México ante el conflicto Centroamericano: Testimonio de una época. Mario Vázquez Olivera
de los Doce habían concertado una cita, primero con Jesús Reyes Heroles, secretario de Gobernación, y después con el propio presidente José López Portillo. Estuvieron presentes, entre otros: Sergio Ramírez; el rector de la Universidad Centroamericana, el padre Miguel D’Escoto; los dos jesuitas Cardenal, Ernesto y Fernando; y el director del Instituto del Café de Nicaragua, de apellido Coronel. Su objetivo era explicarle a López Portillo lo que estaba sucediendo en Nicaragua, la historia de la lucha contra Somoza y la idea de que el Grupo de los Doce se convirtiera en un brazo político del ejército sandinista para así darle legitimidad. López Portillo los recibió, los escuchó y les dijo que les deseaba mucha suerte en su lucha, pero que México tenía un fuerte compromiso con la no intervención.
Uno de ellos, Joaquín Cuadra, padre de quien después fue jefe del Ejército Sandinista, le dijo que no se preocupara, que estaban muy satisfechos por el simple hecho de que el presidente de México los hubiera escuchado y que eso animaría a sus hijos en la montaña20 Según Iruegas, esto impresionó profundamente a López Portillo y les pidió que le explicaran como era que sus hijos estaban en la montaña. No podía entender que los hijos de un grupo de la pequeña burguesía nicaragüense fueran combatientes sandinistas que luchaban contra Somoza. Eso lo conmovió porque era un hombre formado en la ideología de la revolución mexicana y esa afirmación les dio a esas personas un aval moral indiscutible.21 Por ello, cuando fue invitado a Managua para celebrar el Segundo Aniversario de la Revolución, pronunció un discurso en el cual afirmó que había habido tres grandes revoluciones en América Latina en el siglo XX: la mexicana, que privilegió la libertad sobre la justicia, la cubana, que privilegió la justicia sobre la libertad, y la nicaragüense, a la cual le tocaba encontrar el equilibrio entre ambas cosas.22
De acuerdo con el testimonio de Iruegas, esa reunión fue el antecedente de la decisión de otorgar el asilo a siete miembros del Grupo de los Doce, encabezados por el escritor Sergio Ramírez, en la Embajada de México en Managua un año más tarde.23 El Grupo de los Doce se había retirado del Frente Amplio Opositor24 cuando éste, junto con la Organización de Estados Americanos, pretendieron negociar una salida pacífica al conflicto a través de lo que se denominó “un somocismo sin Somoza”, para lo cual contaban con el apoyo del gobierno de Washington, en ese momento encabezado por Jimmy Carter.25 De aquí que, a finales de octubre de 1978, Iruegas recibiera un mensaje de la Cancillería que decía que siete políticos nicaragüenses se presentarían a solicitar asilo a la Embajada y que debía concederlo.26 Como habían abandonado la negociación, Iruegas no esperó a que ellos llegaran a la sede diplomática, sino que los fue a buscar a las casas en donde se encontraban ocultos. Iruegas relataba que, esa misma noche, informaron a la Cancillería que los “siete doceavos” habían abandonado la negociación con la OEA y que ya estaban asilados en la Embajada”.27
Una política activa
Los tres primeros años del gobierno de José López Portillo se caracterizaron por un importante esfuerzo de acercamiento a Estados Unidos y por el repliegue de la participación de México en los foros internacionales debido a que, para algunos, el fenómeno del “tercermundismo” impulsado por el presidente Luis Echeverría había hecho mucho ruido en el exterior y deteriorado las relaciones con el vecino del norte. La política exterior mexicana fue más cautelosa y conciliadora, y tuvo como base el reconocimiento de que en un contexto de recesión económica y deterioro de las instituciones políticas, la dependencia de México hacia Estados Unidos era inevitable.28 Sin embargo, a partir de 1979, el petróleo se convirtió en la base material para que México desarrollara una política exterior activa, no solo en el discurso, sino que buscara ejercer su influencia en los asuntos internacionales, particularmente en la crisis centroamericana.29
Así, la política exterior de México hacia la región centroamericana adquirió un perfil activo sin precedente. México optó por el activismo en su relación con los países de Centroamérica y decidió otorgar su apoyo a los procesos de cambio social en el istmo, con lo que manifestó una clara vocación “centroamericanista”.30 Hasta entonces, México había sido activista ex post facto, es decir, su política exterior era más bien defensiva o reactiva. Sin embargo, a partir de 1979, el gobierno mexicano empezó a formular iniciativas, metas y estrategias. La nueva política exterior mexicana buscaba varios objetivos: crear una esfera de influencia en la región centroamericana, factible por la cercanía geográfica, histórica y cultural; establecer alianzas entre el gobierno de México y los grupos ubicados a la izquierda del espectro político centroamericano, en este caso los sandinistas; convertir a México en un interlocutor válido para Estados Unidos en asuntos de terceros; cumplir con la función de legitimar el sistema político mexicano por medio de una política nacionalista que diera cabida a ciertos sectores progresistas de la sociedad mexicana.
La crisis política centroamericana hizo evidente la importancia geopolítica de la región para México y la necesidad de jugar un papel activo en la solución de los conflictos. Además, dado que la relación histórica con Estados Unidos había sido tradicionalmente directa y estrictamente bilateral, se vio la necesidad de inyectar otros elementos a la relación para ampliar el marco de negociación y modificar la correlación de fuerzas.31 Por último, el cambio en la política exterior de Washington con el advenimiento al poder de Ronald Reagan en 1981, particularmente el apoyo que éste otorgó a la “contra” en Nicaragua, intensificó la situación de crisis en la región, por lo que para el gobierno mexicano resultó indispensable evitar la regionalización del conflicto, ya que éste podría poner en peligro su propia seguridad.
El objetivo estratégico del gobierno de López Portillo era garantizar la estabilidad política de la región y eliminar un foco de tensión en su frontera sur. Lo que estaba en juego eran los intereses mexicanos y Centroamérica se encontraba demasiado cerca como para permanecer indiferentes a lo que sucedía en el istmo. Por ello, la política exterior no podía limitarse a la defensa de los principios sino que debía asumir un carácter activo32 El nivel de prioridad política de Centroamérica se modificó y la región se convirtió en un tema fundamental en la agenda internacional de México por lo que, a partir de entonces, empezaron a tratarse asuntos como el tipo de gobierno en Nicaragua, la situación político-militar en El Salvador, las relaciones de Estados Unidos con el gobierno sandinista y la posibilidad de un tratado de paz para los países centroamericanos.33
La intención de favorecer el cambio político en Centroamérica condujo al gobierno mexicano a brindar respaldo diplomático y ayuda material34 al gobierno sandinista de Nicaragua, así como a entablar relaciones con los grupos revolucionarios de El Salvador y Guatemala, a los cuales apoyó de distintas maneras. Además, en vista de la agresividad de la política norteamericana, era necesario volver a defender los principios de la no intervención y la autodeterminación de los pueblos en los foros internacionales.35 Para el impulso de esta diplomacia, el presidente López Portillo convocó a un grupo de funcionarios que comprendían la trascendencia de esta coyuntura y estaban convencidos de la necesidad de respaldar la transformación de las sociedades centroamericanas.36
Tal fue el caso de Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, diplomático de carrera reconocido por sus opiniones nacionalistas, quien en mayo de 1979 remplazó a Santiago Roel como titular de la Cancillería, así como de Porfirio Muñoz Ledo, quien fue nombrado representante permanente de México ante la Organización de las Naciones Unidas. Otro diplomático más joven, que simpatizaban abiertamente con la causa revolucionaria, fue Gustavo Iruegas, quien también desempeñó un papel destacado en la operación de la nueva política mexicana hacia Centroamérica.37
A principios de 1981, en una reunión con los embajadores mexicanos en Centroamérica y el Caribe, convocada por el canciller Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, éste explicó el sentido del viraje en la política exterior de México: se buscaba participar activamente en las cuestiones continentales y asumir la responsabilidad del gobierno mexicano frente a los países en desarrollo de la región.38 México se había propuesto adoptar una postura clara ante la coyuntura centroamericana, en el marco de la cual se definirían posiciones específicas con respecto a cada uno de los países del área. No se buscaba ejercer un liderazgo político, sino aplicar el principio de no intervención, hacer un manejo prudente de la cooperación