La democracia de las emociones. Alfredo Sanfeliz Mezquita
dice que los chinos nos espían, que quieren controlar la tecnología, y en definitiva que son una amenaza en términos generales. Y se dice en tono de reproche, como si nuestras sociedades occidentales lideradas por Estados Unidos no tuvieran servicios de espionaje, no quisieran dominar económicamente el mundo y manejar las instituciones multilaterales que siempre han dominado. Parece que los chinos son muy malos y nosotros, como bloque occidental, somos unos santos que nunca hemos conquistado un país ni establecido y defendido aranceles y reglas del comercio mundial al servicio de nuestros intereses.
Pero más allá de estas tensiones de bloques mundiales, los mismos fenómenos se reproducen en el interior de nuestras sociedades entre seguidores de partidos políticos de distinto color, entre empresarios y trabajadores o entre privilegiados y grupos más desfavorecidos. Los comportamientos criticables los vemos mucho más fácilmente en los contrarios que en nosotros mismos. Es consecuencia de un sistema innato de defensa de lo nuestro, de nuestra forma de ser y vivir frente a quienes consideramos que son los otros o incluso nuestros enemigos.
Aun siendo algo propio del ser humano desde siempre, este fenómeno se encuentra actualmente muy arraigado dentro de todas nuestras sociedades, y de alguna forma la ignorancia o falta de conciencia acerca de ello nos aleja de su comprensión. Los miedos a perder lo que tenemos, lo que hemos sido y nuestra forma de vivir secuestran nuestra mirada y la distorsionan, impidiéndonos ver y entender las cosas como realmente son. Por ello solo podremos comprender nuestra sociedad si tomamos conciencia de estas cosas y salimos del analfabetismo socioemocional que nos impide observar en nosotros lo mismo que les reprochamos a los demás. Y quizá un día comprendiéndonos unos a otros un poco más podremos entendernos y convivir con un poco más de amabilidad y encaje.
Lo justo frente a lo que me conviene
La reflexión anterior me trae a la cabeza el extendido vicio de equiparar el concepto de lo justo a lo que nos conviene a través de sesgadas e interesadas reflexiones y racionalizaciones. En general solemos pensar que aquello que me conviene es además justo. Ello ocurre con una serie de preguntas o cuestiones que, dependiendo de nuestra historia personal y de en qué lugar nos encontremos socialmente, tenderemos a responder en un sentido u otro:
• ¿Somos merecedores de lo que creemos merecer o la justicia debería equilibrar la desigualdad de oportunidades en las que nos coloca el azar del nacimiento y la vida?
• ¿Reparte mejor justicia la izquierda, o quizá lo hace mejor la derecha?
• ¿Es mejor ser competitivo o es mejor ser cooperador?
• ¿Es lo nuevo mejor que lo viejo? ¿Debemos romper o preservar lo establecido?
Es difícil analizar y responder a estas cuestiones fría y racionalmente si no es con un discurso largo y complejo. Por ello, y porque quizá la respuesta desde una supuesta objetividad científica no nos convendría, la realidad es que profundizamos y reflexionamos muy poco para determinar lo que es justo y lo que no. La sociedad como tal casi no conversa sobre estas cuestiones, pero sin embargo todos tendemos, como acabamos de ver y sin darnos cuenta, a ser activos en defender nuestra visión como justa. Defendemos las cosas como justas o injustas, pero siempre desde nuestros limitados y encasillados marcos mentales y sin hacer prácticamente reflexión alguna para describir los ingredientes que componen la justicia. En definitiva, solemos pensar o creer que es justo lo que me conviene que sea justo.
Reduciendo mucho el análisis y utilizando las denostadas generalizaciones, creo que en un supuesto debate respecto de lo que es justo me aventuraría a pensar y dividir a las personas en dos grupos, cuya descripción hago marcando las posiciones más extremas:
• Unos que creen en la importancia del mérito, y por ello en la necesidad de que existan desigualdades con los privilegios que unos tienen como justo fruto de sus esfuerzos. Estos construyen sus argumentos sobre un supuesto realismo y pragmatismo argumentando que, de no ser así, el mundo no funcionaría y acabaríamos pobres de solemnidad. La falta de diferencias en las recompensas eliminaría la motivación para el esfuerzo necesario o aconsejable para el bienestar y el progreso de la sociedad. Muy en el fondo asimilan el concepto de justicia a un principio de utilidad. Para que funcionen las cosas tiene que haber un sistema de premios y castigos pues la naturaleza humana lo necesita para funcionar bien en sociedad, y esta es la única forma de luchar contra la proliferación de los que pretenden vivir del cuento. De alguna forma esta mirada de la justicia legitima el uso de unas personas por otras al servicio de la utilidad de las segundas y suele pecar de asociar el bienestar humano a la riqueza material, con cierto desprecio de los factores psicológicos del bienestar relacionados con las necesidades sociales como las ya mencionadas de estatus, seguridad, autonomía, sentido de pertenencia. Es común que los establecidos en esta visión pertenezcan a posiciones de alguna forma privilegiadas, sin ser demasiado conscientes de su suerte, y tengan dificultades o resistencias para apreciar las menores oportunidades de quienes no pertenecen a la clase más privilegiada. Nos referiremos en lo sucesivo a estas ideas como las creencias o ideologías propias de los privilegiados, de los de derechas o los conservadores.
• El otro grupo, en el extremo, se representa poniendo de forma permanente el peso en la necesidad de igualdad y en el mundo de los derechos. De forma expresa o tácita considera que las diferencias son equivalentes a injusticia y justifican sus argumentos atribuyendo los logros de otros a las ventajas de partida con las que han contado quienes han conseguido alcanzar posiciones privilegiadas. Viven estimando que tienen el mismo derecho a disfrutar de lo que pueden disfrutar otros. Pueden tender a mirar a los más privilegiados con cierto resentimiento e incluso reproche por haberse apropiado de las ventajas de un orden establecido favorable para ellos y por someter a los más desfavorecidos. Argumentan que los más necesitados deben recibir ayuda o compensación de quienes más tienen, no por compasión sino por tener pleno derecho a ello, y por ser lo justo, y consideran que cooperando se producen mayores frutos y bienestar que compitiendo. En general este bloque se siente de mejor condición moral, a la vez que rehuye hacer un análisis de las consecuencias para la sociedad y su desarrollo del hecho de mantener este principio durante largo tiempo. De alguna forma parece que para ellos la riqueza se asocia a explotación o especulación, que son generadoras del sufrimiento que provocan las injustas diferencias. Por último, admiten mejor el prohibir lo que siempre se ha podido hacer y la mayor presencia del Estado en la ordenación de nuestras vidas. Nos referiremos en lo sucesivo a quienes encarnan estas ideas, creencias o ideologías como más de izquierdas, progresistas, reivindicadores o gritones.
Dentro de esta simplificación, me atrevo a decir que cada una de esas posturas impregna la ideología y forma de pensar de las posiciones polarizadas que en muchos aspectos existen en nuestra sociedad en relación con las libertades individuales, el nivel de impuestos adecuado, las exigencias de renta mínima y solidaridad, los niveles de desigualdad tolerables o las formas de relacionarse con lo políticamente correcto. Entre medias de estas posiciones extremas y simplificadas se encuentran versiones moderadas, intermedias, combinadas y equilibradas con todo tipo de matices. Cada una de ellas es fruto de nuestra educación, moral, costumbres, y en definitiva de los principios aceptados o rechazados de nuestro contrato social. Y cada una de estas variantes modula las creencias y visiones de una y otra de las dos posturas, contribuyendo con ello a la creación de múltiples grupos o colectivos de personas que nacen y se desarrollan en torno a las distintas visiones en relación con unos y otros temas sociales. Y con esas distintas visiones vemos la vida con uno u otro color.
Cada una de estas visiones tiene sus atractivos y sus riesgos de degeneración si no tienen contrapesos, y por ello el mundo solo podrá sobrevivir con una lucha permanente en el tiempo entre una y otra visión sin que ninguna de ellas pueda quedar impuesta de forma definitiva sin caer en una u otra forma de degenerante tiranía. Esperemos que esa lucha sea siempre mínimamente civilizada.
La confusión entre «comprender» y «aceptar». Lo que no nos interesa no somos capaces de verlo o comprenderlo
Cuando leemos o escuchamos las reflexiones que vengo haciendo sobre la sociedad y el ser humano es muy posible que se despierte en nosotros cierto rechazo. La visión ideologizada de unos y otros puede impedirnos comprenderlas adecuadamente.