de 2006 en el Collège de France, donde sucede a Daniel Roche, para una cátedra titulada «Escrito y culturas en la Europa moderna», confirma este éxito intelectual, científico e institucional.
Para los contemporaneístas, bastante poco sensibles al debate en torno a la historia de las mentalidades, la cuestión está esencialmente unida al futuro del modelo labroussiano y a la erosión progresiva de sus reconocidas virtudes heurísticas. En este sentido, la trayectoria de Alain Corbin (1936-) es particularmente ilustrativa. Antes de identificarse con el apelativo de «historiador de lo sensible», título de un libro-entrevista publicado en 2000, compartió las lógicas que gobernaban el paisaje universitario de los años cincuenta y sesenta. A principios de los años sesenta su proyecto inicial de una historia de los gestos no puede llegar a buen término, y el joven agregado de historia decide insertar el Lemosín en el marco del extenso proyecto de una historia económica y social de Francia, impulsado bajo la égida de Ernest Labrousse. Bertrand Gille dirige la tesis con el aval del maestro. La especificidad lemosina no permite aplicar en toda su ortodoxia el cuestionario labroussiano, lo que lleva a Alan Corbin a realizar un primer deslizamiento hacia una historia antropológica que concede gran importancia al análisis de la estructura de la familia, del comportamiento biológico, del proceso de alfabetización, del sistema de creencias y de la red de tensiones y solidaridades en el seno de las comunidades aldeanas.
Una vez defendida la tesis, Archaïsme et modernité en Limousin au xixe siècle (1975), se implica, libro tras libro, a partir de objetos de investigación diversos, desde las formas del deseo de la prostituta al paisaje sonoro de los campos, en la construcción de una historia de lo sensible: Les filles de noce (1978), Le miasme et la jonquille (1982), Le territoire du vide (1988), Le village des cannibales