Apenas lo que somos. Eduardo Bieger Vera
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Apenas lo que somos
Cuentos sobre nosotros
Eduardo Bieger Vera
Título original: Apenas lo que somos.
Cuentos sobre nosotros.
Primera edición: Noviembre 2021
© 2021 Editorial Kolima, Madrid
www.editorialkolima.com
Autor: Eduardo Bieger Vera
Dirección editorial: Marta Prieto Asirón
Maquetación de cubierta: Sergio Santos
Maquetación: Carolina Hernández Alarcón
Fotografía: @raulamigo
ISBN: 978-84-18811-50-0
Impreso en España
No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares de propiedad intelectual.
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A las personas que me han enseñado a parpadear poco y a dudar de casi todo, y a las que lo han provocado, si bien a estas últimas les agradecería que lo hubieran hecho de manera un poco menos brusca.
Prólogo
Con estas líneas quiero invitaros a entrar en el mundo de lo que somos o, como matiza el autor, en el mundo de apenas lo que somos. Un universo que se nos muestra a través del género del relato breve, con fidelidad a un estilo literario propio que, equilibrando el lenguaje directo y sin prejuicios con un halo poético, el autor ya empleó en su primera novela, Anatomía de un hombre pez (Premio Internacional Novelas ejemplares, 2106) y luego continuó en El emocionario, obra que precede y a la que da continuidad este libro.
El relato, considerado el hermano pequeño de la literatura, ha sido en ocasiones menospreciado, aunque muchos de los más importantes escritores lo hayan utilizado como medio de expresión. Desde Chéjov, Kafka, Hemingway o Borges hasta nuestro literato más universal, quien por cierto alcanza el momento álgido de su creación en las pequeñas historias que, incluidas de forma maestra en El Quijote, acompañan, completan y explican la obra haciendo comprensible lo que no se entendería sin ellas.
Esta infravaloración se da en todas las artes. Con frecuencia se ha confundido la duración, longitud o extensión con la rotundidad o la completitud de una creación artística. Me viene a la memoria al respecto la excelente obra teatral «Arte», evocadora de la calidad o significación de una pintura de arte abstracto, en este caso un lienzo en blanco, y que propone una manera de vernos a nosotros mismos a través de los demás provocando tanto risas como silencios cargados de emociones y empatía, de la misma manera que le sucederá al lector en su viaje a través de las letras que siguen a este prólogo. El debate nos acompañará mientras la creatividad y las opiniones existan, pero sí me parece importante señalar que el arte «es el concepto que engloba todas las actividades realizadas por el ser humano para expresar una visión sensible acerca del mundo, ya sea real o imaginario, mediante recursos plásticos, lingüísticos o sonoros, que permite expresar ideas, emociones, percepciones y sensaciones».
Apenas lo que somos es, como decía Picasso, «una mentira que nos acerca a la verdad»: no una quimera en sí, sino una materialización ficticia de aquello que la verdad y la realidad no pueden contener ni abarcar. La experiencia de lectura que propone el autor, ciertamente viva, intensa y perdurable, nos permite contemplar esa realidad y esa verdad desde ángulos y rincones diferentes a los habituales. La mirada, la perspectiva y la experiencia son los ya recogidos en El emocionario. Se nos invita a mirar nuestro mundo y a entrar en contacto con él de manera más vivencial y sentida y, en esta ocasión, por medio de la confrontación con la verdad acerca de nosotros mismos.
Apenas lo que somos es una suerte de espejo (mágico, como corresponde a los cuentos) en el que vemos reflejada nuestra realidad de forma ampliada y profundamente sincera. Aunque en algún momento nos parezca encontrarnos ante el laberinto de los espejos de nuestra infancia, a la postre advertimos que esas imágenes deformadas tienen que ver con la realidad más de lo que nos gustaría reconocer.
El autor, sabiamente, nos reconcilia con esa realidad rechazada, ya que nos la presenta disfrazándola de manera cómica, satírica e incluso irreal y disparatada, para que podamos admitirla y terminemos reconociéndonos en ella. Su propia mochila vital le permite, sin duda, proporcionarnos todas estas experiencias; estamos así ante un autor despierto y con los ojos bien abiertos ante todo lo que la vida le ofrece.
Por eso os invito a disfrutar del recorrido que se nos propone a través del amor y la vida: un tránsito plagado de experiencias que, ya sean sentidas, anheladas, perdidas, fantaseadas o culminadas, llegan hasta los más recónditos lugares y se ponen a nuestro alcance para que podamos vivirlas y nos dejen luego un suave regusto en el paladar. Me parece difícil encontrar mejor guía para este camino…
Eduardo Panadero Psicoterapeuta y observador del mundo
Amor y otros accidentes
Érase una vez un joven convencido, porque así lo decían los libros, de que, en el amor, el espíritu se sobreponía a la materia. Como objeto de sus sueños escogió a una joven delgada de mirada lánguida y aspecto vaporoso. Le escribió cartas profundas y ella accedió, sin dificultad, a acudir a una cita en su casa de las afueras. Sentados en un sofá, frente al ventanal del salón, contemplaron las montañas enrojecidas por el atardecer. Él tomó su guitarra y susurró canciones de amor cerrando los ojos para dar la mayor intensidad posible al momento. Cuando se hizo el silencio y miró a su amada, comprobó que estaba dormida y roncaba suavemente.
Roberto Bieger Herrera
El final de la carta
Isabel lo había dado todo por la vida. Sin embargo, no había resultado correspondida, como si de la relación con un hijo desagradecido se tratara. A pesar de ello, no sabría decir desde cuándo, saboreaba con deleite el transcurso de los días. Hacía mucho tiempo que la penuria de sufrir y observar el sufrimiento consecuencia de haber vivido una guerra había cesado. Aun así, todavía podía sentir el horror al recordar la presencia constante e indisoluble del miedo, algo que incluso le hizo llegar a creer que todo aquello era mentira y que vivía atrapada dentro de un mal sueño. Ahora, en cambio, disfrutaba de su realidad como algo indiscutiblemente cierto. Sentía, sin haberlo pedido, que le habían dado la oportunidad de restaurar su existencia. Esta se asentaba en un intervalo de quietud cuyo final podría precipitarse en cualquier momento debido a su edad, algo de lo que era consciente.
Isabel había enviudado al poco de comenzar la contienda. Tenía diecinueve años y estaba embarazada de cinco meses cuando dos guardias civiles llamaron a su puerta y le comunicaron la muerte de Antonio en el frente. Le hicieron entrega de su zurrón de cuero cuarteado, en cuyo interior encontró un trozo de jabón, sus quevedos con tan solo un cristal, una navaja de afeitar envuelta en papel encerado y aquella carta a medio escribir que simbolizaba el camino emprendido y no finalizado, los abrazos y los besos que se habían perdido para siempre en algún lugar. Desde la lucidez del dolor, no tuvo otra que aceptar de manera prematura, con una certidumbre autoritaria, que estamos aquí de prestado, hecho que nunca había dejado de tener presente, si bien ahora esa verdad había dejado de ser una amenaza para convertirse en la razón para degustar cada segundo como si de la última gota de agua dulce en medio de la mar se tratara. No tenía miedo a la muerte, ya no le aterraba