Los papiros de la madre Teresa de Jesús. José Vicente Rodríguez Rodríguez
esto le está diciendo que sirva a Dios con y en sus negocios y le añade: «Desengáñese de eso, de que tiempo bien empleado, como es mirar por la hacienda de sus hijos, no quita la oración. En un momento da Dios más, hartas veces, que con mucho tiempo; que no se miden sus obras por los tiempos». Al enterarse de que Lorenzo ha hecho alguna promesa espiritual muy comprometida, se lo reprende: primero porque no le ha dicho nada antes de hacerlo; y segundo, porque hacer promesa firme de no cometer ni el más pequeño pecado venial, le parece cosa peligrosa. Y le confiesa: «Eso no lo osara yo prometer, porque sé que los apóstoles tuvieron pecados veniales. Solo nuestra Señora no los tuvo. Bien creo yo que habrá tomado Dios su intención. [...] y no le acaezca más cosa de promesa, que es peligrosa cosa» (Cta 172, 9). Le aconseja también que ponga en orden todas sus escrituras, «y póngalas como han de estar. Y lo que gastare en la Serna es bien gastado, y cuando venga el verano gustará de ir allá algún día» (Cta 172, 11).
Oración y virtudes
Otro ámbito para ver el realismo que enseña la Madre Teresa está en lo siguiente: «Torno a decir que para esto (para construir la propia vida con buenos cimientos) es menester no poner vuestro fundamento solo en rezar y contemplar; porque, si no procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas siempre, os quedaréis enanas; y aun plega a Dios que sea solo no crecer, porque ya sabéis que quien no crece descrece, porque el amor tengo por imposible contentar de estar en un ser, adonde le hay» (7M 4, 9).
En la Santa se da este fenómeno estupendo: enseña a caminar desde lo más sencillo a lo más alto, a lo más sublime y después hace retomar tierra a sus lectores, a sus discípulos para que vuelvan a lo simple, a lo transparente, a lo de cada día, pero con ojos nuevos, con corazón enriquecido. Así, por ejemplo, explica lo que ya hemos dicho más arriba hablando de lo posible y lo imposible y enseña a posarse en la vida de cada día, en la pista de las virtudes caseras, intracomunitarias, intrafamiliares que hay que vivir como semilla y como fruto de todas aquellas sublimidades descritas anteriormente. Quien no se hace santo en el ambiente en que le toca vivir, despídase de esas fantasías de ser santo en algún otro rincón de la tierra, en el país de las maravillas, pues ese país no existe más que en la fantasía. Para no quedarse enanos enseña que hay que practicar las que llamamos virtudes humanas que hoy nos gusta más bien llamar valores humanos, aunque el valor es más amplio que la virtud. La doctrina de la Santa acerca de estos valores tiene una ventaja sobre las enseñanzas de los tratadistas de moral o espiritualidad, por ser hija de su experiencia, de su vida, de sus observaciones, y ser ella ejemplar y espejo en tales valores y virtudes. Vivir esos valores y virtudes es vivir en la realidad tal como debe ser, y echar mano de lo posible para ser persona auténtica.
Puestos a escoger esos valores humanos, puestos a hacer una verdadera antología y a escuchar la catequesis de la Santa sobre ellos con sus palabras y ejemplos, yo engarzaría como en un collar las siguientes que me parecen muy significativas y aleccionadoras: la llaneza, la alegría, la laboriosidad, la sinceridad, la verdad, el agradecimiento o gratitud, la afabilidad, la bondad, el ánimo, la confianza, la conversabilidad, el buen humor, la cortesía, la educación, la limpieza, la nobleza, la sencillez, la magnanimidad, la suavidad, la humildad, la perseverancia, la paciencia, la amabilidad, la comprensión, la ternura y la determinación como actitud decidida.
Nos bastará ya con estas 26, que he puesto a modo de letanía. Si a estas virtudes o valores se yuxtaponen los que pueden ser antivalores o antivirtud o vicios a evitar, a extirpar del huerto del alma como malas yerbas, su magisterio se ensancha y enriquece viendo lo que según ella hay que evitar y corregir. Y aquí vendrían: la murmuración, la codicia, el amor propio, la inconstancia, el celo indiscreto, la envidia, la pusilanimidad, la vanidad, la tristeza, el egoísmo...
Ya dijo ella con gracia: en esto de virtudes «es más fácil de escribir que de obrar; y aun a esto no atinara, porque algunas veces consiste en experiencia el saberlo decir, y debo atinar por el contrario de estas virtudes que he tenido» (CV 8, 1).
Siendo tan importante este mundo de las virtudes en el magisterio integral de santa Teresa, en otro momento se podría hablar más abundantemente de esos valores y virtudes; y por la unión que hay entre todas las virtudes hablar de una es, en cierto modo, hablar de todas las demás. Ahora nos basta con haber presentado ese collar de virtudes, entre las que descuella el agradecimiento o la gratitud. Era una de las virtudes más características de la Santa. Ser agradecida era en ella algo connatural, algo tan natural como respirar. Tiene conciencia clara de ello y así lo dice: «con ser yo de mi condición tan agradecida» (V 35, 11).
Capítulo 11. Condición agradecida y amorosa de santa Teresa
Ojo a la palabra «condición»
Esta palabra «condición» tiene gran importancia en los escritos de santa Teresa para entender su doctrina de la oración y otros puntos. Teresa mienta muchas veces la condición de las personas y señala con mucha sagacidad «lo que significaba para ella, lo bueno y lo aceptable, lo defectuoso y lamentable en el modo de ser de esta o aquella persona a la que se refiera». «Condición» significa modo de ser, lo temperamental de las personas, el natural, como ella dice tantas veces. Con algunos textos más explícitos se entiende muy bien lo que ella encierra en este vocablo:
«Unas condiciones que hay de suyo amigas de ser estimadas y tenidas, y mirar las faltas ajenas, y nunca conocer las suyas, y otras cosas semejantes, que verdaderamente nacen de poca humildad» (CE 19, 5).
«Una gente de condición pausada, que parece de descuido se les olvida lo que van a decir» (F 6, 2).
«Tiene Teresita de Cepeda, su sobrina, una condicioncita como un ángel» (Cta 89, 3).
Y pondera lo que suponía en su tarea de fundadora tratar con personas tan diversas: «pues en llevar condiciones de muchas personas (que era menester en cada pueblo) no se trabajaba poco» (F 27, 18).
Quien se fijaba tanto en la condición de los demás tenía conciencia clara de su propia condición y nos dice que tenía una condición amorosa y agradecida (V 15, 15). Y en otra parte hace esta confesión: «Bien veo que no es perfección en mí esto que tengo de ser agradecida; debe ser natural, que con una sardina que me den me sobornarán» (Cta 264, de 1578).
Esa su condición, ese su modo de ser lo volcará sobre Dios y sobre los demás, agradeciendo al Señor los beneficios, las mercedes, dice ella, recibidas; y agradeciendo a los demás los más pequeños servicios que le hayan podido hacer.
Frente a Dios
Reconoce «las gracias de naturaleza que el Señor le había dado (que según decían eran muchas)», aunque confiesa que en lugar de darle las gracias por ellas «de todas me comencé a ayudar para ofenderle» (V 1, 8 ).
Guapa, lista, santa
Al padre Pedro de la Purificación, que estuvo con ella en la fundación de Burgos y con el que trató mucho y con el que se confesaba, le dijo en cierta ocasión:
Sepa, padre, que me loaban de tres cosas temporales, que eran de discreta, de santa y de hermosa. Las dos creíalas yo y persuadíame que las tenía, y lo que creía era que era discreta y hermosa, que era harta vanidad; mas de que me decían que era buena y santa, siempre entendí que se engañaban, y así nunca tuve que confesarme de consentimiento de tal culpa, ni me vino vanagloria de esta alabanza (BMC 6, 384).
Y algo parecido dijo en otra ocasión al padre Gracián:
Que el mundo la había levantado tres falsos testimonios sin algún fundamento: el primero, cuando moza, en decir que era hermosa, porque cuando oyendo esto se miraba al espejo, no acababa de atinar por qué le levantaban tan gran mentira, siendo tan fea; el segundo, de bien entendida, porque cuando ella veía el entendimiento de sus hijas, se avergonzaba en hablar delante de ellas; el tercero, que era buena, y que este no podía llevar con paciencia cuando conocía sus faltas (BMC 1, 260).
Aparte de esta manera de echar balones fuera, en lo íntimo de su conciencia sabía de sobra el cúmulo de cualidades y favores recibidos de Dios y le daba las gracias rendidamente, pidiendo perdón