Comentario de los salmos. Samuel Pagán

Comentario de los salmos - Samuel Pagán


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que transmiten conceptos e ideas de gran importancia teológica para los creyentes en la actualidad. La teología bíblica está íntimamente ligada a las imágenes del mundo y la sociedad que se tenía en la antigüedad. El pueblo de Israel intentaba entender la naturaleza y la sociedad con la mentalidad religiosa y pre-científica que caracterizaba el mundo antiguo, particularmente común en el Oriente Medio. No es posible analizar adecuadamente la teología de los Salmos desde nuestras comprensiones del cosmos y la vida, sin tomar en consideración el mundo semítico antiguo.

      Desde la perspectiva hebrea, sin embargo, los seres humanos son la creación de Dios del polvo de la tierra, que han recibido el aliento o el soplo divino (Gn 2.7). Cuando Dios quita su soplo o espíritu –generalmente el ruach– de las personas, las criaturas vivientes simplemente mueren. En el sentido bíblico de la expresión, el «alma» es la vida misma de las personas que solo puede ser otorgada por Dios. Cuando falta el alma, desaparece la vida.

      La vida no es para el pensamiento hebreo Mteria de especulación filosófica sino la manifestación concreta y práctica del soplo de Dios (Gn 2.7; 7.22). El origen de la vida es Dios mismo, que la otorga de acuerdo con su voluntad, para generar «criaturas vivientes». En la muerte, ese aliento divino regresa a Dios que lo dio (Ec12.7), y los cuerpos físicos comienzan los procesos naturales descomposición. La muerte se relaciona con las ideas de tumbas, corrupción y sombras en el sheol, que se imaginaba prioritariamente como un mundo inferior en las profundidades de la tierra, lleno de sombras y silencio. No hay alabanzas a Dios en el sheol, pues no hay vida.

      Las descripciones de las personas que habitan el sheol que se hacen en las Escrituras (Is 14; Ez 32), deben analizarse con mucha cautela exegética y prudencia teológica, pues ponen claramente de manifiesto la gran imaginación profética, pues nadie ha ido a ese lugar de la muerte y ha regresado a contar sus experiencias. Inclusive, aunque Samuel es llamado del sheol (1 S 28.14) y David comenta en torno a su hijo fallecido (2 S 12.23), el pensamiento israelita no dedica tiempo de calidad para explicar lo que sucedía en ese lugar, caracterizado por la oscuridad.

      «Porque mis días se han consumido como el humo,

      y mis huesos cual tizón están quemados.

      Mi corazón está herido, y seco como la hierba,

      por lo cual me olvido de comer mi pan» (Sal 102.3-4).

      Mientras esa afirmación teológica de brevedad y fragilidad hace que los salmistas se refugien en Dios, que es fuente de esperanza y seguridad, el sheol representa la muerte, y alude a las diversas calamidades que producen crisis en la vida. Cuando el salmista indica que el Señor ha sacado si alma del sheol, se refiere de forma poética a las dificultades que traen dolor y desesperanza a las personas. La palabra sheol, en este sentido, puede aludir metafóricamente a las enfermedades, las persecuciones, y aún hasta a las diversas desesperanzas humanas. Por esta razón, en la poesía hebrea se utilizan las imágenes relacionadas con la muerte y el sheol en formas paralelas (Os 13.14; Is 38.18), pues constituyen fuentes de poder que traen a las personas dolor, desasosiego, ansiedad, angustia, conflicto. El sheol se concibe, inclusive, como un poder de cuya mano ninguna persona puede escapar (Sal 89.48; Os 13.14).

      La comprensión de ese poder tan fuerte que transmiten las ideas de la muerte y el sheol es lo que nos permite entender adecuadamente las imágenes del Cantar de los cantares (Can 8.6), en la cual esos términos –que esencialmente revelan imágenes negativas– se comparan al amor y la pasión –que primordialmente manifiestan conceptos positivos y gratos de la existencia humana–. La esencia de la comparación es la fuerza y el poder de los conceptos.

      La teología del Salterio utiliza las imágenes del cuerpo para transmitir una serie importante de sentimientos e ideas. Corazón, por ejemplo, constituye un término de gran virtud teológica y antropológica. En sus formas bíblicas –en hebreo, leb y lebab–, «corazón» aparece 858 veces en el Antiguo Testamento y la gran mayoría de las veces se refiere a las personas, aunque en algunas ocasiones se relaciona con Dios –¡en solo 28 instancias!–, siendo la más famosa la que se incluye en Oseas 11.8.

      En primer lugar, la referencia al «corazón» describe inicialmente el órgano humano, particularmente en los pasajes que describen enfermedades y dolencias físicas (Sal 38.10). Y porque es un órgano humano interno, la imaginación popular lo relacionó con lo oculto, lo secreto, lo inaccesible, lo escondido, lo impenetrable. Esa particularidad se pone en clara evidencia con la declaración teológica que afirma que solo Dios conoce los secretos más profundos del corazón humano (Sal 44.21). Inclusive, el Señor puede discernir y ver las intimidades del corazón, sin ser engañado o defraudado por expresiones externas (1S 16.7).

      En el pensamiento semita, el corazón era el asiento de las emociones, p.ej., como el deseo humano (Sal 21.2); además, era visto como la fuente de las actividades intelectuales (Dt 29.4; Sal 90.12). ¡La gran clave de la sabiduría de Salomón era que tenía un «corazón que escuchaba»! (1 R 3.9-12). También en las Escrituras hebreas el corazón se relaciona con las acciones, la voluntad y las decisiones de las personas. Inclusive, las respuestas humanas a la gracia divina se relaciona con el corazón (Ez 36.26).

      Dios también tiene corazón. En el corazón divino se preparan sus planes (Sal 33.11), y «le pesa el corazón» cuando su creación abandona su voluntad y se dedican al pecado y la maldad (Gn 6.6). En efecto, el arrepentimiento divino se relaciona con las acciones de su corazón (Jer 18.8; Jon 3.10), que en este contexto no significa arrepentimiento por alguna maldad, error o pecado, sino que cambió de opinión. De acuerdo con las Escrituras, el Señor que no solo cambia de opinión sino que manifiesta sentimientos humanos específicos, como el sufrimiento (Os 11.1-11; 13.4-14).

      Otras partes del cuerpo humano que se utiliza en las Escrituras para transmitir conceptos son los riñones, el hígado y la carne. Aunque en hebreo se utilizan estas expresiones, en castellano se usan palabras como corazón, mente o alma. La referencia a los riñones con regularidad se relaciona con las imágenes del corazón, pues revela los sentimientos humanos más profundos de las personas (Sal 7.10; 16.7; 73.21). La expresión hebrea que se refiere al «hígado» se ha traducido como «alma» (Sal 19.9) o como «corazón» (Sal 108.1). La idea detrás de las imágenes y también de las traducciones bíblicas es destacar lo profundo de los sentimientos, pues los órganos que se utilizan de base para el desarrollo de las ideas son internos, y enfatizan la profundidad y seriedad.

      En hebreo las referencias a «carne» aluden generalmente a la humanidad de las personas, en contraposición a la divinidad, o describen la mortalidad humana para contrastarla con la eternidad divina. Dios está consciente de esa realidad humana y recuerda que las personas son solo carne (Sal 78.39), razón por la cual manifiesta su misericordia y amor.


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