Atención y concentración. Néstor Braidot

Atención y concentración - Néstor Braidot


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evolución de nuestro cerebro, una manera de dirigir su desarrollo.

      Conducir u orientar la evolución de nuestro cerebro es esencial y, para lograrlo, debemos gobernar la atención, aquello a lo que le “prestamos” atención.

      El objetivo, por lo pronto, es aprender a percibir lo máximo: estimular de manera óptima nuestros cinco sentidos para que nos ayuden a mirar (y no solo ver), a oír (y no sólo escuchar), a oler, a degustar, a sentir con el tacto.

      Al mismo tiempo, debemos reconocer los estímulos internos, ese otro nivel de percepción que surge en nuestro interior, de nuestro conocimiento, de nuestras sensaciones, de nuestros prejuicios, de nuestra imaginación.

      Decidir por nosotros mismos a qué atender, en qué enfocarnos, hacia dónde concentrar nuestro interés es esencial para poder obtener beneficios de una cualidad de nuestro cerebro: la neuroplasticidad.

      En efecto, el cerebro es plástico: crece, mejora, evoluciona, cambia, aún cuando estamos en edad adulta.

      Y está demostrado que un adecuado foco atencional nos ayuda a conducir ese crecimiento, es decir, en transformarnos exactamente en la persona que queremos ser.

      Durante los últimos años, los avances en el estudio de las neurociencias y los análisis interdisciplinarios del cerebro permitieron una comprensión mucho más precisa de los mecanismos que propician la atención y la concentración.

      Por eso, aquellos que busquen desarrollar sus capacidades cerebrales encuentran en estos nuevos descubrimientos una excelente noticia: con el entrenamiento adecuado, todos estamos en condiciones de liderar la evolución de nuestro cerebro.

      El cerebro ejecutivo y la atención

      Las funciones ejecutivas del cerebro son procesos cognitivos que organizan los pensamientos, las ideas, los planes, la toma de decisiones y las acciones dirigidas a alcanzar una meta. Actúan como sustento de la personalidad, la conciencia, la sensibilidad social y la empatía.

      Por lo tanto, constituyen uno de los pilares fundamentales del desempeño de una persona todos los ámbitos de la vida: el trabajo, la vida social, las relaciones afectivas… Una persona no podría ser autónoma sin estas funciones.

      Dicho de manera simple, alguien que estudia, razona, opina, charla con un vecino, compra un regalo para su novia o apunta una cita en su agenda está, en ese preciso instante, utilizando las funciones ejecutivas, presentes en todas las actividades intelectuales, afectivas y sociales.

      Todo lo que hacemos en el día, minuto a minuto, segundo a segundo, está controlado por estas funciones.

      Apenas suena el despertador comienza una secuencia de pensamientos y acciones, como ducharse, vestirse, desayunar, leer el diario, tomar el subte y dirigirse hacia un lugar determinado.

      Todas requieren de un correcto funcionamiento de estas funciones, aún cuando las tareas son rutinarias.

      Como son esenciales para resolver problemas, su funcionamiento suele estar asociado a la inteligencia, en especial a la que se necesita para establecer relaciones entre los hechos, comprenderlos y tomar decisiones acertadas.

      Pero las funciones ejecutivas son mucho más que eso y tienen una participación clave en aspectos como la autonomía, el libre pensamiento, la motivación y las emociones.

      “Son las capacidades necesarias para llevar a cabo una conducta eficaz, creativa y socialmente aceptada”, definió la neuropsicóloga estadounidense Muriel Deutsch Lezak, la primera en utilizar el término “funciones ejecutivas”.

      “Las funciones ejecutivas son un conjunto de destrezas relacionadas con el planeamiento, la formación de conceptos, el pensamiento abstracto, la toma de decisiones, la flexibilidad cognitiva, el uso de la realimentación, la organización temporal de eventos, la inteligencia general o fluida, el monitoreo de las acciones y, especialmente, el ajuste entre el conocimiento de las normas sociales y su cumplimiento contextual”, concluyeron J. L. Saver y A. R. Damasio, luego de haber analizado casos de pacientes con trauma en la zona frontal, de la que dependen estas funciones.

      En resumen, los principales procesos de los cuales depende el desempeño de las funciones ejecutivas son:

       Atención: focalizada, selectiva y sostenida.

       Habilidad visoespacial.

       Memoria de trabajo y de largo plazo: retención y actualización continua de la información.

       Memoria procedural. La que se utiliza por ejemplo para conducir o escribir sin mirar el teclado (automatismos).

       Motivación.

       Emociones, vida afectiva.

       Lenguaje.

      Entre los síntomas que pueden revelar un mal desempeño de las funciones ejecutivas, se cuentan:

       Distracción, dificultades para focalizar la atención y concentrarse.

       Dispersión: inconvenientes para iniciar y finalizar una tarea.

       Problemas de memoria.

       Inconvenientes en la formulación de metas, planificación y ejecución.

       Fallas en el control de los impulsos y consecuentes comportamientos que provocan rechazo social.

       Carencias en la construcción de relaciones afectivas y sociales.

       Dificultades para manejar secuencias de información.

       Poca habilidad para establecer el orden temporal y organizar el tiempo.

       Reducción de la fluidez verbal.

      Aun cuando intervienen en la vida afectiva, las funciones ejecutivas se consideran cognitivas por excelencia, ya que desempeñan una especie de liderazgo.

      Alguien que necesita contar que acaba de cambiar su automóvil requiere habilidad lingüística para elaborar su relato, memoria para recordar la marca, el color y las características técnicas del vehículo y capacidad visoespacial para orientarse y conducirlo sin chocar ni atropellar a nadie, entre muchas otras capacidades.

      Si el cerebro no contara con una función que coordine y controle a las otras, difícilmente podría orientar su comportamiento hacia una meta.

      Cuando las funciones ejecutivas se alteran como consecuencia de una lesión provocada por un daño físico o una enfermedad.

      La persona afectada tiene dificultades en su vida cotidiana debido a que no puede prestar atención ni concentrarse, su comportamiento pasa a ser errático y hasta puede cambiar su personalidad: es común que se vuelva irascible.

      Existen malos hábitos que afectan el desempeño de las funciones ejecutivas:

       Dormir mal y poco.

       Eludir la actividad física.

       No controlar el sobrepeso.

       Consumir drogas y alcohol.

       Vivir estresado, sin hacer nada por evitarlo.

      Para comprender muchos de los conceptos que se van a verter en este libro es necesario conocer previamente cuáles son las partes del cerebro relacionadas con el mundo de la atención.

      El cerebro es el órgano que alberga las células que se activan durante los procesos mentales conscientes y no conscientes y que cada una de las partes que lo componen tiene una función específica, que es resultado de la activación y combinación de mecanismos complejos.

      Sus funciones se agrupan en tres grandes conjuntos:

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