El contrato didáctico. Inés Marazzani
el artículo: Sarrazy, B. (2009). “Insegnare ed apprendere: un’analisi didattica di alcuni paradossi di una relazione apparentemente contrattuale”. En: D’Amore, B., & Sbaragli, S. (2009). Pratiche matematiche e didattiche in aula. Actas del congreso nacional: “Incontri con la matematica n. 23”. Castel San Pietro Terme, 6-8 noviembre 2009. Bologna: Pitagora. 41-48.
El capítulo 5 está basado en el artículo: Sarrazy, B. (1995). “Le contrat didactique”. Revue française de pédagogie, 29(112), 85-118. [Versión en idioma italiano: Sarrazy, B. (1998). Il contratto didattico. La matematica e la sua didattica, 12(2), 132-175].
Optamos por presentar la bibliografía específica al final de cada capítulo, para favorecer a quien quiera profundizar en algún tema.
Por último, nos limitamos aquí a dos indicaciones bibliográficas dirigidas al lector que quería incluir esta temática en un conjunto más amplio relativo a la didáctica de la matemática.
1 D’Amore, B. (1999). Elementi di didattica della matematica. Citado arriba.
2 D’Amore, B. (2003). Le basi filosofiche, pedagogiche, epistemologiche e concettuali della didattica della matematica. Prologo de Guy Brousseau. Bologna: Pitagora. [Versión en idioma español: D’Amore, B. (2005). Bases filosóficas, pedagógicas, epistemológicas y conceptuales de la Didáctica de la Matemática. Prólogos de Guy Brousseau y Ricardo Cantoral. México DF, México: Reverté-Relime. Versión en idioma portugués: D’Amore, B. (2005). Epistemologia e didáctica da Matemática. Prólogos de Guy Brousseau, Ricardo Cantoral y Ubiratan D’Ambrosio. São Paulo: Escrituras].
Capítulo 1 Qué es el contrato en didáctica de la matemática
1.1. Nacimiento de los estudios sobre el contrato didáctico
En el inicio de los años 70 ingresó en el mundo de la investigación en didáctica de la matemática la idea de contrato didáctico, propuesta por Guy Brousseau (IREM Bordeaux, 1978), idea que se reveló inmediatamente fructífera y que fue convalidada definitivamente por tres famosos estudios, dos del mismo Brousseau (1980a, 1980b) y uno de Brousseau y Pères (1981), (el célebre caso de Gaël, que describiremos líneas abajo).
Las reflexiones sobre los medios para realizar este proyecto comienzan con la observación de las clases entre 1972 y 1975. Estas surgen en el marco de su curso de III ciclo en 1975 y se convierten en objeto de textos difundidos a partir de 1979, publicados en 1980, y luego, con el estudio de los fracasos electivos y del “caso Gaël”.
La idea nació, en efecto, para estudiar las causas del fracaso electivo en matemática, es decir, aquel típico fracaso reservado solo al dominio de la matemática, por parte de los estudiantes que, más o menos, parecen…, arreglárselas con las otras materias.
Gaël es un niño que cursa el segundo año de primaria aunque tiene más de 8 años, la condición en la que los investigadores hallaron a Gaël se describe como sigue:
en lugar de expresar conscientemente su propio conocimiento, Gaël lo expresa única y exclusivamente en términos que involucran al docente;
sus competencias no son nunca sus propias competencias personales, sino lo que la docente le ha enseñado;
sus capacidades estratégicas no son nunca sus propias capacidades, sino lo que (y cómo) la docente ha dicho que debe hacer.
Toda situación didáctica la vive a través del docente, solo hasta que los investigadores obtienen de él –gracias a situaciones a-didácticas–, intervenciones más personales que, finalmente, son mucho más productivas cognoscitivamente.
Fueron los estudios de la segunda mitad de los años 80 los que decretaron el triunfo y la teorización plena de esta idea; estamos pensando, por ejemplo, en trabajos del mismo Guy Brousseau (1986) y de Yves Chevallard (1988a).1
La idea, de puro espíritu francés,2 no era completamente nueva.
En 1973 y en 1974, Jeanine Filloux (1973, 1974) había propuesto la idea de contrato pedagógico para definir algunos tipos de relación entre docente y estudiante.3
El de Filloux era un contrato general, más social que cognitivo, mientras el contrato didáctico de Brousseau toma en cuenta, también, tanto los conocimientos en juego (cuya toma en cuenta, como veremos, es esencial para el concepto mismo de contrato didáctico) como la situación escolar. Se trata de lo siguiente:
En una situación de enseñanza, preparada y realizada por un docente, el estudiante tiene como tarea resolver el problema (matemático) que se le presenta, pero el acceso a esta tarea se hace por medio de una interpretación de las preguntas dadas, de las informaciones proporcionadas y de las obligaciones impuestas que son constantes del modo de enseñar del docente. Estos hábitos (específicos) del docente esperados por los estudiantes y los comportamientos del estudiante esperados por el docente constituyen el contrato didáctico. (Brousseau, 1980a, p. 127; véase también Schubauer-Leoni, 1996, p. 21)
A menudo estas “expectativas” no se deben a acuerdos explícitos impuestos por la escuela o por los docentes, o son concordados con los estudiantes, sino a la concepción de la escuela, de la matemática, a la repetición de modalidades. Volveremos con ejemplos sobre este tema en los apartados 1.3 y 1.4.
Dada la increíble variedad de interpretaciones posibles de la idea de contrato didáctico (que explícitamente recordaremos en el apartado 1.5.), no es para nada sencillo dar ejemplos. Nos limitaremos por lo tanto a proporcionar unos cuantos tomándolos de la bibliografía, pero advirtiendo que se trata de ejemplos de niveles muy diferentes entre ellos, seleccionados precisamente para dar la idea de la enorme variedad con la que hoy en día se hace referencia a la idea de contrato didáctico. Es precisamente gracias a esta variedad que esperamos englobar todo lo que hoy pasa bajo esta denominación. Los primeros tres ejemplos son de carácter general y, desde nuestro punto de vista, mucho más cercanos al “contrato social” que al “contrato didáctico”.
Ejemplo 1 (ligado a la concepción de la escuela, por lo que se halla más cerca del contrato “social” que del “didáctico”). El estudiante considera que la escuela es directiva y exclusivamente calificadora. Es decir, el único fin de la escuela es el de evaluar el rendimiento y capacidad de los estudiantes; por lo que, aunque el docente pida al estudiante escribir libremente lo que piensa, por ejemplo acerca de las alturas de un triángulo, el estudiante considera que tiene que hacerlo usando un lenguaje lo más riguroso posible, porque supone que bajo ese pedido existe, de cualquier modo, una prueba, un control. Por lo que no escribirá para nada “libremente” sino que, en cambio, buscará dar la definición que considera ser la correcta, es decir, la que cree que el docente espera. Normalmente, en esta situación, el estudiante usará un lenguaje lacónico y con sintaxis complicada, que tenderá a tener como modelo el lenguaje del libro de texto, el del docente en clase o el de sus compañeros más exitosos, por lo que se reduce a una repetición de enunciados, de definiciones, de reglas a seguir.
Ejemplo 2 (ligado a la concepción de la matemática y por lo tanto relativo a un “contrato” más general que el didáctico). El estudiante considera que en matemática se deben hacer cálculos; por lo que, aunque la respuesta a la pregunta propuesta en un problema podría darse solo respondiendo con palabras, el estudiante se siente incómodo y tiende a hacer uso de los datos numéricos presentes en el texto del problema, para dar de cualquier forma una respuesta formal, usando alguna operación, aunque elegida casualmente. Han sido ampliamente documentados casos de estudiantes que, con tal de producir cálculos, escriben operaciones