La estabilidad del contrato social en Chile. Guillermo Larraín
modelos que fueron diseñados para “canalizar la controversia” de modo que “las personas honestas no puedan estar en desacuerdo”. ¿Qué sucede cuando la sociedad valora algunas de esas intervenciones gubernamentales? Ese es el punto de partida de la economía keynesiana.
La revolución neoclásica liderada por Lucas, Sargent o Wallace a comienzos de los años setenta tuvo una gran influencia en el keynesianismo. Lucas sugiere que incluso antes, comenzando con Paul Samuelson, “hubo un esfuerzo por unificar la economía keynesiana con la economía neoclásica”, en el sentido de proporcionarle microfundamentos. Paradójicamente, agrega: “A medida que avanzamos más y más hacia encontrar algo que parecía ser una base microeconómica común, la economía se hizo cada vez menos keynesiana. Finalmente, algunos decidimos que no era keynesiana en absoluto”.
Por lo tanto, el enfoque del gobierno limitado se instaló dentro del campo keynesiano mediante esta herramienta metodológica. A lo sumo, hubo acuerdo en que la distribución del ingreso resultante de un mercado eficiente podría ser demasiado desigual o que algunos bienes “de mérito” debían ser distribuidos de una manera no mercantil (Tobin, 1970). Uno de los focos importantes de la economía neokeynesiana, que es la mezcla de objetivos keynesianos con instrumentos neoclásicos, era precisamente sobre las desigualdades. La relevancia de esa línea de investigación ha estado creciendo en las últimas dos décadas, a medida que la distribución de ingresos ha empeorado en el mundo desarrollado.
El utilitarismo y el poder de los números
Otro elemento atractivo del análisis utilitario son los números y su análisis estadístico. La disponibilidad de grandes bases de datos está aumentando, y el análisis estadístico se vuelve cada vez más sofisticado. El uso de datos tiene la intención, nuevamente, de canalizar debates ideológicos: “dejemos que se hable de datos” es una frase que se escucha a menudo entre los economistas.
De nuevo, este es un objetivo razonable. Sin embargo, hay fuentes de error no evidentes que pueden llegar a ser importantes. Una es absurda: la calidad de los datos puede ser mala (fuentes poco confiables, cambios en los criterios estadísticos, empalmes de series mal realizados, errores administrativos). Otra es más sofisticada: los modelos empíricos generalmente centran su atención en la evaluación de mecanismos particulares tratando de agrupar otros efectos. Esto puede producir sesgos en las estimaciones; a medida que el trabajo académico se sucede, no es poco común que los nuevos trabajos adviertan que la investigación anterior tenía sesgos, pero sin reconocer que ellos mismos pueden tener algunos, solo que aún no lo han descubierto. Los economistas hacemos un serio esfuerzo para producir números duros y análisis empíricos sofisticados, pero nos falta la humildad y la prudencia en la interpretación de ellos y a darlos a conocer al público.
Lamentablemente, la prudencia no es popular. Los números le dan a su creador una dosis significativa de poder. Las métricas utilizadas en economía tienen un alto valor comunicativo. Es difícil oponerse a una política pública que supuestamente aumenta el PIB en un X%, en particular si ese número proviene de un análisis reflexivo. Tomemos, por ejemplo, el informe de productividad de la reforma de las pensiones del segundo gobierno de Piñera en Chile: “El impacto de la tasa de contribución en la economía se estima a través de un modelo que tiene en cuenta cómo un mayor ahorro impacta la economía. (...) El mayor ahorro, 2%, es expansivo con respecto al stock de capital, 4.1%, y del PIB, 1.5%. Mientras que los salarios reales caen un 1,5% y el empleo formal disminuye un 0,9%. Es decir, aproximadamente 52.000 empleos”. Es atractivo para las políticas públicas tener datos sólidos que supuestamente provienen de modelos bien diseñados y estimados.
Sin embargo, existe una falta inherente de precisión debido a que las políticas se implementan en un entorno determinado. Cada reforma se acompaña de un contexto político, social y económico que afecta en cómo los agentes económicos dan forma a sus expectativas y creencias. Esto determina de manera crucial cómo reaccionarán los agentes ante los estímulos que trae una reforma. Su impacto debe incorporarse desde el exterior, lo cual es difícil de medir y se presta a manipulaciones bruscas.
La conclusión es que la disponibilidad de datos y la sofisticación de los modelos desafortunadamente no garantizan un mejor debate público. Lo que se supone que facilita el debate y lo hace transparente, puede terminar logrando lo contrario. Cualquier analista con cierta solvencia profesional puede defender razonablemente sus modelos y números. El público solo puede “creer” en la versión de uno u otro. Hay más información, pero no necesariamente hay más transparencia y calidad en el debate.
Más allá de eso, muchos economistas olvidan las limitaciones del análisis utilitario. El debate entre pares los induce a extender y naturalizar esta lógica. La mayoría de los análisis de bienestar utilizados en documentos y libros económicos, a pesar de que eventualmente pueden proporcionar medidas alternativas y advertencias sobre las limitaciones del análisis, generalmente terminan utilizando flujos de ingresos o consumos de un individuo representativo. En estos análisis formales usualmente no hay interacción entre las personas, ni hay interacción con las instituciones. Por lo tanto, es una visión unidimensional del bienestar, desprovista de tensiones respecto de variables no económicas.
Este enfoque utilitario ha sido utilizado masivamente por economistas de derecha, pero también de centro e izquierda. Los economistas de centroizquierda, sin olvidar el criterio de disponibilidad de bienes y servicios, incorporan en sus análisis un contrapeso relacionado con su distribución. Si al leer a Lucas o Friedman lo único que importa es generar condiciones para que los mercados maximicen el crecimiento, al leer a Piketty pareciera que el rol del Estado es optimizar científicamente su capacidad distributiva.
La gracia de una política unidimensional es que es muy claro qué pretende. Esto le permite a todo el mundo tomar posición a favor y en contra. El problema es lo que esa batalla olvida.
El desafío olvidado de la fraternidad
En la literatura económica más tradicional, el uso del enfoque utilitario mezclado con consideraciones distributivas, puede leerse como la intención de usar un enfoque científico para hacer compatibles la eficiencia y la igualdad. Un caso claro es la discusión sobre el régimen tributario óptimo (como en Diamond y Saez o en el Mirrlees Review). Entre estos dos valores —eficiencia e igualdad— hay una tensión. Resolver este dilema ha tenido un costo. Se llama fraternidad.
Varios autores han advertido que la expansión de la lógica de mercado liberada por la caída del Muro de Berlín y el triunfo ideológico neoliberal ha tenido consecuencias importantes en otras áreas. En 2013, Michael Sandel señaló que, sin límites, la expansión de la lógica de mercado podía transformar la naturaleza de ciertos valores que son importantes.
Ese mismo año, en El otro modelo (Atria et al., 2013) postulábamos que era necesario encontrar un punto intermedio entre el régimen del Estado —que fija las condiciones en las que el Estado provee derechos sociales— y el régimen privado —que fija las condiciones para que el sector privado maximizador de utilidades desarrolle sus actividades—. Ese régimen, que denominamos “régimen de lo público”, pretende generar condiciones para que los privados puedan proveer derechos sociales sin poner en peligro la descomodificación que estos pretenden.
Más recientemente, en 2018, Paul Collier en The Future of Capitalism señala que la socialdemocracia europea se olvidó de construir una lógica y un discurso sobre las obligaciones recíprocas (lo que veremos es la esencia de la lógica contractualista), y se dedicó más a optimizar la eficiencia de las políticas de ingresos redistributivos, que a minimizar los desincentivos para trabajar e invertir.
Según Collier, esto generó un efecto no deseado: las obligaciones morales interpersonales se depositaban cada vez más dentro del alcance del Estado. Para decirlo en términos del lema de la Revolución francesa, los economistas intentan maximizar la libertad y la igualdad, con resultados positivos en el primero y resultados negativos en el segundo, pero olvidando el tercer componente: la fraternidad.
Y la fraternidad es algo que podemos experimentar en grupos pequeños. Raghuram Rajan, hasta cierto punto reconoce esto en su libro El tercer pilar (2019), cuando argumenta a favor del desarrollo de relaciones basadas en la comunidad.
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