Sombra roja. Rodrigo Castillo
arena fina.
Me llamaron la niña de los nenúfares
porque mi raíz era la superficie del agua.
Pero también fui mordida por una culebra apareándose en el estero
y quedé ciega, fui Tiresias que recorrió sin báculo su historia.
¿Cuáles son las raíces que prenden, qué ramas brotan de estos cascajos?
tal vez soy la última rama que hablará zapoteco
mis hijos tendrán que silbar su idioma
y serán aves sin casa en la jungla del olvido.
En todas las estaciones estoy en el sur
barco herrumbrado que sueñan mis ojos de jicaco negro:
a oler mi tierra iré, a bailar un son bajo una enramada sin gente,
a comer dos cosas iré.
Cruzaré la plaza, el Norte no me detendrá, llegaré a tiempo para abrazar a mi abuela antes que caiga la última estrella.
Volveré a ser la niña que porta en su párpado derecho un pétalo amarillo,
la niña que llora leche de flores
a sanar mis ojos iré.
Poemas recogidos del libro Guie’ yaaase’ / Olivo negro (Culturas Populares del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2004).
Soporte
Imagino el brassière semienterrado, pesando el lodo húmedo del orbe. Como de aurora el cielo, como de alambre el árbol. Si lo hubiera llevado en el bolsillo resistiendo monedas, abrochado en la pierna conteniendo la sangre, de antifaz que tolera las miradas. Lejos el aire sube los motores. La tela vibra hojas y gusanos. En un cuarto el reloj se adorna con los brazos de las horas. Suben y bajan y suben y bajan todo el tiempo los brazos. En la silla hay un suéter entibiando el respaldo.
Top Model
Sonríe mientras la servilleta,
y aún el frijolazo que se exhibe en sus dientes
es de lo más hermoso.
Qué sana la blancura de esas piezas exactas
que brotan de las más rosas encías.
En ella a los shampoos les funcionan sus sedas,
su cintura responde a la delgadez del corte.
Sus piernas sí se alargan en los pantalones de Dior
y los colores trabajan a favor de su todo.
Jean Paul Gaultier se esmera en las revistas,
que viven en el aire enrarecido
de algo que se le escapa a la gente en la calle.
Ella y Dolly conversan tras cristales y expertos,
una bala sus éxitos en todos los periódicos,
la otra enseña sus fotos y videos.
Una es ocho columnas,
la otra es reportaje del suplemento «Chic».
Cuando el postre les llega,
abominan azúcar: hidrato de carbono y remolacha,
en una ya se sabe, en otra desconocen las reacciones.
Especies sin errores, sin mácula, sin fallas,
que disfrutan el mundo, que le entienden al mundo,
a su mundo enredado en alambres de púas,
narices de perfectas púas, casquitos de patitas fabricadas también púas.
En su mundo ladrado, Doberman en la entrada,
tarascada furiosa los esponjosos labios, la adúltera pelusa mordicante.
Las púas son suavecitas, la mordida es caricia.
Vergüenza es la mejor de las guardianas,
el recato es virtud de la fealdad.
La fealdad que ha mutado en espirales,
ADN de todos infestado.
Negligencia de genes.
Adentro Dolly y ella se entretienen
jugando con hipóstasis y aretes.
Y miran sus relojes,
conjurando con risas y balidos,
la prematura edad que las acecha.
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