Excombatientes y fascismo en la Europa de entreguerras. Ángel Alcalde Fernández
en la guerra. Tras una serie de agrias disputas con los socialistas en las páginas de su periódico, Mussolini aplaudió la declaración de guerra y fue llamado a filas por el ejército italiano como simple recluta. Al igual que él, muchos otros jóvenes siguieron un camino similar hacia la experiencia bélica, algunos presentándose como voluntarios, si bien la mayoría fueron reclutas forzosos.
El ejército italiano de la Primera Guerra Mundial movilizó a casi seis millones de personas, que en su mayoría tuvieron que ser persuadidas de combatir y hacer sacrificios en nombre de la patria. Los campesinos componían el 45 % del ejército, mientras que los trabajadores industriales solían quedar exentos de servir en la línea del frente. La vida militar se caracterizó por unas relaciones entre oficiales y tropa extremadamente jerarquizadas. Los oficiales de alto y medio rango solían provenir de las clases sociales acomodadas; eran una élite de unos 250.000 individuos, de los cuales 200.000 no eran militares de carrera sino civiles movilizados. La propaganda bélica italiana cultivó una imagen del «campesino soldado» (contadino soldato), dechado de obediencia, devoción y resignación, pero este mito, desarrollado por los oficiales de clase burguesa, contrastaba con las duras realidades del frente,6 donde una férrea disciplina atenazaba a los reclutas. Durante los primeros años de la guerra, no se generó ningún tipo de consenso bélico entre los italianos. De hecho, los socialistas terminaron por adoptar una posición ambigua en torno al esfuerzo de guerra, expresada en el lema «ni apoyo, ni sabotaje» (né aderire, né sabotare). De hecho, la lucha contra los austrohúngaros carecía de sentido para muchos individuos, exasperados por los minúsculos pero costosos avances y retrocesos en los frentes de los Alpes, a lo largo del río Piave, en el Monte Grappa, en la meseta rocosa del Carso, o en las recurrentes batallas del río Isonzo.7 Fue en este último lugar donde Mussolini tuvo su propio bautismo de fuego.
¿Cómo se materializó el interés de Mussolini por los combatientes como futuros actores políticos? Que Mussolini concebía la guerra como un hecho revolucionario era algo evidente ya en 1914, pero su particular fe en los soldados y veteranos como agentes políticos tardaría en madurar. En verdad, si bien la experiencia bélica confirió a Mussolini un aura de guerrero, su expediente militar no destacó por heroico, ya que pasó mucho tiempo hospitalizado en retaguardia y su última acción de guerra data de febrero de 1917, cuando fue herido de manera accidental. Mussolini tampoco pudo cumplir su deseo de alcanzar el grado de oficial, aunque se sintiese identificado con estos y fuesen jóvenes oficiales de rango medio los principales lectores y colaboradores de su periódico.8 Fue su fuerte compromiso nacionalista con las reclamaciones territoriales que exigía Italia lo que le indujo a exaltar a los soldados del frente como ariete del esfuerzo bélico. Ya en diciembre de 1916 escribió que en las trincheras estaba asistiendo al nacimiento de una nueva y mejor élite que gobernaría Italia en el futuro: la «trincherocracia» (trincerocrazia).9 Sin embargo, por muy grande que fuese su entusiasmo por los combatientes de primera línea, en febrero de 1917 Mussolini volvió a Milán como periodista y editor de Il Popolo d’Italia. No sería hasta más tarde, durante el crítico año de 1917, cuando la ideología de Mussolini daría el giro crucial.
La Revolución rusa es el primer y principal factor para explicar la deriva de Mussolini hacia una nueva ideología que ensalzaría a los futuros excombatientes como campeones de la nación. Al estallar la revolución de febrero de 1917, los intervencionistas de Il Popolo d’Italia celebraron ver el supuesto carácter revolucionario de la guerra dando sus primeros frutos.10 No obstante, pronto comenzaron a temer que esta revolución podría suponer la retirada del aliado ruso del conflicto.11 Esta posibilidad horrorizaba a Mussolini por dos razones. Primero, porque tal «traición» sería perjudicial para Italia y los países aliados. Y segundo, y aún más importante, porque una paz negociada en Rusia como consecuencia de la revolución sería un hecho que desmentiría radicalmente su propia interpretación sobre la pretendida naturaleza revolucionaria de la guerra. Il Popolo d’Italia insistía en esta última idea: el periódico apuntaba que los soldados rusos, sobre todo los oficiales jóvenes, habían apoyado la revolución, pero al mismo tiempo afirmaba que estos debían continuar combatiendo hasta la victoria final.12 En julio de 1917, Mussolini, eufórico por el avance de los soldados rusos frente a los alemanes, se decía partidario de una posible dictadura encabezada por Kerensky.13 Como vemos, Mussolini se inclinaba por la continuación de la guerra a cualquier precio, subordinando toda mejora social destinada a la población –incluyendo a los soldados– a los intereses superiores del esfuerzo bélico nacional. Cuando se frustró la última ofensiva rusa debido a la falta de entusiasmo de las tropas, Mussolini acusó a los agitadores bolcheviques del fracaso. En general, para la burguesía intervencionista italiana, ese giro indeseado de la Revolución rusa presagiaba posibles peligros en Italia. Muchos individuos como Mussolini ya planteaban ominosos paralelismos con Rusia cuando el ejército italiano, tras años de guerra brutal, rozó el colapso en el otoño de 1917. La duodécima batalla de Isonzo, el denominado desastre de Caporetto, fue una derrota traumática que empujó al ejército y la sociedad italiana a una profunda crisis.14
Al coincidir con la fase final de la Revolución rusa, Caporetto fue el segundo acontecimiento que condujo a Mussolini a identificar a los veteranos como heraldos de una nueva ideología emergente. Tengamos en cuenta que entre octubre y noviembre de 1917, mientras tenía lugar la masiva retirada de Caporetto, otros ejércitos contendientes como el francés mostraban severos problemas de agotamiento y amotinamiento entre sus soldados,15 y una segunda revolución se estaba produciendo en Rusia. Los bolcheviques se habían granjeado la lealtad de los combatientes rusos que, entusiasmados ante la posibilidad de una pronta paz, protagonizarían una auténtica revolución en los frentes.16 En Italia, mientras tanto, las divisiones entre los socialistas se acentuaban ante el impacto de los acontecimientos rusos y la invasión del territorio patrio. Sometidos a escrutinio a través de las lentes deformantes del ejemplo ruso, los socialistas italianos fueron acusados de haber debilitado la moral de las tropas y por tanto de haber provocado el desastre de Caporetto. Incluso el general Cardona, principal responsable del desastre militar, señaló a los socialistas como chivo expiatorio, lo cual no le libró de ser reemplazado por el general Armando Diaz al frente del Estado Mayor; un cambio que, dicho sea de paso, no sería suficiente para insuflar nuevas energías en el esfuerzo de guerra, ni para poner fin a la propaganda antisocialista. Sea como fuere, el contexto no solo influyó en la evolución ideológica de Mussolini, sino que también provocó transformaciones que facilitarían la futura manipulación política del símbolo del veterano de guerra.
Caporetto condujo a toda una batería de medidas destinadas a motivar a los soldados y a mantener su disciplina y compromiso con la causa nacional, y este esfuerzo daría forma a las mentalidades y expectativas de los futuros veteranos de guerra.17 El ejército, usando extensivamente una propaganda nacionalista y patriótica que demonizaba al enemigo y glorificaba los instintos agresivos, promovió un nuevo modelo de motivado «combatiente» (combatente) que se alejaba de la simple idea del obediente «soldado» (soldato).18 Estos nuevos discursos comportaban considerables promesas hacia las tropas, pues tendían a subrayar la enorme deuda contraída por la patria para con sus salvadores. Los propagandistas dibujaban un futuro de reconocimiento moral