Comentario de los salmos. Samuel Pagán
cristiana, siguiendo esa antigua tradición interpretativa, vieron en estos salmos claras referencias a Cristo, e interpretaban estos poemas no solo como salmos reales, en el sentido histórico del término, sino como literatura mesiánica. Y si estos poemas fueron redactados finalmente luego del destierro en Babilonia, cuando la institución de la monarquía había cesado en Israel, entonces esta interpretación mesiánica del Salterio tiene un gran fundamento teológico e histórico.
Entre los temas más importantes que se exponen en estos salmos se encuentran los siguientes:
1. La magnificencia de la figura del rey (Sal 21.6; 45.3-4,9-10; 72.8-11).
2. El favor divino que disfruta el rey (Sal 2.7; 89.27-18).
3. Plegarias a Dios en favor del rey (Sal 72.15).
4. Oráculos divinos que favorecen al rey (Sal 110.1).
G- Salmos imprecatorios:
En el Salterio se encuentra un grupo de salmos que requiere atención particular, por la naturaleza del tema que presentan y por las implicaciones de su teología para la iglesia cristiana. Esos poemas (p.ej., 35; 69; 109; 137), conocidos como salmos imprecatorios o de maldiciones, resultan extraños en el contexto educativo y teológico del mensaje y las enseñanzas de Jesús. Sus clamores, en efecto, pueden manifestar venganzas, resentimientos y hostilidades, que son sentimientos ajenos a los reclamos de amor y perdón del evangelio.
En ocasiones, los salmistas, al encontrarse totalmente indefensos ante los avances despiadados de la maldad, injusticia, violencia y opresión, no sólo clamaban al Señor, a quien reconocían como fuente absoluta de liberación y esperanza, sino que suplicaban a Dios que hiciera caer los peores males sobre sus enemigos. De esa forma se presentan algunos salmos y se articulan varias oraciones que unen sus suplicas más intensas con las imprecaciones o maldiciones más violentas y radicales (p.ej., 58.6-11; 83.9-18; 109.6-19; 137.7-9). Algunas de las imprecaciones revelan, inclusive, un deseo ardiente de guerra, pues manifiestan una muy seria actitud de venganza contra los enemigos; son clamores intensos que suplican la implantación de justicia en momentos de angustia extrema y necesidad absoluta.
La comprensión adecuada de estos poemas debe tomar en consideración el entorno teológico de esa época, en la cual no se habían desarrollado plenamente los conceptos de vida eterna y perdón que se ponen de manifiesto en los escritos del Nuevo Testamento (Mt 5.43-48; Ro 12.17-21). De acuerdo con la religión de los antiguos israelitas, las buenas y las malas acciones de las personas debían ser recompensadas en la vida, y la gente malvada debía recibir el merecido de sus acciones y castigos antes de morir. Esa convicción ponía claramente de manifiesto la importancia y necesidad de la justicia divina, que retribuía a las personas de acuerdo con sus acciones en la vida. Y fundamentados en esas convicciones, los salmistas solicitaban ardientemente al Señor las manifestaciones claras de esa justicia divina.
La iglesia cristiana, sin embargo, ha reconocido en estos salmos imprecatorios un deseo genuino de implantación de la justicia. El amor hacia los enemigos no debe ser de ninguna manera indiferencia hacia el mal o rechazo de sus raíces, sino una afirmación de fe que celebra la capacidad divina de transformación y renovación. En efecto, el Dios bíblico tiene la capacidad y el deseo de «hacer nuevas todas las cosas», pues está interesado de establecer «un cielo nuevo y una tierra nueva», donde «ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron» (Ap 21.1-4).
El amor al enemigo desde la perspectiva cristiana no tiene como finalidad ignorar sus maldades ni aceptar sus actitudes malsanas, solo le brinda una oportunidad de arrepentimiento. Los salmos imprecatorios son expresiones que intentan, de un lado, expresar con sinceridad y firmeza el dolor más intenso y las frustraciones más hondas que siente la gente de fe ante las calamidades y adversidades de la vida. Y del otro, imploran con valor la manifestación de la justicia del Señor, que es capaz de redimir y transformar, no solo las realidades adversas que rodean a los creyentes sino que puede intervenir para que las personas injustas que han ocasionado los problemas y las injusticias reciban de Dios el trato adecuado por sus maldades.
H- Otros tipos de salmos:
Además de los géneros literarios mayores que se han identificado y presentado, el Salterio incluye una serie importante de salmos que no siguen los patrones generales de la literatura anterior.
• Algunos presuponen las ceremonias de procesión y entrada al Templo (Sal 15; 24; 118).
• Otros utilizan el estilo literario y legal que se usaba en las cortes de justicia (Sal 50; 82).
• Varios son conocidos como penitenciales (p.ej., Sal 51) y mesiánicos (p.ej., Sal 110).
• Y también en los salmos se encuentran varios cánticos que entonaban los peregrinos al llegar a Jerusalén y ascender al Templo (Sal 120–134).
TEOLOGÍA EN LOS SALMOS
Como el libro de los Salmos presenta en sus poemas la vida misma en sus diversas manifestaciones –y como también ponen en evidencia sus complejidades sociales, económicas, religiosas, sicológicas, políticas y espirituales–, la teología que articula no es sistemática ni especulativa50 . La teología y el conocimiento de Dios en el libro de los Salmos emergen de las vivencias cotidianas del pueblo, y surgen en medio de las relaciones diarias de la comunidad, en las cuales puede verse manifestada la acción divina. Ese tipo de teología –que muy bien puede catalogarse como «inductiva», «popular» o «contextual», en el mejor sentido de esas palabras e ideas– toma seriamente en consideración el panorama complejo y amplio de la vida, y pone de relieve los temas y asuntos que tienen gran importancia existencial para el pueblo de Israel y para sus líderes religiosos51 .
Y como uno de los asuntos de más importancia en la vida es la felicidad, los dos primeros salmos presentan y exploran ese fundamental tema de forma destacada, e identifican y subrayan el tono teológico y el propósito pedagógico de la obra: «Es bienaventurada la gente que...» (Sal 1.1)52 . La persona feliz, dichosa, alegre y bienaventurada es la que confía en el Señor y no presta atención a los malos consejos. Esas personas son las que descansan y meditan en la «Ley del Señor» –que en el idioma hebreo, más que reglas inflexibles y reglamentos áridos, significa «instrucciones» o «enseñanzas»53.
El segundo salmo continúa ese tema de la felicidad verdadera, y añade el elemento del «refugio» (Sal 2.12), que pone en evidencia clara los temas de la confianza y la seguridad en la presencia divina. Los hombres y las mujeres felices son los que incorporan las enseñanzas divinas al estilo de vida, y las que se refugian en el Señor en el momento de la dificultad.
Desde el comienzo mismo del libro, los Salmos revelan asuntos teológicos, existenciales y religiosos de importancia capital. Y uno de ellos es que la felicidad plena en la vida se relaciona con las alabanzas a Dios y con el reconocimiento y la aplicación de sus enseñanzas. En el Salterio se afirma continuamente que la alabanza y las oraciones generan dinámicas de esperanza, salud, bienestar y liberación en los creyentes. Y esas manifestaciones divinas, que producen en las personas sentido de futuro, seguridad y porvenir, se fundamentan en la naturaleza de Dios, que se pone en clara evidencia en su nombre54 .
La importancia del nombre personal de Dios en el libro de los Salmos no puede ignorarse ni subestimarse55 . En efecto, el nombre divino revela un extraordinario sentido de identidad, pertinencia y pertenencia (véase Sal 8; 66; 68; 69; 92; 113; 145), pues son sus intervenciones históricas en medio de las vivencias del pueblo las que hacen que la comunidad le adore y le sirva. El Dios del Salterio es Yahvé56 –Jehová, en las traducciones Reina Valera–, que también es el Dios de Abraham y Sara, de Moisés y María, y de David y Rt; además, es el Dios de los profetas, y el Señor que intervino en la historia de su pueblo en Egipto, el desierto, el exilio y el período de la restauración. En los salmos, Dios nunca es visto o entendido como una divinidad menor, sino como el Señor «rey de Sión, su santo monte» (Sal 2.4-6). En efecto, el nombre del Señor comunica lo fundamental del misterio y de la maravilla de la revelación