Las competencias argumentativas . Julián De Zubiría Samper
c) La idea central, la macroestructura y la argumentación en una película
d) Para elaborar evaluaciones
Para terminar 201
Bibliografía Capítulos 3, 4 y 5
El autor
Difícilmente en las últimas décadas se encuentra una institución social tan resistente a los cambios como la escuela. Difícilmente podríamos conocer una institución tan monolítica, tradicional y conservadora como lo ha sido la escuela durante siglos. Hasta hace algunas décadas, otras instituciones le disputaron el poco honroso papel de ser una de las instituciones más detenidas en el tiempo. Entre ellas, sobresalían la familia, los partidos políticos y la iglesia. Sin embargo, éstas han sido transformadas de manera sensible en los últimos 40 años, mientras que, por el contrario, la escuela pareciera seguir haciendo esfuerzos por permanecer como una de las instituciones más conservadoras y anquilosadas de nuestro tiempo.
La familia que todos conocimos hasta hace poco tiempo fue sensiblemente transformada y diversificada en las últimas décadas. La familia nuclear, constituida por el padre, la madre y los hijos, y que articulaba en torno suyo a una extensa gama de primos, tíos y abuelos, hoy constituye sólo una de las tantas posibilidades de organización familiar humana.
Por lo menos cinco rasgos esenciales caracterizaban las familias hasta los años sesenta en Colombia:
En primer lugar, era evidente el total predominio del matrimonio católico sobre cualquier otra forma de pareja. Las investigaciones permiten concluir que para los nacidos entre 1910 y 1914, en Colombia, el 82% de las parejas constituían vínculos católicos e indisolubles.
En segundo lugar, la estructura familiar era esencialmente patriarcal. El poder, el sustento y la autoridad estaban fundamentalmente centralizados en el padre. Esto se acompañaba por una clara y acentuada división de roles en el hogar y fuera de él. La mujer debía permanecer en el hogar, mientras que el hombre se dedicaba al trabajo y a la vida pública. Las decisiones fundamentales recaían siempre en el hombre. La cara positiva de ello fueron los altos tiempos de comunicación en el hogar de los hijos con la madre.
En tercer lugar, existían mecanismos relativamente fuertes para ratificar la endogamia de clase y de etnia. Culturalmente no eran aceptados los matrimonios entre clases y etnias diferentes. La violación de esas temáticas se volvió totalmente reiterada en las telenovelas y radionovelas, precisamente porque permitían realizar, en la televisión y en la radio, aquello que no era posible en la vida real.
En cuarto lugar, la descendencia no era regulada, salvo por los métodos más tradicionales y naturales, que siempre resultan ser los menos efectivos. Los padres tenían los hijos que “Dios manda al mundo” y las madres planificaban por el incierto y natural método del “ojímetro”.
Finalmente, la familia extensa cumplía siempre un papel central en la formación de los menores; en especial, los primos, los tíos y los abuelos estaban pendientes del comportamiento de los niños de la familia y tenían autoridad para actuar cuando les parecía necesaria una modificación. La familia extensa actuaba como formador y apoyo a los diversos miembros de la comunidad.
La vinculación de la mujer al trabajo, la píldora y la revolución sexual de los sesenta; la liberación femenina que le siguió, la relativa generalización de los jardines escolares, la invasión del hogar por televisores y celulares, la comida “chatarra”, los electrodomésticos y la creciente aceptación de la diversidad sexual, son, entre otros, factores esenciales que le asestaron un duro y mortal golpe a la familia patriarcal vigente en los últimos siglos.
La familia se diversificó, dando paso a hijos que viven sin los padres, grupos de jóvenes o de ancianos que comparten techo, fogón y comunicación; se hicieron relativamente más comunes los hogares de homosexuales, la convivencia de padres sin hijos, con hijos de otros matrimonios, o incluso, los matrimonios sin convivencia (los denominados “solos” en Francia). Aparecieron, así, nuevos y múltiples grupos de convivencia y unión, matrimonios de “prueba”, “arrejuntamientos”, muy frecuentes separaciones, vida familiar sin presencia de los dos padres o con uno de ellos conviviendo en una nueva relación.
Todo ello, en su conjunto, condujo a una profunda y generalizada transformación y diversificación de la estructura familiar, hasta hace poco tiempo una de las instituciones sociales más conservadoras, monolíticas y tradicionales.
Otro tanto ha sucedido con los partidos políticos, que por mucho tiempo fueron entidades históricas rígidas, disciplinadas y verticales, asociadas al poder que representan las clases sociales con altos niveles de “conciencia de clase”, como solían llamarlas Marx y Lenin, y, que actuaban de manera organizada, como grupo de presión de intereses, ante el propio Estado. Así fueron los partidos denominados tradicionales, con sus emblemas, recursos, patriarcas y gamonales propios y respaldados por una historia de batallas de siglos, guerras, conspiraciones, chantajes y sobornos en torno a la conquista del poder y el Estado. Una de las encarnaciones más tristes y ejemplares de la naturaleza humana (Merani, 1976).
En las últimas décadas, los partidos políticos tradicionales fueron sustituidos en el escenario público y político latinoamericano por movimientos flexibles, maleables y coyunturales, articulados en torno a caudillos. Éstos últimos se podrían caracterizar como líderes que saben interpretar las angustias y las ideas comunes en la gente, las ideas del pueblo, como solía decir el caudillo colombiano Jorge Eliécer Gaitán en la primera parte del siglo pasado, precisamente antes que fuese asesinado, muy seguramente por la alianza de los mismos partidos políticos tradicionales colombianos a los que denunciaba (Alape, 1986). Surgen así estructuras volátiles con baja disciplina y muy reducida permanencia histórica. Movimientos como éstos sostenían por lo menos seis gobiernos latinoamericanos a mediados del 2005; entre ellos, Tavaré en Uruguay, Lula en Brasil, Kirchner en Argentina, Uribe en Colombia y Chávez en Venezuela, por mencionar algunos de los más destacados. Unos años atrás fue elocuente la permanencia durante cerca de una década en el poder del movimiento creado por Fujimori en el Perú. Paralelamente con este proceso se diluyeron los históricos partidos Liberal y Conservador en Colombia, Acción Democrática y COPEI en Venezuela o el APRA y el PPC peruano, entre otros.
Para explicar el proceso anterior hay que tener en cuenta la creciente vinculación, desde mediados del siglo pasado, de las clases emergentes a la educación universitaria. El acceso a Internet, a la tecnología y la globalización contemporánea, la creciente y acelerada urbanización latinoamericana producida en la centuria anterior; el auge de los movimientos sociales; la elevación en los niveles de cultura ciudadana; la aparición de la llamada sociedad civil y el distanciamiento cultural con la corrupción, entre otros, son todos ellos factores que contribuyeron al debilitamiento de los partidos políticos latinoamericanos. Con ello, la elección de por quién votar dejó de ser transferida en la sangre y pasó muy recientemente a ser una decisión un poco más conciente y reflexiva, en especial en las grandes ciudades.
Otro tanto sucedió con la iglesia. La iglesia centralizada, profundamente conservadora, “católica, apostólica y romana”, como solía autodenominarse, la del Papa infalible, ¡escogido por el propio espíritu santo! La que hasta hace muy poco tiempo celebraba la misa de espaldas a los fieles, en una lengua que no hablaban los creyentes y en la que quienes estaban a cargo de ofrecer los cursos prematrimoniales eran sacerdotes a quienes se les ha prohibido el matrimonio. La iglesia de los sacerdotes que nunca han convivido con una mujer, que no saben lo que es levantarse todos los días y volver a decidir si se renueva el amor y que no conocen las alegrías y las contradicciones inmensas de la convivencia cotidiana, se ha debilitado en la última época. Esta iglesia dejó de ser la única respaldada por el Estado, los partidos políticos y la escuela, con lo que se reconocieron, tardíamente, principios de equidad e igualdad frente a la libertad individual y religiosa.