Rondas, fanfarrias y melancolía. Ricardo Bedoya
ha marcado la sensibilidad cinematográfica de nuestro tiempo proyectándola a latitudes oníricas, esperpénticas, tornasoladas, surreales, misteriosas, pero ancladas siempre en la referencia narrativa y figurativa a Italia. Estamos, en suma, ante un océano imaginario en el que reverberan, coagulan y se disuelven incesantemente los símbolos de las angustias y contradicciones existenciales de su autor.
Con acertada inspiración condensadora, el editor ha recogido tres emblemas de ese impresionante cosmos: las rondas, esas de los ditirambos desmesurados, de los saltimbanquis alabados o despreciados, de los circuitos y cortocircuitos de la acción, impregnados en las risas sardónicas que destellan en los rostros, de las conversaciones entrecortadas y circulares, de los rituales familiares, amicales y sociales dispuestos en corro; las fanfarrias, esas que suenan y resuenan en las músicas de feria y entraman el hilo mismo de los relatos irradiando un clima muy característico; y la melancolía, esa estructura pasional ambiental expresada en una mirada entre apenada y sosegada al horizonte irrecuperable de los afectos vividos. Sin duda, en esos emblemas (y en otros menos perceptibles) están, en memoria, las mascaradas elaboradas por quien fue también un notable ilustrador satírico e historietista.
No me corresponde hacer más comentarios generales sobre el inmenso e intenso fenómeno felliniano, encarnado por antonomasia en esa fantástica comunidad de la Cinecittà; solo me queda agradecer cálidamente a la Embajada de Italia por su entusiasmo y decidido apoyo, e invitar a los interesados a celebrar, con la buena lectura de estas aproximaciones que persiguen la estela indeleble de su obra, el siglo del nacimiento de este gran creador italiano que ya pertenece a toda la humanidad.
Óscar Quezada Macchiavello
Rector de la Universidad de Lima
Presentación del Embajador de Italia
La Universidad de Lima me honra al darme la oportunidad de presentar esta publicación, que es un ejemplo perfecto de la estrecha relación que desde hace muchos años tienen nuestras instituciones y que nos ha permitido desarrollar un amplio abanico de actividades culturales para el público peruano.
Esta vez nos convoca un hijo de Italia que, a mi parecer, es uno de los pocos artistas del siglo XX que merece ser calificado como genio. El de Federico Fellini fue un espíritu que supo llenar la pantalla de ensueño y de ilusión; que logró presentar de manera original e imperecedera la Italia de la posguerra y del gran desarrollo desde una mirada que fue muy personal, pero capaz de tocar la imaginación de toda una época y de extender su influencia también a las siguientes generaciones.
La trascendencia de Fellini es la razón por la que ahora, a cien años de su nacimiento, un claustro tan prestigioso y caracterizado por la difusión del buen cine edita una publicación que, a través de los textos de investigadores peruanos y de otras latitudes, rinde homenaje a su vida y obra. Aprecio mucho no solo el afán, sino también la realización de un proyecto que analiza, desde diversas perspectivas, variados aspectos del arte y del legado de un creador que sobrepasó los límites de su tiempo y se convirtió en un ícono del cine mundial.
Como representante de Italia, me enorgullece que el trabajo de un compatriota sea reconocido y apreciado en una nación como el Perú que, una vez más, demuestra sus estrechos vínculos con la cultura italiana. Quiero expresar mi sincero agradecimiento a la Universidad de Lima y a su Fondo Editorial por renovar y ampliar el interés del público peruano por el Maestro riminés.
Estoy seguro de que, en las páginas de esta publicación, el lector encontrará interesantes acercamientos al cosmos de Fellini, a lo que le movió para entregarse a ese mundo encantado que es Cinecittà, donde dejó un legado imperecedero. Les invito a “volver a conocer” al gran Federico a través de estos textos que nos permiten vislumbrar su creación visionaria.
Giancarlo Maria Curcio
Embajador de Italia
Introducción. Un breviario felliniano
Ricardo Bedoya
Como editor de este volumen, me toca hacer una presentación panorámica de la obra de Federico Fellini. Es un aprieto, por supuesto, ya que resulta difícil sintetizar en cinco mil palabras lo que representan las películas de un autor cinematográfico de preocupaciones tan amplias, de un estilo tan complejo y de un mundo tan variado como Fellini. Rastrear su legado supone dar cuenta de sus vínculos con el neorrealismo, de su tránsito hacia una “nueva figuración”, de su conversión en un personaje de sus propias películas y de situar el último período de su obra, el más pesaroso y desencantado, entre otros asuntos.
Por otra parte, sus películas siempre generaron debates. Algunos esgrimen las mejores razones para preferir una u otra etapa de su carrera, como si no hubiera vínculos estrechos y continuidades muy visibles entre ellas. Hay quienes apuestan todo por el período que se inicia en 1950, año de su primer largometraje, Mujeres y luces (Luci del varietà), que codirigió con Alberto Lattuada, y se extiende hasta 1957, cuando realiza Las noches de Cabiria (Le notti di Cabiria). Otros, en cambio, sin desdeñar ese primo tempo, valoran sobre todo las películas que siguieron el camino iniciado en La dolce vita (1960).
En otras palabras, están los que aprecian su cercanía a la narración tradicional y el encuadre “realista” de Mujeres y luces, El jeque blanco (Lo sceicco bianco, 1952), Los inútiles (I vitelloni, 1953), Agencia matrimonial (Agenzia matrimoniale, episodio del largo L’amore in città, 1953), La calle (La strada, 1954), El cuentero (Il bidone, 1955) y Las noches de Cabiria, y los que se deslumbran —contando algunas decepciones de por medio— con La dolce vita (1960), Las tentaciones del doctor Antonio (Le tentazioni del dottor Antonio, episodio de Boccaccio 70, 1962), Ocho y medio u 8½ (Otto e mezzo, 1963), Giulietta de los espíritus (Giulietta degli spiriti, 1965), Toby Dammit (episodio de Historias extraordinarias - Histoires extraordinaires - Tre passi nel delirio, 1968), Fellini Satyricon (1969), A Director’s Notebook - Block-notes di un regista (1969), Los clowns (I clowns, 1970), Fellini Roma (1972), Amarcord (1973), Casanova (Il Casanova di Federico Fellini, 1976), Ensayo de orquesta (Prova d’orchestra, 1978), La ciudad de las mujeres (La città delle donne, 1980), Y la nave va (E la nave va, 1983), Ginger y Fred (1985/1986), Entrevista (Intervista, 1987) y La voz de la luna (La voce della luna, 1990).
¿Pero se dio ese giro radical hacia el barroquismo y la subjetividad que ven algunos, o se trató más bien de un cambio de acento, de un ajuste del punto de vista, de una adecuación al aire de los tiempos, o del desborde de impulsos, visiones, afectos y caprichos que estuvieron ahí desde siempre?
Echemos una mirada fragmentaria, en bloques, a la manera de un breviario de asuntos y motivos, al conjunto de la obra felliniana. Acaso así podamos acercarnos a esas líneas, frases, estilemas, melodías y obsesiones que aparecen y luego se ocultan para volver a asomarse, pero reescritas o compuestas de otra manera, en otro orden, distinto tono y un acento cada vez más grave.
NEORREALISMO
Los vínculos de Federico Fellini con el neorrealismo son estrechos desde los días en que colabora con Roberto Rossellini y trabaja con Cesare Zavattini en la publicación satírica Marc’Aurelio1. Pero en un momento de su carrera como cineasta, que se sitúa hacia La dolce vita, decide alejarse de ese “arte de la evidencia” que sustentaba las películas que lo formaron como guionista y realizador. Es un distanciamiento radical del realismo tal como lo practicaban Cesare Zavattini y Vittorio De Sica, sobre todo. Pero también Roberto Rossellini, ya que para el director de Stromboli (Stromboli, terra di Dio, 1950), el cine era el instrumento capaz de penetrar en el magma de lo sensible y encontrar ahí, sin forzar las técnicas de observación, momentos privilegiados de revelación espiritual y “epifanías de lo real”2.
De paso, en su disidencia, Fellini se lanza a incumplir los cánones de Cesare