La democracia de las emociones. Alfredo Sanfeliz Mezquita

La democracia de las emociones - Alfredo Sanfeliz Mezquita


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mayor proporción del terreno.

      • En segundo lugar, la liberación de la energía y esfuerzo que antes dedicábamos a satisfacer y garantizar nuestras necesidades hoy se ha de dedicar a encontrar sentido vital, siendo la ayuda a los demás una gran aplacadora de nuestros desasosiegos mentales y existenciales.

      • Cuando ayudamos a los demás, aun cuando sea de forma «desinteresada» se genera una cierta expectativa de recibir agradecimiento y quizá un cierto deber por parte del beneficiado de devolver la ayuda algún día. Se trata también por tanto de una forma de satisfacer nuestra necesidad de ser queridos.

      • La búsqueda implícita de reconocimiento que las personas podemos perseguir (consciente o inconscientemente), auto creándonos una imagen de buenos y generosos ayudadores que aplaca las propias dudas respecto a nosotros mismos a la vez que nos crea una buena imagen frente a los demás. Seguramente suponemos que ello contribuirá a ser más reconocidos y queridos. ¿No es eso lo que parece haber detrás de algunas donaciones filantrópicas aireadas o del voluntariado de muchas personas cuando parece que lo hacen más para contarlo?

      • Amar y darse a los demás desinteresadamente puede ser parte de los mandamientos de unas y otras religiones. Procura la satisfacción de hacer el bien, además del sentimiento de ser una buena inversión para la entrada en el cielo o para tener una buena reencarnación.

      Considero poco discutible la satisfacción que produce a la mayoría de las personas el prestar ayuda de forma desinteresada. Yo mismo puedo confirmarlo. Quizá haya excepciones, pero seguro serán minoritarias. Existen de hecho estudios que demuestran el valor de la satisfacción que produce la ayuda. Así, se ha visto como la entrega de una porción de la remuneración en el ámbito laboral en forma de bono para aplicar necesariamente a causas benéficas produce mayor satisfacción en el tiempo que si la misma cantidad de dinero se hubiera entregado para el gasto por el trabajador. Reconozco que puede ser vidriosa la medición de ese mayor nivel de satisfacción pues soy escéptico respecto a la posibilidad de medir determinados intangibles como el amor o la felicidad. Pero lo que sí resulta curioso es que, cuando los bonos-remuneración de ayuda estaban necesariamente ligados a la involucración y participación del trabajador en la prestación de la ayuda, el nivel de satisfacción resultaba notoriamente superior.

      Como he venido explicando, el ser humano irremediablemente, por razones de su configuración y programación genética, se debe a su supervivencia y trascurre por la vida rehuyendo el dolor y buscando el placer o el bienestar, necesitando sin duda el querer y ser querido. Por ello es difícil pensar en un total desinterés en la prestación de ayuda pues la satisfacción alcanzada constituye la mejor motivación y premio para prestarla.

      En general (con excepción de personas que podríamos calificar de «santas») se ha visto también que las personas que obtienen gran satisfacción mediante la ayuda a los demás dejan de experimentar esa satisfacción tan pronto los ayudados empiezan a recibirla con actitud de tener derecho a ello. Seguramente se producirá un cambio radical en quien, encontrándose entregado sacrificadamente a la ayuda voluntaria y desinteresada a alguien, de repente observa que el ayudado pasa de agradecer a sentirse con derecho a exigir. Es un cambio que convierte la satisfacción de prestar la ayuda en rechazo y en cierto enfado y reproche frente al ayudado con reflexiones internas del tipo «encima de que le ayudo me exige. Pero este tío qué se ha creído...». Este marcado fenómeno es una muestra más de cómo, conscientes o inconscientemente, detrás de la ayuda siempre hay una búsqueda de recibir agradecimiento o reconocimiento por una u otra vía.

      Por último, es importante destacar que, en general, el ámbito en el que más nos gusta prestar ayuda es seguramente aquel en el que somos más capaces de dar lo mejor de nosotros mismos por constituir nuestro don natural. Al que sabe cantar le gustará, incluso con sacrificio, entretener a los demás cantando, y quien es un manitas seguramente se sentirá mejor arreglando cosas estropeadas. Pues cuando estamos inmersos en la actividad para la que sentimos haber nacido somos mucho más capaces de darlo todo por los demás. Nos llena hacer aquello para lo que sentimos haber nacido o estar en el mundo, lo que sumado a la satisfacción que procura la ayuda supone un valiosísimo activo para la economía espiritual, que desarrollaré en la segunda parte de este libro.

      Entender la presencia, la fuerza y el funcionamiento de la ayuda a los demás como factor movilizador de la conducta humana resulta fundamental para comprender muchos de los fenómenos de la sociedad que vivimos. Por ello, y aunque tengamos tendencia a pensar que las personas van a lo suyo, tengamos presente que existe una búsqueda de satisfacción a través de lo que se ha venido a llamar el egoísmo inteligente y compasivo. Pues, terminologías aparte, a través de este egoísmo inteligente se concilian los hemisferios del bien y del mal del ser humano con pleno respeto tanto de nuestra programación genética para una satisfactoria supervivencia como de las creencias religiosas que uno pueda tener.

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