Los papiros de la madre Teresa de Jesús. José Vicente Rodríguez Rodríguez
los que en ella estaban, porque, aunque anduvimos buen rato por ella, no parecía criatura, es decir, no aparecía nadie. La santa Madre los llamó, y viniendo donde ella estaba, los abrazó a cada uno de por sí, mostrándolos tanto amor, que parecía los quería meter en su alma. Estuvo aquí desde hora de misa hasta la tarde con alegría y beneplácito». Y continúa relatando: «Cuando se hubo de ir, salieron acompañándola fuera del lugar. Decían les hacía ternura y soledad verla ir tan presto y mostraban tener harta confusión de la santidad que veían en ella». Despedidos los frailes del convento, siguió el camino y llegaron al atardecer del domingo, día 26. Al padre que iba con ella «le pesó harto cuando veía que se acababa la jornada del camino, porque iba ya tan devoto y aficionado a la santa Madre que le dijo mirase si quería servirse de él para pasar más adelante, que le sería mucho regalo» (BMC 2, 297-298).
Captando voluntades para la Orden
Aparte este tipo de captaciones de personas enemigas, supo ejercitar este su arte y habilidad, cambiando la voluntad y el rumbo que querían tomar hacia la Cartuja los dos primeros frailes que conquistó para su proyecto de vida carmelitana. En estas mallas teresianas cayeron para nuestro bien Juan de Santo Matía (que será Juan de la Cruz) y Antonio de Jesús (Heredia). Y no menos captadora anduvo en Pastrana para ganarse a Ambrosio Mariano y a Juan de la Miseria. En no pocos casos de las vocaciones de sus descalzas la siguieron como encandiladas por su personalidad, que arrastraba irresistiblemente. Como ejemplo de esto último tenemos el caso de la vocación de María de San José (Salazar), la que será famosa priora de Sevilla y de Lisboa, que se vio con la Santa por primera vez en Toledo en 1562, en casa de doña Luisa de la Cerda. Cuenta ella misma: «A este tiempo me llamó el Señor a la religión, viendo y tratando a nuestra Madre y a sus compañeras, las cuales movían a las piedras con su admirable vida y conversación. Lo que me hizo ir tras de ellas fue la suavidad y gran discreción de nuestra Madre, y creo verdaderamente que si los que tienen oficio de llegar almas a Dios usasen de la traza y maña que aquella santa usaba, llegarían muchas más de las que llegan; que, como nuestro natural es inclinado a buscar contento y a huir del trabajo, pintar la virtud y lo que es servicio de Dios áspero y dificultoso es atemorizar los flacos que no han probado cuán suave es el padecer por Cristo». Y dice todavía: «Tratando con todas las demás conforme a su hábito encaminándolas para que viviesen según la vida del siglo sin ofensa de Dios y que si las mandasen sus padres que danzasen y se aderezasen, fuese con intento de obedecer y ser perfectas en sus estados, solo a mí me reprendía todas las veces que me veía, porque andaba con galas, y me decía que no eran ejercicios los míos para monja»[10].
Sonsacando la conciencia de un novicio
Estando en Pastrana, santa Teresa fue a oír misa al convento de los descalzos. Estaba ayudando a misa un novicio, Agustín de los Reyes, que llegaría a ser un gran personaje en la Orden. La Santa, viéndole tan modosito y devoto, se acercó a él y le dio un gran abrazo. El novicio huyó sin mirar quién era aquella señora que se atrevía a tanto. Es él quien cuenta, en el proceso teresiano de 1595 en Sevilla, cómo trataba la Santa con él (BMC 19, 175-176).
Los primeros meses de su noviciado tuvo muchos favores y gracias especiales del Señor, pero «volvió el Señor la hoja, y quedó tan desamparado y fue tan atormentado de multitud de tentaciones, que solo la aflicción interior le traía con ordinaria calentura».
Y sigue contando: «En esta sazón vino allí la Madre Teresa de Jesús que andaba en sus fundaciones y en la de monjas de Pastrana, que también se acomodaron. La primera tarde que fue al convento de los religiosos puso los ojos en este testigo, y después de haber cumplido con todos los religiosos, le llamó aparte, y por gran rato estuvo con este testigo, preguntándole de cosas de su espíritu, como queriéndole sacar que le dijese lo que interiormente sentía. Este testigo se cerró como solía, y con un sí o no respondía a otros propósitos. Esto mismo hizo la dicha Madre Teresa de Jesús por otras cuatro o cinco veces que fue al convento de los religiosos el tiempo que allí estuvo. Y llegándose ya el tiempo de su partida, le llamó la última vez, haciendo con él lo mismo que solía y él cerrándose de la misma manera. Viendo ella ya que se iba, le dijo: “Venga acá, hijo; yo he estado con él aparte cuatro o cinco veces deseando que por él (por sí mismo) se declarase conmigo, porque este es el principio de su bien. Venga acá: ¿no padece esto y esto y de esta y de esta manera? ¿Por qué aun preguntándoselo me lo ha negado?”. Y ella contó a este testigo todo lo que en su corazón le había pasado aquel tiempo, puntualmente todo. Y luego le dijo: “Pues, mire, hijo, no tiene que temer; lo que hay de culpa en todo esto yo lo tomo sobre mí; la mayor que ha tenido y por donde eso le ha apretado tanto, ha sido por no haberse comunicado [...]”. Y a cosas a propósito le dijo a este testigo: “Venga acá; si ahora le viniese uno a decir: hermano fray Agustín, Papa le han hecho, ¿no se reiría como cosa tan fuera de camino?, pues así se ría de todo eso”».
De estas sesiones de dirección espiritual de la Madre Teresa de Jesús salió nuevo fray Agustín y quedó completamente libre de aquella tribulación y asegura que «desde aquel día este testigo comenzó a sentir alivio en todo aquello, y al cabo de poco estuvo tan libre como si jamás hubiera pasado; y ha quedado de manera en aquello, que, aunque de propósito quiera llamar aquellos pensamientos, no puede, que en semejantes cosas nunca ha visto semejante suceso, porque siendo persona que trata almas, siempre ha visto que a las que aquello han padecido les quedan unas briznas de cuando en cuando». Antes de su relato afirma que la Madre Teresa «tuvo particular don de nuestro Señor de conocer interiores y dar consejos espirituales para el bien de las almas».
Concluyendo
La palabra, los gestos, la clarividencia mental con que se presentaba eran las armas de la captación de las voluntades. Uno de sus biógrafos, Yepes, dejó escrito: «Entre otras gracias tuvo una señaladísima que fue haberle dado Dios una maravillosa fuerza y virtud en sus palabras para mover los corazones de aquellos con quien trataba. Porque con la eficacia de ellas, deshacía corazones y rendía las voluntades y allanaba contradicciones que se le ofrecían»[11].
Y otro que la trató mucho y fue su confesor, Pedro de la Purificación, dice de ella: «Tenía tan suave conversación, tan altas palabras y la boca llena de alegría, que nunca cansaba, y no había quien pudiese despedir de ella [...]. Jamás trató nadie con ella que no saliese con ganancia y aprovechamiento en su alma y mejorase su vida» (BMC 6, 380).
Y no faltó quien dijera de ella que era como la piedra imán que a todos atraía; atrajo, imantó a tantos y tantas y ¿qué está haciendo ahora, qué está haciendo hoy mismo sino seguir con esa su capacidad de atracción imantadora?
Capítulo 5. Las golosinas de santa Teresa
Las referencias de las gentes y de los pueblos a los santos suelen, a veces, ser un tanto pintorescas. A santa Teresa le cargan las yemas de santa Teresa, los corazones de santa Teresa, los miguelitos de santa Teresa, etc., todo ello tan dulce y sabroso que la gente se chupa los dedos.
Paladear de Teresa de Ahumada
La misma Santa habla de dulces, se acuerda del Cantar de los cantares y cita por tres veces un texto donde se dice: «Asentéme a la sombra de aquel a quien había deseado y su fruto es dulce para mi garganta» (Cant 2,3). En carta a una de sus parientas le dice: «Me ha quedado terrible hastío de cosas dulces» (Cta 68, 3). A su hermano Lorenzo de Cepeda le dice: «Harto me regalo cuanto puedo y heme enojado de lo que me envió, que más quiero que lo coma vuestra merced, que cosas dulces no son para mí, aunque he comido de esto y lo comeré; mas no lo haga otra vez, que me enojaré mucho: ¿no basta que no le regalo nada?» (Cta 182, 3). Haciendo memoria de lo que le enviaba su hermano le dice: «Las sardinas vinieron buenas y los confites a buen tiempo, aunque quisiera yo más se quedara v.m. con los mejores. Dios se lo pague» (Cta 177, 1). Y con su buen humor acostumbrado dice al mismo: «Riéndome estoy como él me envía confites, regalos y dineros, y yo cilicios» (Cta 177, 14). A la priora de Sevilla, María de San José, le dice sin más: «Bien hará de enviarme los confites que dice, si son buenos, que gustaría de ello para cierta necesidad» (Cta 167, 3). Y en otra carta le comunica: «Todo lo demás es muy bueno, y los confites lo vinieron (buenos) y son muchos» (Cta 180, 4). El día que llegaron tantos confites y tan buenos