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leer.
¿Por qué esta permanente fascinación con Robert Lowell? Parece cierto que nos atraen esos autores cuyo trabajo resuena de forma más potente con nuestro interior y lo que somos. Tal como señalé anteriormente en mi prólogo a La mirada de Aquiles, Torres Chalk se descubre en Lowell. En su escritura sobre esta imponente presencia recibimos un maravilloso ejemplo de una mente compleja que responde, resuena, hace eco y contesta a otra. ¿Qué más podemos pedir? La mejor crítica literaria es melodía del dueto de llamada y respuesta. Martin Heidegger describe la forma más beneficiosa del pensamiento (¿y qué otra cosa debe ser la crítica sino pensamiento serio y profundo?) como das andenkende Denken, una reflexión receptiva, un pensamiento que siente y responde. Yo lo describiría, de forma más sencilla, como la música de la mente. El flujo y reflujo del pensamiento a través del tiempo. El artista responde a la llamada que emana del mundo. El crítico responde a la llamada que emana de la obra de arte. Y la música resultante únicamente aumenta cuando, como en este caso, el crítico es también artista.
Torres Chalk ha optado por leer el trabajo de Lowell como una expansiva y compleja secuencia de elegías interrelacionadas. Tal como menciona en su “Confesión Preliminar”, “la pertinencia de la poética lowelliana nos ha abierto el camino hacia una intensa reflexión sobre el concepto de elegía y su reformulación genérica. Es precisamente la inmensa dimensión de la elegía la que estructura y organiza nuestro presente discurso crítico”. Esta elección es incisiva. Es la elección de un artista. Éste entiende, tal como Walt Whitman aprende en “Out of the Cradle Endlessly Rocking”, que la muerte es la llamada más esencial de la vida. Nuestra conciencia, como seres humanos, de la mortalidad, es aquello ante lo que el artista - y en este caso, el artista/crítico - siente y responde.
“Death”, escribió Wallace Stevens, “is the mother of beauty”. Lo que hace que nuestra existencia sea, cada día, valiosa y conmovedora, es el conocimiento de que la perdemos. Ese conocimiento reside en el lenguaje. Realmente sólo tenemos las palabras que nombran aquello que no podemos retener, y por ello nos lo permiten recordar. En este más amplio sentido, toda poesía, que conmemora la pérdida humana, es elegía. Y es en este sentido que Torres Chalk nos enseña a leer a Robert Lowell.
No nos sorprenderá que el postclásico recalibrado lowelliano de la elegía clame tan nítidamente a Torres Chalk. Como todos nosotros, él escucha y responde a aquello que ya alberga dentro de sí mismo. Uno de los poemas que de forma potente me llama en Mallku es un ejemplo perfecto. El título es “Palabra ausente”:
Cómo coser la palabra ausencia a la piel
Si la herida no cierra –
Observa cómo los pájaros se alejan sin mirar atrás.
El cielo está oscuro y hay muchas hojas sobre el sendero.
Cómo coser la palabra ausencia si huye de si misma
Escapando de la posibilidad de ser fijada –
Recuerda el aire carente de oxígeno en la altura
Y esa máscara que asoma fugaz en la penumbra
De la calle que desemboca en la plaza.
Observa cómo los pájaros y piensa que se ausenta
Mientras echan a volar –
Entonces intuye que tal vez todo escapa y vuela
Desde sus manos ante sus ojos
Y decide coser la palabra pájaro
Sólo pensando en la ausencia.
Esta es poesía que capta, con delicadeza, lo inasible. Una elegía para la miríada de componentes de la vida, incluso aquellos más pequeños, que sólo podemos percibir en retrospectiva, al nombrarlos. La palabra homenajea aquello que siempre se ha ido.
Torres Chalk es perfectamente consciente de que Lowell también lo es respecto a que todo lenguaje poético ocupa el espacio paradójico entre la ausencia y la presencia. Y desentrama esa doble conciencia en este libro. En lo que sólo puede considerarse como una elegía a sí mismo, Lowell escribe:
No honeycomb is built without a bee
adding circle to circle, cell to cell,
the wax and honey of a mausoleum—
this round done proves its maker is alive;
the corpse of the insect lives embalmed in honey,
prays that its perishable work live long
enough for the sweet-tooth bear to desecrate—
this open book . . . my open coffin.
(“Reading Myself”)
La presencia de la ausencia. Robert Lowell no podía haber deseado mejor oso goloso que a Gabriel Torres Chalk para profanar su mausoleo y deleitarse en la miel de su ataúd abierto. Déjale que te muestre cómo.
Paul S. Derrick
Confesión preliminar
Nietzsche nos recuerda con acierto que la felicidad tal vez consista en vencer una resistencia. Por algún extraño designio me acuerdo de esta reflexión siempre que me acerco a la oceánica figura de Robert Lowell y desconozco por qué se me aparece la visión de su último trayecto en taxi desde el aeropuerto hasta el apartamento de Elizabeth Hardwick en West 67th St. en Nueva York, abrazado al retrato de la imagen de Caroline Blackwood realizado por Lucian Freud.
Reconozcamos que en las vertientes analíticas y críticas de discursos ajenos proyectamos nuestras propias confesiones. Aquí radica la paradoja en lo que se refiere a los análisis textuales de la historiografía literaria en general y de la denominada poesía confesional norteamericana de la segunda postguerra del siglo veinte en particular: nos convoca, como lectores, a proyectar nuestras confesiones sobre el espacio textual, sobre el poema, a partir de una voz íntima que resurge desde ese espacio y que nos insta a la identificación. Entonces nos convertimos en los sujetos de la acción, en actores de la experiencia, en los diseñadores inherentes a la trama, en los narradores que completan el silencio con la melodía de la ausencia.
La investigación que aquí presentamos puede considerarse como la continuación del material elaborado en el libro que lleva por título Robert Lowell: la mirada de Aquiles1. El cuerpo crítico que conformaba la esencia del mismo concentra fundamentalmente los poemarios que llevan por título Life Studies (1959), y For the Union Dead (1964). Nuestra mirada crítica interpretaba que una obra como Life Studies significó un punto de inflexión decisivo en el sistema imaginario del poeta de Boston funcionando como un potente núcleo irradiador. Hemos defendido que fue un libro que supuso una original ruptura estilística frente a sus libros anteriores (teniendo en cuenta, por otra parte, que desde su anterior libro habían transcurrido aproximadamente ocho años), así como el desarrollo de una estética que en cierta medida se convirtió en lo que la crítica ha denominado con mayor o menor suerte como modelo de la “poesía confesional”. Por otra parte, For the Union Dead había supuesto un puente entre la poesía temprana y media del poeta y la obra madura, configurando un círculo en torno a su obra como reflejo estético de su vida y también de su poética.
La pertinencia de la poética lowelliana nos ha abierto el camino hacia una intensa reflexión sobre el concepto de elegía y su reformulación genérica. Es precisamente la inmensa dimensión de la elegía la que estructura y organiza nuestro presente discurso crítico. Evidentemente han existido estudios previos sobre algunos poemas o incluso libros del poeta de Boston desde la perspectiva elegíaca, como por ejemplo el interesante trabajo de Marjorie Perloff (The Poetic Art of Robert Lowell), o el magnífico trabajo de Jahan Ramazzani (Poetry of Mourning: From Hardy to Heaney). Ahora bien, aquí pretendemos realizar una aproximación a esta poética desde un marco de acción original, interpretando, por ejemplo, libros como Imitations desde la perspectiva de un homenaje individual,