Ser hoy persona humana y creyente. Antonio Nicolás Castellanos Franco
como eclesiales.
Constataré el profundo arraigo de los valores capitalistas en todos los niveles de nuestras sociedades, pues no es posible pensar en una transformación de este injusto sistema económico sin afrontar el necesario cambio de valores que lo pueda hacer posible. Los colegios e instituciones eclesiales que desarrollan proyectos educativos deben necesariamente afrontar este cambio.
No suele oírse la voz de los pastores para poner de manifiesto las profundas injusticias que promueve el capitalismo neoliberal[4].
Y antes de hablar de formación en valores tenemos que conocer bien la realidad psicológica y el momento evolutivo de la persona, así como el contexto psicosocial, que no es otro que el egocentrismo. Este hace que el ego, el yo haya quedado fijado en la adolescencia y no se inicie en el proceso gradual hacia la madurez humana. De ahí la necesidad de una educación en valores, que cuide la dimensión personal, comunitaria y social.
Educación transformadora
«La verdadera educación desarrolla lo mejor de cada uno que está, como en germen, en nosotros» (Gandhi).
Hoy fallamos en lo esencial, en educar, en ofrecer una educación transformadora. Y por ahí empiezo. La educación para ser transformadora tiene que responder a tres postulados: los humanos y psicológicos, el concepto dinámico de educación y la educación integral.
a) Postulados humanos y psicológicos
Una educación transformadora toma buena cuenta de la dimensión psicológica de la persona. El crecimiento de la persona, el «constructo personal» que llaman los psicólogos, es algo dinámico, una tarea de todos los días. Nacemos egocéntricos y estamos inmersos en lo profundo del la espiral del ego, replegados sobre nosotros mismos. Debemos luchar toda la vida, sin interrupción, para romper la línea egocéntrica, narcisista, saliendo de nuestro enclaustramiento, de nuestras actitudes egoístas, posesivas, descubriendo y abriéndonos a los otros para desarrollar la capacidad de amor y de amistad. Muchas personas se han quedado clavadas en la edad infantil. Los cambios en la persona generalmente vienen a través de los intercambios relacionales.
En el desarrollo integral de la persona es decisiva la imagen que se forme de sí misma. Si tiene un concepto elevado y realista, dará respuestas en consonancia con ella misma. Igual acontece con la idea que tengan los otros de uno. Si sabemos que el resto nos valora, en la vida ofreceremos respuestas positivas. Estos dos conceptos psicológicos se deben manejar adecuadamente en el itinerario hacia la madurez. Pero un pecado de nuestro tiempo es la trivialidad funcional, que concibe que todo es igual, nadie hace nada por nadie; nos movemos en un torbellino de relaciones y acontecimientos, pero casi todo es vulgar, trivial, no vale la pena. Nuestro mundo tiene mucho de neurótico. Y lo neurótico es la fijación en las cosas, es el suspiro y el ansia desmesurada por tener. Cuánta razón tenía el Principito de Antoine de Saint-Exupéry cuando decía que los hombres de hoy compran productos ya elaborados a los mercaderes, pero como no existen mercaderes amigos, con sentido de fiesta, los hombres ya no tienen amigos ni viven la fiesta, ni experimentan lo gratuito.
Los expertos alertan que la persona solo aprovecha el 30% de sus posibilidades y virtualidades. De modo que hay que aceptar las exigencias psicológicas del alumno, hay que aceptarle como es. Ciertamente no es una persona en miniatura, sino un adolescente, niño o joven en desarrollo, con un sentido alegre y despreocupado de la vida, con ganas de vivir y ser feliz, de ser útil, de servir para algo y, sobre todo, de divertirse y pasarlo bien.
En base, el educador debe tener una concepción dinámica de la persona. Hay que ver al alumno como un haz de fuerzas, de posibilidades, que tienen que desdoblarse, que necesita ayuda para realizarse, saberse en presencia de un proceso evolutivo, dinámico, vital, que hay que ayudar a desarrollar y evitar que el ambiente o una mala educación lo impida. Se impone conocer los periodos evolutivos, del mismo modo que se comienza a levantar pesas de 5 kg, si desde el principio se le exige levantar una de 50 kg, una de dos, se siente fracasado o se enfrenta al entrenador.
El quehacer educativo reclama un esfuerzo grande, comprensión y amistad, pues debemos ponderar las cualidades positivas y educables, respetar su persona, su libertad y, en todo momento, dejar abierta la posibilidad de diálogo, la comunicación y la adaptación.
b) Concepto dinámico de educación
La idea es aplicar un concepto dinámico de educación, de signo positivo, que tenga en cuenta la realidad psicológica del alumno. La función del educador preventivo tiende más a estimular, a motivar y a ayudar que a reprimir, a imponer o castigar.
No debemos sustituir al adolescente, sino orientarle, dialogar con él, escucharle, apoyarle y animarle; en resumen, ayudarle a desarrollar los dinamismos propios, demostrándole que tiene fuerza para realizarse. Hay que hacerle ver que estará educado cuando llegue a la posesión y recto uso de su libertad. No se trata tanto de aceptar las normas, sino de aceptarlas a través de un acto libre, consciente. Por eso, ayudado por el educador, las acepta no por imposición, sino como camino hacia una meta, apoyado siempre por la motivación.
El proceso educativo le llevará gradualmente a una adhesión a los valores presentados, que acepta libre y responsablemente, porque educar no es cumplir la disciplina o el horario, sino ayudar al alumno en su camino hacia una conducta consciente, responsable en el estudio, en las relaciones, en las diversiones, en el deporte, en los hobbies, en el tiempo libre, en la religiosidad...
Entonces la educación tiene que ser la fuerza y la guía del desarrollo dinámico del alumno.
c) No se puede haber una educación transformadora sin una educación integral
La educación integral transforma porque se empeña en promocionar a la persona, como unidad y totalidad físico-psíquica y social-espiritual. La persona es una, orgánica y unitaria, pero con multiplicidad de funciones, las cuales a través de la educación dan como resultado una personalidad humana compleja y múltiple y, al mismo tiempo, singular y original. Todos los aspectos tienen que ser promovidos, desarrollados y llevados hacia la madurez, pues el desarrollo de todas sus capacidades apunta hacia la madurez, que se expresa en hábitos operativos, intelectuales y morales, en la capacidad de obrar libremente con rectitud ética.
Dicho de otra forma, la educación ante todo debe buscar y conseguir hacer al hombre, es decir, dar al individuo los valores de la especie, antes que los valores de la cultura, de la técnica o de la sociedad, porque la persona antes de ser profesor, ingeniero, político, sacerdote, agricultor... es hombre. De ahí que la trasmisión educativa del formador al alumno consista ante todo y esencialmente en comunicarle una «forma» que le haga hombre, antes que nada, que le haga consciente de su significado humano. Y precisamente lo específicamente humano es la libertad, de ahí que digamos y definamos la educación del hombre como la capacidad de obrar rectamente con libertad.
En definitiva, el hombre educado es el que ha conseguido su status virtutis o sea el que ha conseguido la capacidad habitual de obrar libremente, es decir, con la más perfecta rectitud ética posible, objetiva y referida al fin último. Es aquel que ha sabido integrar todas sus energías vitales y adaptarse al propio ambiente, con un sentido crítico, constructivo y positivo.
Por eso el primer paso en el proceso educativo se tiene que centrar en llevar al alumno a la posesión de su libertad y, como paso lógico y consiguiente, a tomar una postura personal libre, responsabilizada ante sí mismo, ante los demás, ante el mundo y ante Dios y lo religioso.
Mientras no se hayan formado jóvenes capaces de elegir, de revisar, de criticar constructivamente, de aceptar o rechazar, éticamente libres y responsables, no hemos educado realmente.
La capacidad de hacer actos libres, esto es, la educación poseída, debe traducirse en la capacidad del sujeto de determinarse, de elegir, de autodecidirse. Una educación, entendida así, resulta transformadora y provoca un cambio de valores en las personas y en la sociedad.
Qué son los valores. Identidad y proyección
La educación transformadora lleva a la persona a descubrir, asimilar e identificarse con el cuadro de valores significativo de la persona humana y, sobre todo, a adquirir el valor