Thomas Merton. Sonia Petisco Martínez
but heaven’s everlasting freedom is found where men and angels sing forever in God’s own public language.50
De forma inspirada, Merton clarificaría, así, la unidad esencial entre poesía y mística: “in the true Christian poet − escribiría, finalmente, en “Poetry and Contemplation: a Reappraisal” (1958) − we find it hard to distinguish between the inspiration of the prophet and mystic and the purely poetic enthusiasm of great artistic genius.”51 Años más tarde, en las clases que impartió en Getsemaní a los novicios durante la década de los sesenta, Merton se haría eco de aquella afirmación de Kierkeegard acerca de la afininidad entre poesía y religión: “Poetic experience is analogous to religious experience. Through lack of understanding of how you connect with reality artistically and poetically, we tend to miss a great deal in our spiritual life.”52 Merton llega a considerar la experiencia poética como un gran beneficio para la vida contemplativa e invita a sus oyentes a penetrar la realidad poéticamente: eso que Rainer Maria Rilke definió en alemán como “einsehen,”53 mirar dentro, conectar con el ser íntimo de lo creado, en definitiva, llegar a poseer una visión religiosa de la realidad, o aquello que los padres griegos denominaban “contemplación natural” y que el maestro de Getsemaní describió como “a kind of intuitive perception of God as He is reflected in His creation.”54
POESÍA Y CREACIÓN: PURO AMANECER DE LA PALABRA
A lo largo de su obra Merton se acerca al misterio de la creación como epifanía de lo sagrado: “Everything that is, is holy […] Each particular being, in its individuality, its concrete nature and entity, gives glory to God by being precisely what He wants it to be here and now. Their inscape is their sanctity. It is the imprint of His wisdom and His reality in them.”55 Esta visión del mundo creado tiene connotaciones claramente cristianas y guarda perfecta consonancia con la de autores como Gerard Manley Hopkins o Duns Scotus. Basta con recordar el inicio del Evangelio de San Juan en el que se nos dice que el universo se asemeja a una ventana a través de la cual brilla la luz del Lógos, la Palabra gracias a la cual todo fue y es creado.56
Al igual que en el texto joánico, Merton encuentra una conexión intrínseca entre la creación como proceso de revelación de la Palabra y la Encarnación como culminación de ese proceso de desvelamiento y manifestación de Dios. Influido por la teología tomista y el pensamiento filosófico de Etienne Gilson,57 en Conjectures of a Guilty Bystander el universo es percibido como un faciendum, un irse haciendo, y el hombre como áquel que participa en ese acto puro de “estar siéndose” de Dios, el ens en se del que todo lo demás participa y es reflejo.58
Del mismo modo, en Love and Living Merton concibe la creatividad humana como “a prolongation of the creative work of God.”59 No se trata de un acto de afirmación de la identidad del artista, de su fama o prestigio, sino que por el contrario, implica una conciencia y la plena aceptación de la voluntad divina. Frente a una capacidad creativa considerada como instrumento de progreso técnico, poder de dominio y control sobre la naturaleza y otros seres humanos, o afirmación de una falsa libertad y una espúrea autonomía, Merton define “la creatividad monástica” como un abandonarse al amor de Dios: “True monasticism is nothing if not creative because it seeks to lose itself in union with God and so to find a totally new way of being in the world.”60
El monje reconocerá pues en su quehacer poético una profunda significación religiosa: la redención y recreación del mundo. La vocación de todo cristiano, artista o no, − escribirá en su ensayo de 1960 “Theology of Creativity” − es la de participar en la tarea de redimir su tiempo, de renovar la faz de la tierra: “Every Christian has his own creative work to do, his own part in the mystery of the ‘new creation’.”61 El impulso creativo no está, por tanto, reservado a una élite de talentos artísticos sino que se alza como una afirmación del valor infinito de cada persona en la dinámica vital de la creación entera. Todos, según Merton, estamos llamados a ser, de manera absolutamente personal y única, místicos, santos, y por tanto, creadores.
En este ensayo de madurez, Merton reflexionó de forma extensa sobre los conceptos de creación y creatividad. Comienza criticando nociones superficiales de creatividad entendida en términos de actividad frenética, productividad, logro personal del artista, o conformidad con la historia según es interpretada por la autoridad social o política. Frente a estas concepciones distorsionadas, e inspirado por el magisterio de cuatro pensadores contemporáneos, Paul Tillich, D.T. Suzuki, Ananda Coomaraswamy, y Jacques Maritain – cuya visión de la creatividad se inspira en una dimensión espiritual del ser humano y del mundo – Merton elabora una teología en la que enfatiza la colaboración con Dios en el proceso creativo y pone en tela de juicio la intención banal del creador autosuficiente convertido casi en un chamán, en un héroe, cuya obra no puede dejar de ser una manipulación mágica, absurda y servil de la realidad.
No existe creación auténtica, insistirá una y mil veces, que no implique una coparticipación en la tarea creadora divina: “all time and all history are a continued, uninterrupted creative act, a stupendous, ineffable mystery in which God has signified his will to associate man with himself in the work of creation.”62 Esto a su vez comporta una muerte al ego, al yo individual: “creativity becomes possible insofar as man can forget his limitations and his selfhood and lose himself in abandonment to the immense creative power of a love too great to be seen or comprehended.” Haciéndose partícipe de las enseñanzas del divulgador del zen D.T. Suzuki acerca de la obra de arte como expresión no del “yo” sino del “vacío”, de “suchness”, el maestro de Getsemaní afirma que sólo cuando el hombre se despoja de sí, es habitado por el Lógos, por la Palabra; y es entonces cuando puede recuperar su verdadera identidad a imagen y semejanza de Dios.
Un año más tarde, en su libro The New Man publicado en 1961, vuelve a incidir sobre este enigma del don de la palabra creadora que se le concede al ser humano. Inspirándose en el relato bíblico del Génesis, en el que, como ha señalado Northrop Frye “the forms are spoken into existence,”63 escribe:
God initiates Adam into the very mystery of creative action. But how? Not by doing violence to his human nature, intelligence and freedom and using him as an agent in drawing something out nothing. On the contrary, Adam’s function is to look at creation, recognize it, and thus give it a new and spiritual existence within himself. He imitates and reproduces the creative action of God first of all by repeating, within the silence of his own intelligence, the creative word by which God made each living thing. The most interesting point in the story is the freedom left to Adam in this work of ‘creation.’ The name is decided, chosen, not by God but by Adam.64
Tal es la razón que nos obliga a permanecer en vigilancia constante. No importa si esta conlleva extrañeza o desconcierto. Merton compara al poeta con un nuevo Adán que concede nombres a las cosas, que retoma “la palabra sin tiempo” de la que habla Aristóteles (Poética XX, 1457). Un nombrar que nace de un contemplare y que nos remite a un templum instaurador de nuevos espacios y de nuevas formas hasta entonces desconocidas del ser.65 Como ha señalado Brent Short con acierto: “Merton’s Adam, who was placed in the midst of the garden in the center of an untainted symbolic and imaginative celebration, was not only a thinker but a seer who peered into the deep things of God, giving utterances to what he saw and experienced.”66 Intérprete de los vuelos del espíritu en su poema “Stranger”, el alma del poeta se identifica con un pájaro que en el acto de mirar recrea el mundo en su permanente fluir:
When no one listens
To the quiet trees
When no one notices
The sun in the pool
When no one feels
The first drop of rain
Or sees the last star […]
One bird sits still
Watching the work of God
One turning leaf
Two falling blossoms
Ten