Tal vez somos eléctricos. Val Emmich

Tal vez somos eléctricos - Val Emmich


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Café y sriracha. Solo como efecto, no para el consumo. Pero nadie pilla el efecto. ¿Cuál era el objetivo de este perfil?

      Todos Vamos A Morir: ¡glaciares que se derriten, hábitats destruidos, especies en peligro! Todos los días es el juicio final. De nuevo, no hay ninguna mención a Tegan Everly en esta cuenta. Ni siquiera tus amigos más cercanos saben que esta cuenta es tuya. La foto del último rinoceronte blanco vivo ha conseguido diecinueve «me gusta», lo que en tu cabeza significa que prácticamente te has hecho viral. Mientras tanto, mamá consigue ciento no sé cuántos «me gusta» por las publicaciones en las que muestra cómo es posible encontrar el amor de nuevo. Me alegro por ella.

      Neel piensa que se te dan mal las redes sociales. «¿Qué te hace única?».

      Tienes dificultades para contestar.

      «Tu mano», dice. «Sácala al mundo, lúcela».

      Lo odias por eso.

      Lo cierto es que ya eres bastante popular. Por la razón más estúpida. Tegan Everly es la chica de la mano. Todos lo saben. Pero ¿quién querría verse reducido a algo tan intrascendente? Es una pequeña parte de lo que te hace ser tú. ¿Por qué convertirla en el centro? Hay personas en el mundo que prefieren exhibir su extremidad diferente: YouTubers, locutores de podcasts, autores, atletas… Por mucho que admires en cierta medida a estas personas, nunca has entendido cómo lo hacen o por qué quieren hacerlo.

      Las intenciones de Neel son buenas, pero no, no vas a «lucirla». No te vas a meter en el porno motivacional.

      Si ni siquiera tu mejor amigo lo entiende, nadie lo hará. Intentas hablar con él, con Isla o con Brooke, con mamá o los profesionales a los que te envían, pero no sabes qué decir sobre cómo te sientes en realidad. La única persona con la que puedes hablar es tu padre. Le escribes correos y dices con exactitud lo que sientes acerca de cualquier cosa, sea lo que sea, y nunca te dice que te equivocas. Solo escucha y, cuando te contesta, usa las palabras que necesitas oír.

      Papá:

      He conseguido un trabajo de verano en el Edison Center. Estoy bastante segura de que Maggie solo me ha contratado por ti, porque prácticamente mantenías el lugar a flote, por lo que supongo que te debe una. Me queda mucho por aprender, pero estoy en ello, así que presto atención como me aconsejaste. El lugar es muy parecido a como lo recordaba… aburrido. Es broma.

      Te quiere,

      Tegan

      Tegan:

      ¡Esa es mi chica! Me encantaba llevarte allí. Nuestro pequeño Smithsoniano. ¿Puedes creer que un solo hombre lograra tanto? Me da mucha pena pensar que tantas personas no dediquen tiempo a visitarlo ¡cuando lo tienen ante sus narices!

      Deja de ser tan dura contigo misma. Estoy seguro de que lo vas a hacer genial.

      Te quiere,

      Papá

      Papá:

      Siento algo especial cuando estoy en el museo. Supongo que me recuerda a ti porque me traías a todas horas. Es genial tener un lugar como este. Sobre todo cuando la casa se llena de demasiada gente. A veces necesito salir de allí.

      Te quiere,

      Tegan

      Tegan:

      Confía en mí. Lo entiendo. ¿Te acuerdas de cuando iba a dar aquellos largos paseos y mamá se volvía loca porque me necesitaba para algo y nunca me llevaba el móvil? Quizá no te dabas cuenta en aquel momento, pero solo necesitaba espacio. Todos lo necesitamos. Lo encuentras donde puedes.

      Te quiere,

      Papá

      20:02

      Ya se ha acumulado bastante, al menos algunos centímetros. Parece que no haya nevado en años y que se estén deshaciendo de toda la nieve ahora mismo. El frío es cortante y el viento, fiero, pero apenas los siento. Estoy haciendo lo que me he propuesto hacer: vivir el momento. Ver a dónde me lleva la noche.

      Estoy dando un paseo espontáneo con el único y maravilloso Mac Durant. Isla y Brooke no se lo creerían. Apenas me lo creo yo. Sí, lo he criticado a él y a los de su especie en el pasado, pero con razón. Sin embargo, no quiero pensar en eso ahora mismo. Solo quiero centrarme en el presente.

      Cuando salimos del museo, Mac señala el monumento conmemorativo del patio trasero. Su altura, de casi cuarenta metros, es impresionante, pero, al parecer, lo que capta su atención entre la nieve es la luz brillante de su cima.

      —La bombilla más grande del mundo —le digo—. Justo aquí, en Nueva Jersey. Casi dos veces la altura del jugador más alto de baloncesto. Dentro de la torre, al fondo, está la Luz Eterna.

      Mac no hace ningún comentario cuando pasamos por delante. Tal vez ahora que hemos salido del museo, la cultura general y la historia ya no son suficientes, de modo que decido no pronunciar ni una palabra más hasta que él lo haga.

      Minutos después, nos encontramos en Route 27 y casi estoy sudando. Es la persona que camina más rápido de todas las que he conocido y no tiene ni idea de lo mucho que me estoy esforzando para seguirle el paso. Aun así, moverme me hace sentir bien. Papá tenía razón sobre caminar: te aclara las ideas.

      En este tramo ya no hay acera, por lo que nos apretujamos a un lado de la carretera llena de sal. Un coche esporádico maniobra cerca de nosotros. Los faros alumbran durante un momento a dos pirados en la carretera, uno de ellos sin chaqueta. Ese es Mac, que se está enfrentando al frío en mangas de camisa. Cuando se ha dado cuenta de que no tenía abrigo, ha insistido en que me pusiera el suyo. Bombazo: tal vez sea la emoción de llevar la ropa de Mac, en lugar del material o nuestro paso frenético, lo que me mantiene caliente.

      Hurgo en los bolsillos. Se ha quedado con el móvil, pero hay otros tesoros. Un rectángulo de cartulina, puede que una tarjeta de fidelidad de su hamburguesería favorita. Una especie de caramelo duro o chicle antiguo. Un juego de llaves. Y, por último, una pequeña maraña de pelusas sin la que ningún bolsillo es perfecto. Juego con ella mientras camino a su lado. Quizá su cuerpo no lo sienta, pero su mente es totalmente consciente del frío que hace.

      —Blancanieves. Jon Snow. El presidente Snow de Los juegos del hambre.

      Me suelta todos estos nombres sin previo aviso. Tras terminar la lista, se gira hacia mí.

      —¿Edward Snowden? —propongo, aunque no estoy muy convencida de haber captado las reglas del juego.

      —Esa es buena —responde.

      Tengo un talento innato, al parecer. Pronto se me ocurre un segundo nombre, Simon Snow, de Fangirl entre otras novelas, un personaje del que, estoy segura, Mac no ha oído hablar en su vida, pero me corta con una nueva pregunta:

      —¿Crees que es cierto lo que se dice sobre los copos de nieve? ¿Que no hay dos iguales?

      —Supongo —respondo. Es difícil seguirle el ritmo en muchos aspectos. Desde que ha entrado en el museo, me ha costado pillarle el ritmo. Me trago el orgullo y suplico—: ¿Podemos ir más despacio?

      Me mira y se percata de que estoy sin aliento.

      —Lo siento. —Se disculpa de un modo que parece indicar que no es la primera vez que le piden que pare el carro.

      Cambia el ritmo de las zancadas, pero acelera la boca.

      —Solo digo que tendrían que estudiar todos y cada uno de los copos de nieve para estar seguros. ¿Crees que, de entre los millones que están cayendo ahora mismo en un solo pueblo, no hay ninguna posibilidad de que dos sean iguales?

      Observa el ajetreado cielo con la esperanza depositada en su idea. Esta conversación me recuerda a las que suelo tener con Neel, lo que me sorprende. En el espectro de posibles personalidades, Mac y


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