Mi ataúd abierto. Gabriel Torres Chalk

Mi ataúd abierto - Gabriel Torres Chalk


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como la secuencia poética moderna (Rosenthal 1973 y 1983). De esta forma, este particular homenaje se encuentra envuelto por una sensibilidad y un tono íntimo que constantemente juega a encajar tradición y transgresión en un proceso de desarrollo original en lo que se refiere a este género. Por otra parte, es esa ventana a la intimidad del sujeto la que permea la vertiente pública, a su vez tan característica del poeta y que tanto ha dado que hablar en diferentes foros de la sociedad norteamericana.

      Por otra parte, podríamos considerar que la elegía ha sido una marca generacional característica de los poetas de la generación de Robert Lowell. El listado podría ser interminable: Delmore Schwartz, John Berryman, Allen Ginsberg, Ted Roethke, la generación anterior como podría ser Ramon Guthrie o incluso la generación siguiente como serían los casos de Sylvia Plath, Anne Sexton o Adrienne Rich. Este hecho complejo de enorme relevancia se encuentra estrechamente relacionado con el proceso que hemos denominado como “estética del dolor y la culpa” con referencia a su poética. El sufrimiento en términos existenciales arranca del cuerpo propio e instaura las huellas hacia posibilidades de conocimiento. El cuerpo se convierte no sólo en materia poética y estética sino en ese espacio a partir del cual se piensa y se escribe. Y a partir del cual tal vez se confiesa y autocastiga. Desde esta perspectiva detectamos una profunda y fascinante vertiente romántica por explorar en la obra del poeta de Boston. Se trata de la consecución de un proceso de objetivación desde la figuración en el espacio discursivo. De este modo el cuerpo funciona como memoria articulando la ausencia de forma tangible.

      El mito se reinventa y encarna desde un proceso de desacralización y corporización. Este canal posibilita posteriormente los intentos de figuración de sí mismo en esa objetivación, generando espacios de proyección ideológica. Esta estructura permite la auto-objetivación necesaria para desarrollar elegías a sí mismo, elegías al yo desde el propio yo, donde el espacio poético permite el pliegue de cuerpo e imaginación. Es la exploración de una veta romántica de enorme potencia. Evidentemente encontraremos diversas fórmulas y diversas miradas estéticas en la poesía norteamericana de la segunda posguerra del siglo XX, pero consideramos que ese es el camino hacia la comprensión de procesos de gran complejidad como la poética que nos ocupa. Tal vez un lazo imaginario desde Ramon Guthrie y su Maximum Security Ward hacia el Kaddish de Allen Ginsberg, o en una expansión en procesos individuales y colectivos entre W. D. Snodgrass con The Swastika Poems y William Heyen con sus secuencias poéticas sobre el atroz holocausto del nazismo como Shoah Train. En todo caso, muestras profundas de dolor en la búsqueda de referentes para dar pasos en la dirección de los diversos procesos de construcción y destrucción de la identidad. Pero también una búsqueda intensa en formas de expresión con una pregunta decisiva en el trasfondo: ¿es capaz el lenguaje de nombrar lo innombrable? ¿Hasta qué punto es necesario torcer el lenguaje para expresar el dolor - lo inexpresable? ¿Cuáles son los límites de la palabra poética o creativa?

      La pregunta define al ser humano. La forma y contenido de nuestras preguntas conllevan una importancia decisiva. Esto es también clave en la elaboración de cualquier discurso crítico. De esta forma, cualquier acercamiento a la obra poética de Robert Lowell deberá situar en el corazón del mismo a este género literario que tiene en la muerte y la ausencia su razón de ser. Con nuestras preguntas sobre este género extraordinario queremos revalorizar su importancia en la historiografía literaria, así como desentramar la madeja discursiva del poeta estirando el hilo en el lamento de ida y vuelta hacia el Minotauro. Cada elegía es también un viaje hacia sí mismo. Nos dice tanto del objeto como del sujeto. Insistiremos a lo largo de esta propuesta que, en el caso de Lowell, la mano que estira de esa madeja es, precisamente, la elegía.

      En esta reflexión confesional mencionemos con gratitud la publicación de la correspondencia de Robert Lowell publicado por Farrar, Straus and Giroux, cuya editora ha sido Saskia Hamilton. Se trata de una elegante edición que ha visto la luz en el año 2005 y recoge las cartas de Robert Lowell desde el año 1936 hasta el año 19772. Es bien conocida la estrecha relación entre su escritura poética o creativa y su escritura epistolar, donde descubrimos un diálogo fascinante que revela innumerables matices, misterios, entresijos, ocupaciones y preocupaciones de un poeta que no sólo reflexionaba permanentemente sobre el hecho creativo, sino que incluso se convirtió en un modo de vida:

      The letters give us Lowell’s life as he lived it, inside out. We find him not just in history but in his house, on a particular morning, taking a break from his other work to write for a friend’s ear. ‘It’s an ironblack warm New York morning that reminds me of Europe’, he writes to Bishop. ‘With the heat turned off in my study, I hear the great huffle of nature outside and almost feel I were voyaging off into the Atlantic, till I look up and see the stationary skyline of little skyscrapers and wooden water towers.’ Wishing his New York morning were a European one, he feels his ship of an apartment drift from its mooring, but finds himself, at the end of the paragraph, arriving back in his own city. (Saskia Hamilton, ix-x)

      A su vez, la posibilidad de lectura de esta inmensa recopilación epistolar genera si cabe una mayor trampa textual al ser cada vez más complejo discernir la diferencia entre entidades textuales, las distancias entre las ficciones del yo, entre la biografía y el yo poético, y convoca las preguntas ¿Dónde comienza la autobiografía? ¿Si unimos autobiografía y ficción invocamos al oxímoron? ¿Dónde finaliza el yo si ha tenido algún comienzo? ¿Comienza acaso el yo con Aquiles? ¿A partir de qué momento leemos el romanticismo trágico de Herman Melville en Robert Lowell desde todo el simbolismo de la ficción autobiográfica? ¿Es la vida de éste una configuración simbólica de la frase del narrador de Jorge Luis Borges en “El Inmortal” cuando asevera que “Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve seré todos: estaré muerto”? ¿Podríamos interpretar la obra poética del poeta de Boston como una elegía a Homero que tal como relata el cuento, Homero somos todos y el hombre es una repetición, es memoria?:

      La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. Lo elegíaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los Inmortales. Homero y yo nos separamos en las puertas de Tánger; creo que no nos dijimos adiós. (Jorge Luis Borges, “El Inmortal”)

      Look homeward angel: la dimensión anti-elegíaca de la elegía

      The hand of the Lord was upon me, and carried me out in the Spirit of the

      Lord, and set me down in the midst of the valley which was full of bones,

      And caused me to pass by them round about: and, behold, there were

      very many in the open valley; and, lo, they were very dry.

      And he said unto me, Son of man, can these bones live? And I

      answered, O Lord God, thou knowest.

      Ezekiel 37: 1-3

      La particular y compleja historia del concepto de elegía enriquece, a la vez que dificulta, su definición3. La existencia efímera como integrante esencial en la definición del hombre confirma la función y género de la elegía como texto - cuerpo/superficie - capaz de sobrevivir a todas las épocas y como mejor recipiente, herida y testimonio, de esa consecución de conflictos y de esa naturaleza efímera. La historia del ser humano es ineludiblemente también la historia de conflictos simultáneos y/o sucesivos de diversa índole y gravedad a lo largo de los siglos. En su magnífico estudio sobre los límites de la modernidad e invocando a Benjamin, Alberto Ruíz de Samaniego realiza la siguiente reflexión4:

      El devenir del (en el) mundo se aprecia entonces únicamente


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