Los bordes del tiempo. Juan Carlos Padilla Monroy
se escape.
Con la idea de que “somos tiempo”, se traza una línea de continuidad histórica, individual en cada ser humano, además de colectiva. Los acontecimientos, al igual que la vida individual de las personas, requieren de una narración pero, como toda narración, se necesita una dirección y un sentido que rija el tiempo que se narra; así, la dirección y el sentido del tiempo son la tercera categoría de nuestro análisis. En la vida cotidiana se usan expresiones como “hay un tiempo para todo” que no es otra cosa que la forma en la cual cada persona da sentido a su tiempo, pues la libertad permite a cada uno, a pesar de las circunstancias de vida, llevar a cabo las acciones que considere convenientes para su existencia, y estas acciones, así como sus consecuencias, sólo son posibles en el tiempo y dejarán, asimismo, una huella en el tiempo.
Uno de los problemas de la aceleración social expuesta por Hartmut Rosa consiste en que las personas ya no se percatan del tiempo cotidiano, la vida se ha vuelto rutinaria y acelerada como el primer satélite artificial Sputnik (que después de ser lanzado al espacio, ya sólo daba vueltas alrededor del planeta sin mayor sentido). A fin de recuperar el sentido del tiempo, es necesario hacer una pausa para contemplar el motivo de nuestras acciones y retomar el rumbo, es decir, la dirección que queremos dar nuestras existencias.
La cuarta categoría sobre la que deseamos hacer una reflexión es la de alteridad. Preferimos esta noción sobre la de otredad, pues implica la capacidad no sólo de ser otro, sino también de ser distinto con respecto a lo demás que hay en el mundo, mientras que otredad se refiere más a la distinción del sí mismo como otro. Como quiera que sea, la alteridad es todo lo que hay en el mundo, lo animado e inanimado, lo completamente distinto y, por supuesto, los otros similares a mí, con quienes comparto mi habitar el mundo. Todos juntos ofrecen negatividad y resistencia hacia mí y no me permiten asimilarme en ellos, ni yo a ellos diluirse en mí. Esta resistencia dolorosa y negativa permite al sujeto forjar una personalidad auténtica que se encuentra a sí misma en el tiempo, en su afectación por los demás.
La persona que se forja en la interacción del ser con el mundo podrá comprender al mundo, si y sólo si logra vivir y superar la paradoja de ser-en-el-mundo sin ser el mundo y acepta que su permanencia es temporal en él. Los griegos no estaban equivocados al sostener que el hombre virtuoso va construyéndose en el tiempo, pues incluso él se puede corromper en el tiempo y permanecer, aristotélicamente hablando, en el justo medio; se trata de un arte, como es un arte vivir una vida en el mundo tardomoderno del siglo xxi gozosa y trascendentemente o, en términos de Hartmut Rosa, viviendo una buena vida (una vida que sea buena y merezca llamarse como tal).
La última categoría que desarrollamos en este trabajo es la de relación, pues tanto la vida del ser humano, como la existencia ontológica y epistémica del tiempo es en relación con algo. La gran aportación de la física de Einstein en esta crítica de la teoría de la aceleración social es, precisamente, su teoría de la relatividad: relatividad y relación son quizá las caras de la misma moneda; aunque una palabra pueda ser empleada como concepto riguroso y la otra como simple noción, en el fondo son relacionales.
Las relaciones sociales son múltiples para un ser humano y cambian constantemente en el tiempo, de ahí su relatividad. Pero en la relación del ser con la alteridad es donde cobran sentido la existencia y el tiempo, el ser y el estar, el aquí y el ahora, perdidos en el acelerado mundo en que vivimos. Cuanto más próximo se encuentra un objeto o una persona, más se le conoce y más tiempo se pasa con él; su relación se vuelve más estrecha y su resistencia es mayor entre sí. La negatividad es la que mantiene con vida la relación, y si en algún momento dado la relación rompe su sentido, necesariamente extravía el sentido también, la alteridad se aleja y el ser encuentra otra alteridad para relacionarse, crecer, acercarse o alejarse.
La teoría de la aceleración social es relevante porque el mundo moderno ha perdido sus relaciones y las ha reemplazado por conexiones que, en el fondo, no ofrecen ninguna resistencia ni negatividad. Una persona que pasa su vida a gran velocidad podrá encontrar mucha alteridad a su alrededor, pero si no entra en relación con ella, porque la velocidad deforma todo cuanto encuentra, jamás entrará en una relación y tan pronto como la observe, la perderá.
El propósito de este libro consiste en referir la aceleración social en Hartmut Rosa a sus aspectos antropológicos, con el objetivo de fortalecer la teoría en el ámbito filosófico, pues estamos comprometidos con su legítima preocupación, cuya complejidad requiere soporte y reflexión. Quizá este soporte permita establecer nociones más precisas para lograr mediciones asequibles para un estudio interdisciplinario de la aceleración social.
Finalmente, por respeto a las ideas de Rosa y precaución por si el lector deseara desarrollar algún trabajo a partir de las referencias expuestas en este libro, se podrá advertir que las citas correspondientes a sus obras se encuentran tanto en el interior del texto como en notas a pie de página; esto se debe a que la cita en español es una traducción propia de la obra consultada en inglés, y la original en inglés (que se encuentra al pie de página) es directamente de Hartmut Rosa, quien escribió estas obras en esa lengua –a pesar de ser un autor alemán–. Es decir, no se trata de una traducción al inglés del alemán original, sino de escritura en inglés del mismo autor; en ese sentido, prefiero ofrecer al lector una traducción personal de la obra y permitir también que se lea directamente a Rosa en el idioma original.
PRIMERA PARTE
Teoría de la aceleración social
en Hartmut Rosa
CAPÍTULO 1
Problema complejo
Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que has soñado en tu filosofía.
William Shakespeare
El filósofo y sociólogo alemán Hartmut Rosa (1965) ha desarrollado una teoría sobre la aceleración social a partir de la cual busca explicar en qué consiste y cómo puede ser superada la paradoja del tiempo en el mundo tardomoderno del siglo xxi. Así escribe su objetivo: “Mi tesis será que la aceleración corresponde a una desnaturalización de la experiencia tradicional del tiempo”.[1] Ciertamente, se habrá de comprender en qué consiste esta paradoja del tiempo y qué debemos entender por “experiencia tradicional del tiempo”; sin embargo, debemos asumir en su totalidad la preocupación de nuestro autor si deseamos resolver algunos de los problemas derivados de su teoría. Ahora bien, para entender dicha teoría, es preciso advertir y también aceptar al menos dos cuestiones generales, pero fundamentales e inherentes a la propuesta, mismas que delimitan sus alcances.
El primer gran problema es que se encuentra en los límites entre la sociología y la filosofía: es un trabajo sociológico porque busca comprender el actuar humano en el velociférico siglo xxi; asimismo, es filosófica, pues su elemento constitutivo es la temporalidad humana, uno de los temas filosóficos más comentados en la historia.
Precisamente, es por este problema general que la teoría de Rosa ha recibido fuertes críticas; por un lado, sus afirmaciones se basan en observaciones de las experiencias y el comentario que otros autores han hecho sobre estas mismas; por otro, sus nociones no son fácilmente medibles ni conceptualizables.
La segunda cuestión general se desprende de la anterior, pues el término de aceleración social carece todavía de una definición clara y práctica debido a la complejidad de su planteamiento, ya que implica una multiplicidad de variables tanto objetivas como subjetivas, filosóficas y sociológicas, físicas, biológicas, culturales, etcétera. Entendamos complejidad como la concibe Edgar Morin: “Es complejo aquello que no puede resumirse en una palabra maestra, aquello que no puede retrotraerse a una ley, aquello que no puede reducirse a una idea simple”.[2]
El pensamiento complejo enfrenta al “paradigma de simplificación”, el cual postula como principio de verdad las “ideas claras y distintas” que desde el siglo xvii han gobernado los conceptos de algunas ciencias para ordenar racionalmente su