La ruralidad que viene y lo urbano. Absalón Machado Cartagena
y la globalización, sin llegar a establecer una distinción entre lo urbano y lo rural. Acá, adoptamos una ruta diferente para inducir transformaciones en el actual modelo de desarrollo con una propuesta situada entre los sueños de Tomas Moro y otros, y la realidad actual.
El concepto de eutopía resulta adecuado para proponer un proceso de transformación centrado en el rediseño de la ruralidad y de las relaciones rural-urbanas actuales. Esto conlleva finalmente a estructurar una serie de procesos encadenados y acumulativos que en el largo plazo conducirán a la implementación de un modelo alternativo de desarrollo. Según Mumford, hay dos clases de utopías5: las de escape, que dejan el mundo tal como es, pues procede a través de la construcción de castillos en el aire, y las de reconstrucción, las cuales buscan cambiarlo de manera que pueda actuarse con él en nuestros propios términos. La primera es un relato sin rumbo, mientras la segunda es intencional y pretende reconstruir lo existente; es la eutopía. Este es el camino mejor adaptado a nuestra realidad, posibilidades y propósitos.
En este sentido, se puede aceptar la afirmación de Bregman de que “es hora de regresar al pensamiento utópico” (2017, p. 28) y buscar “horizontes alternativos que activen la imaginación” (Ibídem) para alcanzar un orden social imaginado mediante la transformación de lo existente para un mejor vivir. Sin embargo, el camino no es necesariamente el de la utopía como tradicionalmente se ha concebido, resulta preferible una senda de transformación que no termine en un mero idealismo.
El rediseño de la ruralidad se acerca a la utopía de reconstrucción, es decir, a la eutopía, consistente en lo que Mumford define como:
[…] la visión de un entorno reconstituido que está mejor adaptado a la naturaleza y los objetivos de los seres humanos que lo habitan que al ambiente real; y no meramente mejor adaptado a su naturaleza real, sino mejor ajustado a sus posibles desarrollos. (Mumford, 2015, p. 33).
También agrega más adelante: “No tenemos que abandonar el mundo real para penetrar en esos otros mundos realizables, porque estos siempre surgen de aquel” (Ibídem, p. 37).
El autor no se queda solamente en proponer transformaciones materiales en el mundo que nos rodea (el entorno reconstruido), avanza cuando indica que se trata también de incorporar:
[…] nuevos hábitos, a una escala de valores inédita, a una red diferente de relaciones e instituciones y posiblemente —pues casi todas las utopías enfatizan el factor de la crianza— a una alteración de las características físicas y mentales de las personas elegidas, mediante la educación, la selección biológica, etc. (Ibídem, p. 33).
El autor deja abierta la discusión con una afirmación básica que se desarrolla más adelante y representa la esencia de cualquier eutopía o proceso de transformación reconstructivo:
Para poner fin a la desintegración de la civilización occidental y poner en marcha su reconstrucción, el primer paso consiste en la transformación de nuestro mundo interior, de forma que establezcamos un nuevo fundamento para nuestro conocimiento y nuestros proyectos. La realización del potencial de la comunidad —que es el problema fundamental de la reconstrucción eutópica— no es un simple asunto de economía, eugenesia o ética, como han remarcado diversos especialistas en la materia y sus seguidores políticos. (Ibídem, p. 250).
Así pues, soñar es construir y los sueños se construyen en compañía, aplicando el criterio de humanidad. Se estructuran mediante la edificación de propuestas y proyectos guiados hacia la configuración de un nuevo estado de la situación con fundamento en la ciencia y el examen de los ideales. No somos el sueño de muchos, somos utopías cumplidas, como dice el profesor Memo Ánjel en una de sus conferencias. Lo propuesto aquí es justamente un sueño, pues la eutopía es la esperanza que se percibe en la dinámica social y en las contradicciones y conflictos del orden existente y los ímpetus para llegar a un orden deseado.
El primer paso para la transformación consiste en cambiar nuestro mundo interior y realizar el potencial de la comunidad, reto principal de la reconstrucción eutópica. Esto coincide con los planteamientos sugeridos por Ervin Laszlo, que buscan implícitamente la humanización del mundo, sacando el hombre del torbellino del egocentrismo codicioso generado por el mal antropoceno.
Según Mumford, la ciencia debería centrarse en las comunidades locales y las regiones en particular y sus problemas, para introducir en ellas una jerarquía definida de valores humanos, porque allí es donde deben aplicarse los conocimientos. Esto significa que lo que requerimos no es la ciencia en sí, sino una ciencia instrumental al servicio de la comunidad y de los más necesitados; una eutopía fundamentada en la ciencia como un instrumento adaptado a las necesidades humanas.
La ciencia es valiosa si sus investigaciones pueden aplicarse en una comunidad en particular, en una determinada región, y se ocupan de lo real (la ciencia como sistema al servicio del hombre), no como un pasatiempo o como un idolum arbitrario, como señala ese autor. El tema persigue la humanización de la ciencia y sus resultados; el conocimiento, más como una herramienta que como un motor. Mumford nos recuerda también una directriz esencial: sin sueños, los avances de la ciencia pueden ser ingobernables.
No se trata de poner el deseo por encima de la realidad, como lo hicieron los utopistas clásicos, sino de construir sobre la realidad, reinventando lo que se ha construido consciente o inconscientemente. Esto implica promover una especie de reconstrucción creativa, concepto que puede asimilarse con el que usó Joseph Schumpeter de “destrucción creativa”, el cual aplicaba perfectamente al surgimiento del capitalismo donde la idea de la innovación era clave en los procesos disruptivos de transformación. Algunos han sugerido que el autor finalmente era pesimista con respecto a la sostenibilidad de un proceso de esa naturaleza, pues debilitaba los marcos mismos del desarrollo capitalista.
Conviene indicar que, en el caso colombiano, no existen textos claramente orientados hacia un idealismo utópico que consideren directamente lo rural. Sin embargo, puede mencionarse al respecto la propuesta de Julio Silva Colmenares (2013) sobre una utopía posible. Esta aborda la configuración de un mundo mejor que conduzca a la libertad y la felicidad. El autor propone un modo de desarrollo humano donde se generan acciones mancomunadas y complementarias entre el Estado y el mercado, y la solidaridad social. Esta idea es muy similar al lema “Más Estado en el mercado, menos mercado en el Estado, y más participación de la sociedad en el diseño de políticas públicas y su implementación”, incluido inicialmente en el Informe nacional de desarrollo humano, Colombia rural (2011) del PNUD.
Asumir una visión desde la eutopía significa regresar a la política y no sustentarse en una tecnocracia apolítica que decide buena parte de la suerte de los demás con base en un conocimiento técnico y una manera de formular políticas sin la participación de la comunidad o de los actores potenciales, sean beneficiarios o perdedores en la misma. Frecuentemente, los técnicos tienden a seguir modelos estilizados de políticas provenientes de países donde supuestamente se han resuelto los problemas y se han alcanzado mejores niveles de vida y donde el éxito se mide por los crecimientos del Producto Interno Bruto PIB, no por la felicidad y el alcance de un mundo sostenible, de una vida buena, donde todos puedan disfrutar de un mayor bienestar según su diversidad de pensamientos y proyectos de vida.
Nuestra propuesta se sitúa en el camino trazado por Mumford para la eutopía. Llega hasta la consideración de una conciencia más universal y ética de mayor alcance, como la sugerida por Laszlo en sus trabajos en el Club de Budapest, especialmente en sus libros: El cambio cuántico (2009), La naturaleza de la realidad (2017) y Reconnecting to the source (2020); si bien también se parte de las enseñanzas de los antiguos maestros védicos de la India como punto esencial de referencia.
Como indicó Mumford: “El objetivo del verdadero euto-piano es el cultivo de su entorno, y decididamente no el cultivo —ni mucho menos la explotación— del entorno de otra persona” (Mumford, 2015, p. 287). Aquí el autor recuerda el precepto final del Cándido de Voltaire: “hay que cultivar nuestro jardín” (Ibídem). No le debemos temer a una propuesta que surja de la realidad de nuestro entorno, pues será fácil sentarla sobre cimientos firmes. Como dice el papa Francisco, “cuidemos nuestra casa común”.
Muchos analistas se preguntan con justa