Thomas Merton. Sonia Petisco Martínez

Thomas Merton - Sonia Petisco Martínez


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y abierta, totalizadora como la luz, inaugura el mundo a cada instante. Bajo ella, lo cotidiano adquiere una nueva dimensión, casi sagrada. La atención, la escucha en y desde el silencio se detiene en lo más sencillo pero, no por ello, menos sublime: “one turning leaf, two falling blossoms, ten circles upon the pond.”

      Es así que la verdadera poesía significará para Merton siempre un nuevo comienzo, poesis, acción creadora:

      All really valid poetry (poetry that is fully alive and asserts its reality by its power to generate imaginative life) is a kind of recovery of paradise […] Here, the world gets another chance. Here man, here the reader discovers himself getting another start in life, in hope, in imagination.68

      De este fragmento de su ensayo “Louis Zukofsky: the Paradise Ear” (1967), se desprende la intuición profunda de que la creación poética, en tanto acto creador, suele dispensar más vida que la propia vida, y la sospecha de que el amor y la vida, aunque dados, no se hallan acabados pues hay que crearlos y recrearlos. En la poesía – afirma Merton – “the world gets another chance,” porque hay mil veredas por las que todavía no ha caminado nadie. En otras palabras, la vida se nos aparece como posibilidad, esperanza de lo Otro, imaginación, sueño. Quizás, porque en la experiencia poética el lenguaje se transfigura, no divide sino une; es símbolo, no definición, no limitación: “the language itself is getting another chance, through the innocence.”

      “Inocencia” es una categoría religiosa axial para comprender qué entendía Thomas Merton por poesía. La mirada del auténtico poeta ha de ser, en su opinión, una mirada virgen, inocente, no contaminada, desnuda de ideas preconcebidas, pues, como ya hemos apuntado, únicamente desde el vacío y la transparencia lograda a través de un camino de desaprendizaje o interiorización profunda puede la realidad mostrársenos en su particular epifanía: “it is the renunciation of our false self, the emptying of self in the likeness of Christ, that brings us to the threshold of that true creativity in which God himself, the creator, works in and through us.”69

      La nostalgia de Dios ofrece a Merton una necesidad de explicarse el mundo desde una situación absolutamente nueva y vigorosa. Con mayor energía siente la grandeza espiritual que conforma el universo. En este sentido, su poesía se torna instrumento de salvación, un rostro absconditum en perpetua búsqueda de la palabra que se afirma y concluye en cada momento, en cada instante.

      ¿Cómo perseverar en ese lenguaje? El poeta apunta al carácter fundamental de la escucha, un problema real en nuestra civilización donde prima la visión y el mundo es imagen. Sabe que al Padre no se le puede ver: vemos al Hijo, escuchamos al Padre. No podemos ver a Dios Padre, que Milton describe en su libro III de Paradise Lost como “luminous effusion of a luminous uncreated essence,”70 porque su luz es tan intensa que cegaría nuestra vida terrenal. Nosotros no vemos porque, si viéramos, no preguntaríamos. El ser que interroga, el ser que pregunta, éste es el ser en escucha. La visión sólo llega a lo último, como conclusión, se aplaza, está justamente en esa dimensión del aplazamiento más radical. En The Strange Islands, primer volumen de poemas que Merton escribe singularmente tras haber superado su conflicto entre sus dos facetas de escritor y contemplativo, el poeta se vuelve escucha, acoge callando: “be still/ listen to the stones of the wall./ Be silent, they try/ to speak your Name,” escribe en “In Silence.”71 Y en “Elias-Variation on a Theme” conviene en subrayar una vez más: “O listen, Elias/ where the bird abides/ and sings alone […] Listen to his Word.”72 El monje nos convoca a estar siempre en reverente vigilia para recibir las palabras que representen un conocimiento nuevo, una cualidad sensitiva diferente, no sin antes advertir que es el silencio condición sine qua non para este encuentro: el gran silencio solar, el silencio de Todo, el silencio de Dios. Habitando este silencio, el ser se le da, se le otorga la vida.

      En otro de sus ensayos, “Symbolism: Communication or Communion,” Merton enfatiza la importancia de la palabra poética, del símbolo, como vehículo de unión con lo que realmente es:

      A true symbol points to the very heart of being […] The symbol awakens awareness, or restores it. Therefore, it aims not at communication but at communion. Communion is the awareness of participation in an ontological or religious reality: in the mystery of being, of human love, of redemptive mystery, of contemplative truth.73

      El poeta resalta el valor trascendente del símbolo, su poder para despertar y movilizar las energías vitales y de espiritualidad y para evocar una conciencia más profunda del significado último de la vida, a la vez que conecta al hombre con su ser verdadero. No obstante, se va a lamentar al mismo tiempo de la degradación y desacralización del símbolo en la sociedad científica y tecnológica, de su sometimiento a un discurso de signos y cifras cuya única función es la de identificar hechos y transmitir información, y lo que es más grave, del deterioro de la capacidad del hombre moderno para responder al lenguaje simbólico, algo que considera como síntoma alarmante de decadencia espiritual y alienación: “when man is reduced to his empirical self and confined within its limits, he is, so to speak, cut off from his own roots, condemned to a wilderness of externals where there can be no living symbols.”74 Ya en un artículo previo, “War and the Crisis of Language,” Merton se había preocupado por la supervivencia del símbolo en un mundo donde el lenguaje propagandístico, la jerga de los políticos, e incluso el lenguaje religioso, se había erigido en una especie de dictadura totalitaria capaz de desafíar cualquier vislumbre de contradicción o disentimiento, “a language of double talk, tautology, ambiguous cliché, self-righteous and doctrinaire pomposity, and pseudoscientific jargon that mask a total callousness and moral insensitivity, indeed a basic contempt for man.”75

      Ante el predominio de un discurso desarraigado del ser, Merton hace una llamamiento a los artistas y poetas – los más conscientes de esta desastrosa situación, y por eso mismo, los más inclinados a la desesperanza – para que restauren la vitalidad espiritual y creativa de una sabiduría simbólica y rechacen toda complicidad con la lógica y el lenguaje opresivo y proteico del poder: “if the contemplative and the poet forsake that wisdom and join in the triumphant, empty-headed crowing of advertising men and engineers of opinion, then there is nothing left in store for us but total madness.”76

      CRÍTICA DEL LENGUAJE: MUERTE DEL SÍMBOLO Y ALIENACIÓN HUMANA

      Podría pensarse, no obstante, que hay una cierta contradicción entre la exhortación que hace Merton a los poetas en su ensayo “Symbolism: Communication or Communion?” y su propia práctica poética según evidencian las composiciones de su última etapa, comenzando con Original Child Bomb (1962) y culminando en 1968 con Cables to the Ace y The Geography of Lograire, libros en los que, como tendremos ocasión de comprobar, Merton prescinde del simbolismo de la poesía tradicional y se decanta por el uso de signos indicativos absolutamente antipoéticos que rompen todo esquema establecido de verdad poética. Sin embargo, no existe tal paradoja, pues al imitar el lenguaje alienante de los medios de comunicación y de los “ingenieros de opinión,” no está haciendo otra cosa más que declarar la guerra a las formas deshumanizadoras del discurso contemporáneo, convirtiéndose su escritura en acción, no mimética o mecánica, sino crítica. Podría incluso sugerirse que es esta función metalingüística la que otorga a estos poemas una relevancia sin parangón.

      Con todo, en el tratamiento que hace Merton del tema fundamental del lenguaje al final de su vida sigue observándose esa dualidad recurrente en él, y nunca salvada o superada del todo, entre sus dos vocaciones, contemplativa y creativa. Si como sacerdote o director espiritual seguía todavía concibiendo al poeta como un profeta que denuncia las fuerzas coercivas o seductoras de la sociedad secular y restaura una visión espiritual de la realidad y del futuro, en cambio en su faceta de artista-poeta se interesó más por la parodia que por la profecía.77 Contempló la degradación del simbolismo en la sociedad tecnológica como una apertura a nuevas posibilidades para una poética innovativa que algunas estudiosos de su obra como David Cooper han definido de forma lúcida como “a radically experimental, postmodern antipoetry notable for its lack of moral fervor or prophetic inspiration, a poetry that does not resist ‘the mystifications of bureaucracy, comerce and the police state’ but rather submits


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