El no alineamiento activo y América Latina. Jorge Heine
Mundo los que se sienten amenazados por la dinámica de la economía política global, ni son los que erigen barreras para protegerse de ella. Son los propios países desarrollados del Norte, y muy prominentemente los Estados Unidos, los que abrazan el proteccionismo y el aislacionismo como banderas, reniegan del libre comercio, y promueven lo que llaman “comercio justo”. Y, no contentos con erigir esas barreras en sus propias fronteras, están empeñados en erigirlas también en los países latinoamericanos.
El neo-proteccionismo del Norte en la práctica
Un ejemplo de ello es el préstamo de 3.500 millones de dólares de la Corporación Financiera de Desarrollo Internacional (IDFC), entidad del gobierno estadounidense, a Ecuador. En los inicios de la pandemia covid-19, Ecuador fue zona cero de la epidemia en la región, con los cadáveres apilándose en las calles de Guayaquil. Además, con la caída de los precios del petróleo, se agravaron los problemas de la deuda externa del país. Aprovechándose de ello, en el mes de enero de 2021, ya a fines del gobierno del presidente Trump, el IDFC llevó la tan criticada condicionalidad de los préstamos de las instituciones financieras internacionales occidentales a nuevos extremos. El préstamo vino con dos condiciones. La primera fue que Ecuador se comprometiera a no utilizar ningún tipo de tecnología china en su red de telecomunicaciones. La segunda, que privatizara activos del sector público por un monto equivalente al préstamo. Como si fuese poco, los activos a ser privatizados no serían determinados por el gobierno de Ecuador, sino que en forma conjunta por ambas partes. Según Adam Boehler, el director ejecutivo saliente de la IFDC, este sería un “modelo novedoso” para expulsar a China de los países latinoamericanos, que lo había discutido con el equipo de transición de Biden, que lo habría visto como un “enfoque interesante e innovador” (Gallagher y Heine 2021).
Hay mucho de equivocado en este “novedoso modelo”. En primer lugar, significa utilizar a los países latinoamericanos como “carne de cañón”, a ser sacrificados en aras de la política de los Estados Unidos hacia China. Con esto, Estados Unidos ni siquiera está defendiendo su propia tecnología 5G en telecomunicaciones (de la que no dispone), sino que meramente bloqueando el acceso de empresas chinas a la región y retrasando el desarrollo económico de un pequeño país latinoamericano en dificultades. Por otra parte, el forzar a Ecuador a vender activos en plena crisis significa venderlos a un precio inferior al normal y no parece encaminado a favorecer el desarrollo del país. Más bien parece tener como objetivo reducir su capacidad estatal, disminuyendo sus recursos y generar abultadas ganancias para compañías extranjeras. Finalmente, el que la IFDC se asigne a sí misma un papel en seleccionar las empresas públicas ecuatorianas a ser privatizadas hace surgir serias dudas acerca de la transparencia de este proceso. ¿Es que ya hay empresas estadounidenses interesadas en ciertos activos ecuatorianos que han trasmitido ello a la IFDC? Demás está decir que ello iría en contra de las normas básicas de probidad de cómo se administran las privatizaciones y presenta interrogantes acerca del modus operandi de esta nueva entidad estadounidense, con solo un par de años de existencia.
Una política de NAA estaría orientada precisamente a evitar situaciones como esta en Ecuador, y a que los gobiernos de la región orienten su accionar según sus intereses nacionales y no según los de las grandes potencias que pretenden imponerle los propios.
¿Hacia una Segunda Guerra Fría?
Nuestro argumento, entonces, se basa en que, a comienzos de la tercera década del siglo XXI, hay suficientes elementos en común con lo ocurrido en la segunda mitad del siglo XX como para hablar de una Segunda Guerra Fría en ciernes. Para algunos observadores, ello sería una exageración (Bremmer 2020). A diferencia del conflicto surgido entre los Estados Unidos y la Unión Soviética en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, y que llevaría a un sistema internacional bipolar marcado por fuertes diferencias ideológicas y tensiones en el campo militar, lo que habría ahora sería algo muy distinto. El diferendo entre los Estados Unidos y China sería ante todo una competencia por la primacía global que se daría en lo comercial y lo tecnológico, sin los ribetes de un enfrentamiento entre dos tipos de sociedad ni la carrera armamentista que se dio alguna vez entre Washington y Moscú. Según esta perspectiva, estas tensiones se habrían exacerbado debido al peculiar estilo confrontacional del presidente Trump y algunas medidas tomadas por el gobierno chino en reacción a las manifestaciones en Hong Kong y su supresión de movimientos nacionalistas en Sinkiang, pero sería una exageración darle el carácter que tuvo el conflicto entre Washington y Moscú en su momento. De acuerdo a este razonamiento, el retorno de un presidente liberal y moderado, como es Joe Biden, a la Casa Blanca, como ocurrió en 2021, le pondría paños fríos a la escalada de tensiones con China, y las cosas retomarían su cauce de normalidad; esto es, el de una competencia natural entre la potencia hegemónica y una en ascenso, pero en ningún caso con las características de confrontación global que tuvo la Guerra Fría de otrora.
Para sorpresa de algunos, sin embargo, lejos de bajar el diapasón de la retórica anti-China, el gobierno del presidente Biden la ha subido (Sanders 2021). Sin limitarse a mantener las diferencias con Beijing confinadas a temas como la balanza comercial bilateral o los derechos de propiedad intelectual, el presidente Biden y sus colaboradores han planteado el diferendo con China como uno entre democracia y autoritarismo. Los esfuerzos por construir una coalición global anti-China han ido de la mano con una retórica no muy distinta de la del secretario de Estado John Foster Dulles en los cincuenta, y su apocalíptico contraste entre el así llamado “mundo libre” liderado por Washington, y las “naciones cautivas” bajo la férula de Moscú.
En esos términos, los esfuerzos por negar lo que es obvio, y pretender que el conflicto entre Estados Unidos y China no se continuará extendiendo, ni que alcanzará ribetes mayores, no son productivos. Lo que urge, por el contrario, es un diagnóstico adecuado de la coyuntura actual y su significado para América Latina. Esto no implica que no haya diferencias entre ambos tipos de diferendos entre grandes potencias. Las hay, y no son menores, como se puede ver en la Tabla 2.
Tabla 2
La Primera y la Segunda Guerra Fría
Protagonistas | Orden Global | Economía Mundial | Conflicto | Competencia |
1era Guerra Fría | ||||
(1947-1989) | ||||
EEUU y URSS | Bipolar | Fragmentada | Ideológico y Militar | En Tercer Mundo |
2ª Guerra Fría | ||||
(2020-) | ||||
EEUU y China | Multiplex | Globalizada | Comercial, Tecnológico, Ideológico y Militar | En Sur Global |
Fuente: Confección de los autores.
Con todo, hay suficientes elementos en común entre ambas épocas como para darse cuenta que el camino del NAArepresenta ahora la mejor alternativa. El margen de acción para las potencias medianas y pequeñas en un cuadro de conflicto de superpotencias depende en parte importante de la intensidad del mismo. De este escalar a niveles muy altos, la situación de los países no alineados puede llegar a ser insostenible. Sin embargo, en adición al “techo” en materia de conflicto que representa la presencia de armas nucleares, hay dos elementos adicionales que morigeran la intensidad de este. Uno de ellos es la globalización de la economía mundial, y el grado al cual cualquier interrupción de los flujos de bienes, servicios y capital afecta al sistema en su conjunto. La paralización del Canal de Suez por varias semanas ante el encallamiento de un carguero en abril de 2021, y su efecto a lo largo y lo ancho del mundo, es prueba al canto de ello. El segundo es el grado de interdependencia e interpenetración de la economía china y la estadounidense (el comercio bilateral en 2019 se aproximó a los US 700 mil millones de dólares).
En esos términos, el NAA abre un abanico de oportunidades hasta ahora inexistentes. En la medida en que la competencia estratégica por América Latina se acentúa, mayor es el poder de negociación de los países de la región, aunque ello también depende de la capacidad de acción colectiva.
Desbrozando un nuevo enfoque para una nueva época
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