La invención del sí mismo. Nikolas Rose
dándole la espalda a los regímenes que los han creado. Pero declarar “yo soy tal nombre”: mujer, homosexual, proletario, afroamericano, o incluso hombre, blanco, civilizado, responsable, masculino, no es una representación externa de un estado interior y espiritual, sino una respuesta a esta historia de identificación y sus ambiguos dones y legados.
Es verdad que no podemos analizar el presente haciendo referencia a los pecados que podrían yacer en sus genealogías. Los vocabularios que usamos para pensarnos emergen fuera de nuestra historia, pero no siempre llevan las marcas de su nacimiento: la historicidad de los conceptos es demasiado contingente, demasiado móvil, oportunista e innovadora para esto. Las estrategias políticas motivadas por los ideales de identidad han sido, sin duda, frecuentemente imbuidas tanto por los nobles valores del humanismo y sus compromisos con la libertad individual, como por la voluntad de dominar o purificar en el nombre de la identidad. Pero a medida que nuestro siglo termina, es tal vez tiempo de intentar contabilizar los costos, y no sólo las bendiciones, de nuestros proyectos identitarios. Y un pequeño pero significativo elemento implicado en dicha contabilización tiene que ver con identificar las contribuciones hechas a dicho régimen de subjetivación por la psicología, como el discurso que por casi ciento cincuenta años nos ha hablado —algunas veces de forma brutal, algunas veces en desapasionadas disquisiciones, algunas veces en susurros seductores y confortadores— de las verdades de nuestros sí mismos.
5 Para evitar cualquier confusión, puedo indicar que tal concepto de subjetivación no es usado para implicar la dominación sobre otros, o la subordinación a un sistema de poder externo. No funciona como un término de “crítica”, más bien como un dispositivo para el pensamiento crítico, en el sentido simplemente de designar los procesos vinculados a ser “construidos” como sujetos de cierto tipo. Como será evidente, mi propuesta en este capítulo depende del análisis de la subjetivación planteado por Michel Foucault.
6 Aludo aquí a la frase de Michel Maffesoli: “en el corazón de lo real, entonces, hay un ‘irreal’ que es irreductible, y cuya acción está lejos de ser insignificante” (Maffesoli, 1991: 12).
7 Es importante entender esto en el modo reflexivo más que sustantivo. En lo que sigue, la frase siempre designa dicha relación, y no implica un “sí mismo” sustantivado como objeto de tal relación.
8 Por supuesto, esto es para exagerar el caso. Se necesita observar, por una parte, las formas en las cuales las reflexiones filosóficas han sido ellas mismas organizadas en torno a los problemas de la patología —pensemos en el funcionamiento de la imagen de la estatua privada de toda entrada sensorial, planteada por filósofos sensualistas como Condillac— y, por otra parte, en las formas en que la filosofía es animada por, y articulada con, los problemas del gobierno de la conducta (sobre Condillac, véase Rose, 1985a; sobre Locke, véase Tully, 1993; sobre Kant, véase Hunter, 1994).
9 Argumentos similares acerca de la necesidad de analizar el “sí mismo” en tanto tecnológico, han sido planteados en diversos lugares recientemente. Véase especialmente la discusión en el libro de Elspeth Probyn (1993). Lo que quiere decir precisamente con “tecnológico” es frecuentemente poco claro. Como sugiero en el Capítulo 8, un análisis de las formas tecnológicas de subjetivación necesita desarrollarse en términos de la relación entre tecnologías para el gobierno de la conducta y técnicas intelectuales, corporales y éticas, que estructuran la relación del ser consigo mismo en distintos momentos y lugares.
10 Esto no es, por supuesto, para sugerir que el saber y la expertise no juegan un rol crucial en regímenes no-liberales de gobierno de la conducta. Basta con sólo pensar en rol de doctores y gerentes en la organización de los programas de exterminación masiva en la Alemania nazi, o en el rol de los obreros del partido en las relaciones pastorales entre los Estados de Europa del Este antes de su “democratización”, o en el rol de la expertise en regímenes de planificación centralizados como el Gosplan en la URSS. Sin embargo, las relaciones entre las formas de saber y las prácticas designadas como políticas y aquellas que afirman no tener una comprensión política de sus objetos, fueron diferentes en cada caso.
11 La noción foucaultiana technologies of the self ha sido traducida al castellano como “tecnologías del yo”. Sin embargo, hemos preferido ser fieles a la lógica interna del texto y mantener la noción de “sí mismo”, que no altera su sentido [N. de los E.].
12 Este no es el lugar para discutir este punto, por lo que únicamente afirmaré que sólo los racionalistas, o los creyentes en Dios, imaginan que la “realidad” existe en las formas discursivas disponibles al pensamiento. Esta no es una cuestión para ser tratada reviviendo los antiguos debates sobre la distinción entre el conocimiento de los mundos “naturales” y “sociales”: simplemente aceptar que este debe ser el caso, a menos que uno crea en algún poder trascendental que ha formado el pensamiento humano de tal forma que sea homogéneo con respecto a lo que piensa. Tampoco se trata de ensayar el viejo problema de la epistemología, el cual plantea una inefable división entre el pensamiento y su objeto, y luego se sorprende acerca de cómo uno podría “representarse” al otro. Más bien, quizás se podría decir que el pensamiento constituye lo real, pero no como una “realización” del pensamiento.
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