Meditación síntesis. Julián Peragón

Meditación síntesis - Julián Peragón


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inevitablemente nos hemos atragantado con tanta información. No hace mucho, asociábamos meditación con yoguis ermitaños y monjes cistercienses: ahora, poco tiempo después, nos hemos merendado tres o cuatro métodos meditativos, y aún no podemos encontrar el definitivo…

      Lo interesante de este proceso, por el que muchos hemos pasado, es la oportunidad de desarrollar el espíritu de síntesis. No podemos comulgar con Oriente y olvidarnos de nuestra profunda tradición occidental; no podemos plegarnos a la tradición sin tener en cuenta la especificidad del momento presente; y no podemos quedarnos en la mística sin darnos una vuelta por los descubrimientos neurológicos de la ciencia. Hay que ser como el buen recolector, que sabe escoger el fruto maduro y desechar el que todavía está verde. Hay que tener el buen tacto de la ecuanimidad.

      Es tiempo de búsqueda. Nuevos tiempos requieren nuevas respuestas; nuevas encrucijadas piden criterios amplios de elección. Es momento de desmitificar la espiritualidad en general y la meditación en particular. Si vamos a la meditación con la carga cultural de una tradición, con la aureola de santidad que la envuelve, con la complejidad de un ritual envarado, es posible que no demos con la frescura propia del arte de meditar. Lo natural en la meditación es una práctica sencilla. Es precisamente esa sencillez la que corrige la artificiahdad de nuestra vida moderna. A veces perdemos la perspectiva. Seguramente, Buda se sentaba a meditar debajo de un árbol y Jesús en un recodo del camino. Las prácticas originarias eran bien sencillas. Con el curso de los siglos, las culturas meditativas han recreado rituales fantásticos, espectaculares y bien ornamentados… pero a menudo a costa de aquella simplicidad. Lo que le pasa a la tradición le pasa también a nuestra vida. Nuestra casa, que al comienzo tenía las paredes blancas y los espacios ligeros, con el paso del tiempo va acumulando muebles y sus paredes se van llenando de más y más cuadros. La simplicidad se va volviendo barroca. Es un verdadero reto envejecer sin sobrecargarnos de cosas y de historietas desfasadas, manteniendo el espíritu joven.

      Todavía vamos a la meditación como si fuéramos al anticuario, buscando piezas preciosas y acumulando tesoros incalculables… cuando en realidad la propuesta meditativa no es la de acumular un saber, sino la de vaciarse de tanto y tanto mobiliario que acumulamos en nuestra cabeza. Todo lo que pensamos acerca de los beneficios de la meditación probablemente sea un estorbo. Yo también he pasado por muchas etapas, desde las férreas hasta las más amables, las disciplinadas y las rebeldes, las simples y las complicadas, también las sesudas y las de todo corazón. De todas ellas he aprendido algo. Sin embargo, la cuestión fundamental no residía en la técnica, sino en dónde apuntaba dicha técnica. Cuando somos capaces de hacernos esta pregunta, dejamos de ser adoradores de métodos y vamos a lo esencial. Como dicen los chinos, lo importante no es que el gato sea blanco o negro: lo importante es que cace ratones. Seguramente, el fondo de toda técnica meditativa sea la de aterrizar en la presencia. Somos, por así decir, acechadores de presencia.

      La presencia es el tesoro de la meditación; no la idea de la presencia sino la experiencia de presencia, que unifica las dimensiones de nuestro ser, que transforma todo lo que envuelve. En el estado mental al que da lugar la presencia sentimos que todo lo que surge se desvanece, que todo es un baile de formas, que todo es impermanente. Si hay algo que permanece es el espacio interno donde todo acontece, es la luz de la consciencia que lo ilumina, es el fondo del Ser que es reflejado paradójicamente en cada circunstancia. Poca cosa más podemos decir.

      Si acordamos que toda meditación reclama presencia, podremos empezar a celebrar conjuntamente y a reconsiderar que todo método es meramente un puente que nos lleva de esta orilla, todavía confusa y sufriente, a la otra orilla, donde nos esperan la claridad y la plenitud. La única consideración inteligente es que cada uno encuentre la técnica que le ayude a superar sus obstáculos. La Meditación Síntesis que propongo pretende ser lo suficientemente flexible para que cada uno encuentre lo que más le convenga. Hay diferentes objetivos para cada una de las etapas de la meditación, diferentes técnicas de concentración, numerosas imágenes evocativas y retos de superación. No es tanto una herramienta como una caja de herramientas, un abanico multicolor que cada uno puede desplegar, totalmente o en parte, para construir su propia forma de meditar. No es una resta sino una suma, una casa con las puertas abiertas para que cualquier meditador, por muy veterano que sea, se encuentre como en su casa. Podemos creer en Dios o no, tampoco hay problema. La misma palabra lo dice: es una síntesis de diferentes tradiciones meditativas a la luz del momento presente.

      No obstante, no quisiera ponerme a la cola de los que ofrecen una técnica más de meditación, a ver si tiene éxito. Ante todo, me gustaría insistir básicamente en la necesidad de meditar. Da igual si lo hacemos sentado o de pie, caminando o tumbado: lo importante es meditar. Hay un elemento inquietante, que sobrevuela día a día por encima de nuestras cabezas, del que no podemos olvidarnos y que sella la urgencia de la meditación, de ésta que propongo y de cualquiera: una crisis de dimensiones planetarias. La crisis ecológica afecta a todo el planeta dramáticamente; la crisis financiera ha hecho estallar una burbuja artificial de dinero especulativo, creando un tsunami en la economía real, que se tambalea a punto de quedar noqueada; la política está salpicada de corrupción en connivencia con los poderes financieros y las multinacionales; las desigualdades de clase se agrandan y la brecha entre países pobres y ricos se vuelve insalvable; guerras, epidemias y hambrunas confluyen en el mundo entero. La lista sería interminable, y estaríamos a punto de tirar la toalla si no fuera por la esperanza en un mundo mejor.

      Precisamente, meditamos para que el mundo sea mejor, y para ello no es necesario retirarse a una cueva ni vivir en un monasterio. Es cierto que el monje irradia su armonía interna aunque esté en la montaña más alta, pero el presente nos pide estar en el mundo, llevar la meditación al mundo real, meditar en casa pero también en la calle, en el parque, en la oficina, en la escuela… en cualquier lugar. La meditación, hoy más que nunca, tiene que evitar a toda costa cualquier atisbo de evasión o de narcisismo. Para ello es necesario reinterpretar lo que entendemos por espiritualidad. Lo espiritual no se puede definir por las formas; ya sabemos que el hábito no hace al monje. Necesitamos formas flexibles y creativas pero, sobre todo, necesitamos reconocer la universalidad de la espiritualidad. Cualquier vía de trascendencia del ego, de ese ego orgulloso, temeroso, egoísta, es espiritualidad. Cuando nos religamos a algo mayor que nosotros mismos que le da sentido a nuestra existencia, también estamos reviviendo lo espiritual. Cuando comprendemos la necesidad de salir de la espiral de sufrimiento psicológico, estamos yendo por buen camino. Ser espiritual es comprender que todo está interconectado y que cualquier acción nuestra, por muy bienintencionada que sea, si está hecha desde la precipitación o desde el interés, si olvida o margina a alguien, si crea confusión o daño, dejará una estela de efectos nocivos que, si lo pensamos bien, no deseamos para nosotros ni para nadie.

      Lo importante es despertar, despertar del sueño de la razón y de la algarabía de nuestras vanidades. Esa es la religión de religiones: despertar, darse cuenta, abrir los ojos de par en par y ser conscientes de nuestro ser profundo y de la gran oportunidad de celebrar la vida cotidiana como una posibilidad de transformación. La meditación está ahí, como un tremendo despertador. Ahora, sólo es cuestión de darle cuerda… cada día.

       Parte I:

       MEDITACIÓN

       Sentido

      De entrada, es posible que la palabra “meditación” genere perplejidad o confusión en nuestras latitudes, puesto que en la deriva que han ido haciendo nuestras lenguas, meditar significa reflexionar sobre un acontecimiento, o repensar algo hasta dar con la solución. La meditación, así, a bote pronto, nos habla de un pensamiento detenido y cuidadoso sobre un asunto… Sin embargo, desde la perspectiva oriental la meditación no tiene que ver con el pensamiento sino con su ausencia; nos acerca más a la intuición que a la razón. El concepto de contemplación, que implica mirar con atención y observar cuidadosamente aquello que produce placer, nos acerca más a los occidentales al sentido oriental de la meditación.

      Definir lo que es la meditación no es fácil porque, en el fondo, la meditación no se deja del todo definir, de la misma manera que nuestros dedos


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