Los bordes del tiempo. Juan Carlos Padilla Monroy
de una simplificación que se toma por reflejo de aquello que hubiere de real en la realidad”.[3] El pensamiento complejo aspira al conocimiento multidimensional, pero comprende desde el comienzo su imposibilidad de saberlo todo.
Para Morin, la complejidad requiere una “vocación transdisciplinar”,[4] y su desafío consiste en pensar complejamente como método de acción en cualquier campo del conocimiento; es decir, requiere comprender la entropía y la neguentropía[5] del ser humano en su entorno. La aceleración social contempla aspectos de la experiencia humana en el mundo, en su ser biológico y cultural, donde la complejidad se presenta con los rasgos inquietantes de lo enredado, lo inextricable, el desorden, la ambigüedad y la incertidumbre.
Metodológicamente, la complejidad no busca ir de lo simple a lo complejo, sino de la complejidad hacia aún más complejidad; se trata de una “epistemología abierta”, en especial cuando se habla en términos de autonomía humana –que implica subjetividad–, como lo hace Hartmut Rosa.
Asumir la complejidad de un problema es aceptar sus contradicciones; de hecho, el mismo Rosa lo vislumbra cuando habla de las paradojas de las fuerzas de la modernidad (de las que hablaremos más adelante), y no conforme con ello, aún pretende complicar más la investigación agregando la temporalidad como variable.
Morin habla de tres principios para pensar la complejidad: el principio dialógico, aquel que nace del encuentro entre dos tipos de entidades; el principio de recursividad organizacional, el cual se asemeja al proceso de un remolino donde cada momento es producido y, al mismo tiempo, productor del fenómeno; y el principio hologramático, que hace alusión a un holograma físico donde el menor punto de la imagen del holograma contiene la casi totalidad de la información del objeto representado, lo cual está presente en el mundo biológico y en el sociológico. La teoría de la aceleración social, como veremos, cumple con los tres requisitos propuestos por el pensamiento complejo y, por ello, debemos considerarlo también como un problema complejo.
Pareciera que el estudio de la aceleración social es una empresa quijotesca donde la locura del hidalgo lo llevará a enfrentarse con molinos de viento; sin embargo, el riesgo vale la pena, aunque la causa pueda aparentar estar perdida, pues sólo las causas perdidas merecen ser luchadas. De esa forma, “la complejidad es el desafío, no la respuesta”, como sugiere Morin; y el desafío que plantea la teoría de la aceleración social en Rosa es enorme y muy complejo.
A continuación, expondremos las preocupaciones que llevaron a Hartmut Rosa a desarrollar su teoría. Los problemas planteados son complejos y requerirán una explicación amplia para su comprensión y para realizar una crítica que aporte luz a los estudios de la modernidad en el intrincado siglo xxi.
Planteamiento original
Aunque la teoría de la aceleración social busca exponer las razones por las que el mundo del siglo xxi vive cada vez a mayor velocidad, la preocupación filosófica de fondo, para Hartmut Rosa, consiste en saber cómo es la vida de los habitantes del planeta en el siglo xxi. Por lo anterior, la cuestión fundamental consiste en saber: ¿qué es una buena vida[6] y por qué no la tenemos?, pues en opinión del autor, los avances tecnológicos y científicos no sólo no han garantizado, como prometían, una vida mejor, sino que están llevando a la humanidad al fin de su historia y al mundo a su destrucción. En ese sentido, y en buena medida por esta razón, Rosa se ha convertido además de un continuador de la teoría crítica emanada de la Escuela de Frankfurt, en uno de sus representantes más efervescentes y con una visión potenciadora.
Adopta la noción de buena vida de Charles Taylor, quien afirma, sólo puede alcanzarse si se conjugan la realización de los “mejores bienes” para la sociedad, con el compromiso de los individuos para el “buen uso” de aquellos bienes:
La identidad de los seres humanos está necesariamente constituida por lo que él llama ‘evaluación fuerte’, es decir, la interrelación de 1. Una distinción entre un bien o conjunto de bienes que se consideran incomparablemente más altos en valor que otros bienes (o valores) y 2. Los correspondientes compromisos motivacionales o de actitud por parte del agente con esos puntos de vista evaluativos.[7]
Esta visión anglosajona le permite a Rosa separar su investigación en dos rubros generales, uno normativo y otro teórico-sociológico, al que dedica la mayor parte de su trabajo. En este libro, analizamos los aspectos filosófico-sociales que permiten una aproximación para una idea más actualizada de buena vida, aunque dejamos abierto el planteamiento sobre la posibilidad y conveniencia de una regulación normativa en favor de políticas públicas para la desaceleración social.
Con el fin de analizar los aspectos sociológicos de la buena vida, es necesario indagar cómo se emplea el tiempo en el siglo xxi, a qué actividades y por qué motivo se invierte más tiempo en unas cosas y no en otras.
Cómo queremos pasar nuestro tiempo. Consideraciones como éstas han llevado a Rosa más recientemente a hacer la afirmación aún más fuerte de que ‘el objetivo último, aunque en su mayor parte tácito, y también a menudo inconsciente de la sociología es la cuestión de la buena vida, o más precisamente: el análisis de las condiciones sociales en las que una vida exitosa es ‘posible’.[8]
Ésta es quizá una de las grandes paradojas de la modernidad, pues a pesar de tener más tiempo disponible para la realización de actividades de ocio, gracias al ahorro de tiempo que permiten la ciencia y la tecnología, el empleo del tiempo es “mal gastado”, o bien, hay la impresión de que no es suficiente; así, surge la pregunta sobre la buena vida, la longevidad, la experiencia, las acciones cotidianas y las extraordinarias, la salud, la utilidad, la trascendencia, etcétera. Sin embargo, la complejidad de la noción de buena vida radica en la gran variedad de ideas en torno y la validez que cada una desentraña. Ahora bien, Hartmut Rosa apunta una paradoja entre libertad y sentimiento de dominación/sometimiento derivada del ahorro de tiempo en las sociedades tardomodernas:
Hay una enorme pluralidad de concepciones de la buena vida y una libertad de elección de mayor alcance entre el sinnúmero de opciones que presentan todas las esferas de la vida. Por lo tanto, las sociedades y los individuos modenos se experimentan, con toda la razón, como ‘excesivamente libres’. ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo podemos estar completamente libres y, sin embargo, excesivamente coordinados, regulados y sincronizados, en ambos casos en un grado sin precedentes? Mientras los individuos se experimentan como completamente libres, también se sienten completamente dominados por una lista excesiva y en constante crecimiento de exigencias sociales.[9]
Resulta sorprendente, mas no extraño, que el ser humano viva contradicciones como ésta porque la lógica huye naturalmente de las paradojas, sin embargo, se acostumbra y se adapta a ellas. Por ejemplo, los atletas son capaces de llevar la resistencia física a niveles increíbles y extenuantes, y estas acciones son en cierto grado ilógicas, pero el cuerpo se acostumbra y adapta a estos extremos.
Existen acciones cotidianas cuyos efectos y consecuencias ya no se ponen en cuestión; acciones normalizadas por algún tipo de obligatoriedad, las cuales en ocasiones se admite, son poco importantes y, no obstante, son llevadas a cabo como justificación por algún deber, sentimiento de culpa, o por cualquier otra razón más o menos coherente.
Me atrevo a decir que en ninguna parte fuera de la esfera de la modernidad occidental, se justifican tan constantemente las acciones cotidianas a través de la retórica del ‘deber’: siempre legítimamente lo que estamos haciendo ante nosotros mismos y antes los demás en función de alguna demanda externa: ‘Realmente tengo que ir a trabajar ahora’, ‘Realmente debo completar mi declaración de impuestos’, ‘Necesito hacer algo por mi estado físico’, ‘Tengo que aprender un idioma extranjero’, ‘Ahora tengo que actualizar mi software o hardware’, ‘Tengo que ponerme al día con las noticias’ –la lista es infinita– y, al final, ‘Realmente tenemos que hacer algo para relajarnos, calmarnos y descansar un poco’. Si no lo hacemos, estaremos amenazados por un infarto, por la depresión o por el agotamiento profesional. La vida cotidiana se ha transformado en un sofocante mar de demandas.[10]
La libertad, la autonomía y la flexibilidad que prometía la modernidad