Las trincheras de los cuidados comunitarios. Varias Autoras
gustaría explicitar a lectoras y lectores que la obra que tienen entre manos se respalda en una impronta crítica. Quisiéramos detenernos algunos momentos en declarar dicha impronta, circunscribiéndola a por lo menos tres ejes de debate.
En primer lugar, convocamos a reflexionar críticamente sobre las formas de nombrar a las personas que han superado los 60 años. Por lo general, las autoras de este libro adherimos al término “personas mayores”. No obstante, en ciertos capítulos, hemos debido recuperar otras expresiones, como “adultos mayores”, o incluso “ancianas”. Enfatizamos que, si utilizamos estos conceptos, es porque son las herramientas conceptuales de autoras y autores a quienes aludimos y con cuyos argumentos dialogamos (ya fuera para refutarlos, reformularlos o recuperarlos parcialmente). Nos detenemos en este punto porque creemos necesario clarificar, desde el inicio, cuál será la terminología asociada a las protagonistas de esta investigación.
Los conceptos “adulto mayor” y “persona mayor” se utilizan sobre todo en el marco de la política pública, sustituyendo términos como “viejo”, “anciano” o “senescente” que se asocian a imágenes negativas sobre la vejez. La incorporación del concepto “adulto mayor”, utilizado también por los medios de comunicación, así como desde ámbitos tan diversos como las ciencias de la salud, o las ciencias sociales en Chile, asocia el proceso de envejecimiento al ejercicio de derechos, tratando con ello de transformar ciertos marcos valóricos. En términos formales, se considera en Chile que son adultos mayores las mujeres con 60 años o más y los hombres con 65 años o más. Es decir, “adulto mayor”, “persona mayor”, “de la tercera”, “de la cuarta edad”8 y “abuelo/a” son usados con el propósito de superar las miradas negativas hacia el envejecimiento.
Empero, ninguno de estos términos está del todo libre de cargas peyorativas. Por ejemplo, la palabra “abuelo/a”, muchas veces utilizada con su diminutivo “abuelito/a”, reproduce cierta mirada infantilizadora, proyectando a las personas mayores como sujetos pasivos (y alejados de la vida productiva). Esta pasividad y alejamiento son cada vez menos frecuentes entre las personas mayores en Chile, que siguen trabajando hasta edades muy avanzadas. Además, la posición de abuelo/a implica mucha actividad familiar, ya que está a su cargo gran parte de las tareas de cuidado de sus nietos/as. Al mismo tiempo, el concepto “adulto mayor” reproduce cierto sesgo androcéntrico: es una expresión en masculino, que refiere a los hombres y engloba a las mujeres. Como veremos en los capítulos de este libro, el género define experiencias diferenciadas respecto del proceso de envejecer y en este término la experiencia validada se sitúa solamente en el género masculino.
Por todo lo mencionado, este libro pretende ir más allá de los sesgos recién enunciados, denominando, de manera consciente, comprometida y militante, al sujeto protagonista de nuestra etnografía como “mujeres mayores” y como “personas mayores”. Adherimos a estos términos desde el reconocimiento de que existen experiencias diferenciadas en el proceso de envejecer. Comprendemos que es necesario pensar este proceso desde su heterogeneidad, es decir, concibiéndolo como interseccionalmente atravesado por marcadores de género, estratificación socioeconómica, etnicidad/racialidad, condición nacional, sexualidad, por mencionar algunos factores. Con ello, tratamos de contribuir a superar no solo el androcentrismo de las ciencias sociales, sino también el edadismo, el clasismo y el racismo.
Esta postura política e interpretativa que acoge los términos “persona mayor” y “mujeres mayores” se encuentra en completa sintonía con los términos que nuestras propias colaboradoras han elegido para designarse a sí mismas. En antropología social y cultural, desde los años sesenta (Berreman, 1966; Dundes, 1962; Harris, 1976), se comprende que las formas de representar a los grupos y personas no es universal, sino que es situacionalmente cultural. Esto significa que las identidades son situacionales y, por lo mismo, lo son también las maneras de designarlas. Por ello, conviene destacar que en diversos momentos del libro (particularmente en los capítulos IV, V y VI) mencionamos a las mujeres con las cuales trabajamos en nuestra etnografía con los términos que ellas elegían (por ejemplo, como “señoras” o “doñas”). Adoptamos, entonces, las formas como se trataban entre sí y como nos pedían ser tratadas. En este sentido, nuestro trabajo ha tratado de recuperar también los usos lingüísticos “emic”9.
En segundo lugar, aunque seguramente lectoras y lectores se darán cuenta más adelante, nos gustaría dejar sentado desde un principio que este es un libro situado desde un marco feminista y, específicamente, desde la antropología feminista. En el caso específico de nuestros tres estudios de caso, esto ha significado tener siempre en mente el papel estructurante de las desigualdades de género-parentesco10 y de estratificación socioeconómica que se producen y reproducen en la vida de las mujeres estudiadas. También ha significado tener presente las múltiples dicotomías sobre las que se soporta, específicamente, la experiencia femenina de cuidar y ser cuidado durante el proceso de envejecer, entre ellas: naturaleza/cultura, altruismo/interés personal, público/privado, producción/reproducción, autonomía/dependencia, viejo/joven. Pero el enfoque que utilizamos estuvo centrado en analizar no solo las desigualdades sociales que se producen y reproducen en la vejez, sino también aquellos aspectos del ser mujer mayor que son una fuente de alegría y fortaleza (Gibson, 1996: 435). Como convocó Bernard (2001), hemos intentado avanzar en un análisis feminista con ideas y fundamentos propios que permitiera dar cuenta de las realidades de género en el envejecimiento.
En tercer lugar, declaramos que este libro cuenta historias y experiencias vividas/recopiladas antes del estallido social que atravesó Chile a partir del 18 de octubre de 2019. La eclosión del estallido fue inicialmente motivada por el alza en el valor del pasaje del metro en 30 pesos chilenos (lo que lo elevó por sobre un euro y cerca de 1,3 dólares, convirtiéndolo en uno de los más caros del mundo con relación precio-distancia). Pero las protestas pronto pasaron a incorporar también quejas por otras múltiples desigualdades que experimentamos quienes vivimos en territorio chileno: el acceso a la salud, vivienda, pensiones, educación, recursos naturales, entre muchos otros factores. La convergencia de todas estas demandas impulsó la llamada “marcha más grande de la historia”, realizada el viernes, 25 de octubre de 2019, en la capital del país (Santiago) y replicada en las semanas subsecuentes.
En esta marcha, en medio a una multitud de más de 2 millones de personas, marcharon también miles de hombres y mujeres mayores, quienes se han convertido en protagonistas de las manifestaciones. Su participación ayudó a sincerar el malestar colectivo de las personas mayores en Chile frente a las desigualdades sociales y la forma como ellas se van magnificando en sus cursos de vidas, debido a las inequidades del modelo económico y estatal neoliberal adoptado en el país desde la dictadura de Augusto Pinochet. Este protagonismo y este malestar de las personas mayores se desplegó en su presencia masiva en cacerolazos, manifestaciones, concentraciones, cabildos e, incluso, en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad en las calles.
Tras meses de conflicto, la crisis social chilena fue agudizada con la pandemia global provocada por el Covid-19. Con esta compleja situación, se vuelve todavía más evidente la inequidad y las extremas dificultades enfrentadas por las personas mayores en el país. Chile viene enfrentando, entonces, una crisis de reproducción social donde suceden tres procesos vinculados que impactan sobremanera a la población mayor: el aumento generalizado de la precariedad vital, la proliferación de exclusiones y la multiplicación de las desigualdades sociales (Pérez, 2017: 203).
Si bien este libro reúne resultados de investigación anteriores a la eclosión de estas dos crisis en Chile, las reflexiones y data empírica que aquí presentamos permiten comprender varios de los desenlaces del contexto actual. En este sentido, la presente obra visibiliza la sobrecarga de trabajo (remunerado y no remunerado) que tiene la gran mayoría de las mujeres, en todas las etapas de sus vidas, intensificándose en momentos de crisis sanitarias, económicas y de cuidados e impactando, más si cabe, su acceso al bienestar en la vejez. Este libro se publica en un momento en que el pueblo de Chile lucha por resistir y sobrevivir. Este desafío nos convoca, como sociedad, a reconocer la importancia del trabajo de cuidados para el sostenimiento de la vida, dignificando, con su visibilización y valoración, el trabajo de tantas mujeres, en todas sus edades.
Travesía