El Padre Pío. Laureano Benítez Grande-Caballero
fundamental de esta experiencia carismática del Padre Pío: «La agonía de nuestro Señor Jesucristo en el Huerto de los Olivos representa el punto espiritual más profundo e íntimo del Padre Pío... Su misión era renovar la Pasión». Éste es el punto esencial de la experiencia del Padre Pío, que emerge continuamente en una lectura atenta de la documentación y de sus escritos.
«El Padre Pío tiene plena conciencia de participar, con sus sufrimientos físicos e interiores, en el misterio salvífico de Cristo en favor de la salvación del mundo. Tiene conciencia de continuar la Pasión en favor de la Iglesia, al igual que san Pablo: “Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia”» (Col 1,24).[20]
Participar en la pasión de Cristo exige amar la cruz. Como escribía el Padre Pío: «Sí, yo amo la Cruz, la Cruz sola, y la amo porque la veo siempre sobre las espaldas de Jesús. Y Jesús sabe muy bien que toda mi vida, que todo mi corazón se ha entregado completamente a Él y a sus penas.
Solamente Jesús puede comprender mi pena cuando se presenta a mi vista la escena dolorosa del Calvario. Nunca entenderemos del todo el alivio que se da a Jesús, no solamente al compadecerse de sus dolores, sino también cuando encuentra un alma que por amor suyo no le pide consuelos, sino ser partícipe de sus mismos dolores.
Jesús glorificado es hermoso; pero a mí me parece todavía más hermoso cuando está crucificado. Busca más estar en la Cruz, que al pie de la misma; desea más agonizar con Jesús en el huerto, que compadecerlo, porque así te asemejas más al divino prototipo».
Tenemos aquí, por tanto, una modalidad especial de sufrimiento vicario, que busca asumir los sufrimientos que Cristo experimentó durante su Pasión y Muerte, como medio de testimoniarle su amor, de aliviarle en sus tribulaciones, y con el fin último de colaborar en su obra redentora. No se pretende sufrir en lugar de Él, sino compartir sus dolores. Esta actitud destaca especialmente en los estigmatizados, los cuales sufrieron los estigmas, entre otras razones, debido a su ferviente deseo de participar en la pasión de Cristo.
«Los iniciados, místicos y esotéricos estudian el significado simbólico y místico de la crucifixión. En el momento en que Jesús atravesó la llamada Pasión de Cristo, Él vivió una experiencia de tomar para sí mismo el sufrimiento o karma de la humanidad. Ese proceso haría que, en vez de que el karma de la humanidad se abatiese contra millones y millones de personas, solamente Jesús, en el acto de la crucifixión, sentiría los dolores, enfermedades y sufrimiento del mundo. Es eso lo que es llamado la “remisión de los pecados” por la Iglesia católica y que en el esoterismo es conocido como “transmutación del karma de la humanidad”.
Se dice que cada uno de los avatares, grandes almas y redentores que vinieron a la Tierra transmutó una porción del karma planetario, tomando para sí mismo el sufrimiento de las masas y de cierta forma “salvando” a las personas de sus errores de vidas pasadas. Esto permite a la humanidad sufridora aprender por la sabiduría y no por las experiencias o, en última instancia, por el sufrimiento.
Cuando un santo recibe las llagas de Cristo, acepta íntimamente dar continuidad a ese proceso de purgación del karma planetario. En la medida en que siente el dolor de las llagas, él en verdad está sintiendo el dolor del karma de millares o millones de individuos y ayudando a aliviar el sufrimiento humano. Fue así primero con San Francisco de Asís, y con varios otros individuos que lo sucedieron. Una de esas almas fue el Padre Pío».[21]
El primer estigmatizado del que se tiene noticia es san Francisco de Asís. Desde entonces, en la historia de la Iglesia se conocen más de 350 casos comprobados de estigmatizados, pero de entre ellos solamente unas sesenta instancias han sido aceptadas como de carácter sobrenatural por la Iglesia católica.
Setenta y dos estigmatizados han sido declarados santos. En esta lista destacan nombres como Ángela de Foligno, Catalina de Siena, Rita de Cascia, Catalina de Génova, San Juan de Dios, María Magdalena de Pazzi, Margarita María de Alacoque, Ana Catalina Emmerich, Ana María Taigi, Gema Galgani, Teresa Neumann, el Padre Pío de Pietrelcina, etc. El caso más espectacular lo constituye, sin duda, el Padre Pío, por varias razones: en primer lugar, es el primer sacerdote estigmatizado de la historia de la Iglesia; en segundo lugar, por su extraordinaria duración, 50 años exactos; finalmente, porque sus estigmas fueron visibles y se manifestaron continuamente desde su aparición, y no solamente los jueves y los viernes, como ocurre en muchos estigmatizados.
En la actualidad se siguen produciendo casos de estigmatizados, frecuentemente asociados a apariciones marianas, entre los que pueden destacarse los de Irma Izquierdo, Gladys Herminia Quiroga de Motta, Mirna Nazour, Julia Kim y, sobre todo, el controvertido caso de Giorgio Bongiovanni.
Sin embargo, la Iglesia nunca ha usado estos hechos maravillosos para captar adeptos, más bien todo lo contrario: ha potenciado las virtudes y el testimonio de una vida piadosa y consagrada como muestra de la veracidad de sus creencias de fe. Hasta tal punto llega esta reserva y esta cautela que, a pesar de las abrumadoras pruebas que demostraban el origen sobrenatural de los estigmas del Padre Pío, ¡la Iglesia nunca declaró oficialmente que fueran de origen divino!
Aunque la cantidad y calidad de sus maravillosos dones místicos fue abrumadora, el Padre Pío fue –y sigue siendo– el «fraile de los estigmas». La adquisición de las llagas del Señor fue un proceso gradual y paulatino, que siguió una evolución del todo punto lógica desde una menor a una mayor espectacularidad, en un proceso de intensificación que duró varios años, especialmente por la resistencia que opuso el Padre Pío, que quería los sufrimientos de los estigmas, pero no su manifestación sensible: «La primera vez que Jesús quiso honrarme con ese favor, los estigmas fueron visibles, especialmente en una mano; después, porque mi alma quedaba bastante aterrada por tal fenómeno, rogué al Señor que retirara ese fenómeno visible. Desde entonces ya no ha aparecido; pero, si las heridas han desaparecido, no ha desaparecido el dolor agudo, que se deja sentir particularmente en ciertas circunstancias y en días determinados.
Levantaré con fuerza mi voz hasta Él, y no cesaré de suplicarle que, por su misericordia, retire de mí no el desgarramiento ni el dolor, porque lo veo imposible y yo siento deseos de embriagarme de dolor, sino estas señales que me traen una confusión y una humillación indescriptibles e inaguantables» (Carta del Padre Pío del 10 de octubre de 1915 al Padre Agostino).
Su estigmatización permanente y visible tuvo lugar el 20 de septiembre de 1918. El testimonio más pormenorizado sobre aquella milagrosa experiencia lo dio el fraile estigmatizado en junio de 1921 a monseñor Raffaello Carlo Rossi, obispo de Volterra y Visitador Apostólico enviado por el Santo Oficio para «inquirir» en secreto al Padre Pío, el cual manifestó que tuvo un coloquio con Jesús crucificado, que le comunicó previamente a la recepción de los estigmas unas palabras reveladoras: «Te asocio a mi Pasión». Era una invitación para participar en la salvación de los hermanos, en especial de los consagrados.
Si bien algunos «expertos» dudaban de la veracidad de los estigmas guiados por sus prejuicios antirreligiosos, y las jerarquías eclesiásticas –como es habitual– guiadas por una prudencia a veces patológica se hacían las reticentes antes de proclamar la sobrenaturalidad de las llagas, el pueblo llano –también como es habitual– entendió enseguida la naturaleza divina del fenómeno: la enorme multitud de personas que acudían a san Giovanni Rotondo no tardó en identificar los estigmas con señales enviadas por Cristo para consumar la salvación de la humanidad en estos tiempos oscuros.
«En el misterio de la resurrección de Jesús, el Evangelio muestra cómo no han quedado canceladas sus llagas. Los estigmas representan un signo de lo que sufrió Cristo durante la Pasión, y por tanto constituyen un dato teológico en el que hay que profundizar mucho más de lo que hemos hecho hasta ahora. En el evangelio de Juan, cuando Jesús entra en el Cenáculo con las puertas cerradas y saluda a los discípulos, muestra los estigmas para identificarse. A santo Tomás le dice: “Mete tu dedo en mi costado”. La consternación de los apóstoles