Pensamientos y afectos en la obra de Elizabeth Jelin. Sergio Caggiano
sociales en los años ochenta? Shevy tematizó también de modo explícito las tensiones entre desigualdad y diferencia en sus textos sobre ciudadanía, en los cuales propone desandar las certezas de las definiciones generales y abstractas y reconstruir los procesos de lucha y conflicto que no siempre expresan de modo coherente la búsqueda de la igualdad y el reconocimiento de la diferencia. Como dijimos, la producción de ideas y las apuestas institucionales no son aspectos diferenciados en la biografía de Jelin; así, la consolidación de la desigualdad como tema para las ciencias sociales en América Latina se vincula también con el desarrollo de proyectos y redes –muchas de alcance internacional– que la tuvieron como protagonista.
La segunda parte, “El lugar de los actores sociales en la producción de conocimiento”, introduce su preocupación temprana y sistemática por favorecer las perspectivas contemporáneas que destacan el punto de vista de los sujetos en la producción de conocimiento. ¿Cómo pueden ser escuchados lxs subalternxs, excluidxs, oprimidxs, desfavorecidxs? Esta podría ser una pregunta válida. Sin embargo, para EJ el diálogo es más intrincado. El camino al texto sociológico se nos presenta como un firme empedrado, aunque el apisonado esté hecho de cegueras y sorderas. Se trata de producir conocimiento sociológico haciéndose cargo de ello. ¿Reflexividad? Podría ser, como una pequeña parte del trabajo. Pero sin “ombliguismo”, como dice Shevy de entrecasa.
Si bien la reflexividad suele colocar en el centro de la escena la jerarquización de saberes… suele también dejarla intacta. Por eso la tarea es otra. La pregunta, entonces, podría ser: ¿cómo dejan su trazo las palabras de los “actores sociales” en nuestros textos? En algunos pocos pero significativos textos de EJ la cantidad de citas violan las normas de publicación de cualquier revista bien indizada. En los que casi no tienen citas, hay muchas preguntas. No es que haya más inquietudes que respuestas. Hay respuestas que inquietan.
El entrenamiento y el ejercicio se despliegan en varios frentes porque el intrincado diálogo involucra a más interactuantes. ¿Quién escucha y quién es escuchadx, cómo se habla, cómo se registra, quién leerá, dónde circularán las voces que habitan nuestra palabra sociológica? En el norte EJ es una intelectual del sur (del “Sur Global”, como se dice por estos días), y en el sur sabe mostrarse recelosa de las muy pegadizas epistemologías del sur. Esgrime una suerte de “basismo” en los foros de élite y hace años que importuna a sus vecinos colocándolos delante de su propio porteñocentrismo. Y estos no son simples “efectos de campo”. Se trata de una dislocación del “sujeto de conocimiento” que impacta de lleno en cuáles serán las múltiples voces que habiten nuestros textos.
Muchos de los trabajos en este aspecto muestran lo difícil e importante que es evitar que en nuestras investigaciones se pierda la huella de la acción y la palabra de aquellos que finalmente hacen posible nuestro trabajo. Pero se trata no simplemente de incluir sus testimonios, de reemplazar nuestros puntos de vista por el de aquellos a quienes entrevistamos u observamos sino de la compleja tarea de restituir el mundo que habitan, sus contradicciones y conflictos. No transformar nuestros textos en artefactos tan abstractos que pierdan todo contacto con esa vida social que intentan interpretar y descifrar. Sabemos, y las contribuciones de este libro así lo señalan, que Podría ser yo o el texto sobre Eldorado son referencias ineludibles en este aspecto.
La tercera parte del libro, “Temporalidades y escalas: la heterogeneidad de los objetos”, aborda la recurrente preocupación de EJ por la temporalidad. Shevy ha ayudado a sus interlocutores a comprender que el desafío de las temporalidades es más arduo de lo que aparenta.
Tiene al menos dos caras y cada una tiene muchos pliegues. Una cara es la de la heterogeneidad temporal de nuestros problemas. Ante cualquier objeto que tienda a convertirse en un objeto, EJ recuerda y proyecta la cuestión de la temporalidad, porque si nuestros problemas se cristalizan dejan de construir objetos de investigación para producir objetos de confirmación. La otra cara es la de la diversidad temporal de nuestras preguntas. Preguntamos desde coordenadas particulares, y cuando volvemos a preguntar tiempo después, solemos preguntar otra cosa. Nuestras herramientas conceptuales y metodológicas tienen ritmos y plazos, transcurren y se modifican. Se trata de historizar el conocimiento, es decir, indagar las condiciones específicas de producción de nuestros problemas e hipótesis. Pero el reto es también apreciar los múltiples tiempos de que están hechos nuestros problemas, porque las personas, los grupos y las instituciones viven sus vidas a destiempo. La imposición de un único tiempo como vara de medida de los demás no puede ser un supuesto, sino uno de nuestros primeros interrogantes sociológicos.
EJ ha tematizado explícitamente algunas de estas preocupaciones en torno a la ciudadanía y los derechos, y en el campo de la memoria las temporalidades se imponen desde un inicio. Por lo demás, dichas preocupaciones han habitado o alentado muchos de sus otros temas y campos. Cabe plantearse si en este, como en los otros ejes, no hay algo que invita a pensar el anclaje situado del conocimiento. La teoría económica producida desde América Latina en los años sesenta y setenta, como la teoría política un poco más tarde, tras las dictaduras en el Cono Sur, y la teoría sociocultural de los años noventa interpretaron muchos procesos sociales en la región partiendo de la idea de la convivencia de temporalidades diversas. Cabe pensar los aportes de Shevy al respecto como parte de este amplio campo de interlocución.
La contribución de Shevy a la estructuración de un campo de estudio sobre las memorias es crucial en este caso pero allí no se agota la cuestión. Sus textos sobre movimientos sociales, por ejemplo, muestran de modo claro que ese objeto de indagación se empobrece en la medida en que no podemos dar cuenta de su dimensión temporal. Tomarse demasiado seriamente la idea de que un movimiento implica la constitución de un actor colectivo puede inducir a error, considerando que lo propio de esos fenómenos es la dinámica, la transformación y la duración a lo largo del tiempo. Los trabajos de Shevy insisten de modo recurrente también en la historización de los conceptos, en la reivindicación de un pensamiento que incluye las asincronías y la variabilidad de los procesos históricos y que, por tanto, desconfía de los modelos universalistas que tienden a registrar las especificidades locales o las trayectorias alternativas como patológicas.
La cuarta parte se titula “La acción y la norma: ciudadanía y derechos” y atiende el modo en que EJ trabajó la clásica tensión entre el efecto generativo de la acción y su cristalización en órdenes institucionales. ¿Cuál es la relación entre las acciones humanas y las grandes estructuras?, ¿cuál la que se da entre las prácticas ciudadanas y las normativas y legislaciones que las regulan?, ¿cuál la existente entre las vivencias cotidianas y su registro o fijación en archivos, inscripciones y documentos? En las tres preguntas –que podrían extenderse– se abre una distancia común, un espacio que hace posible las preguntas sociológicas.
Shevy pareció eludir los debates teóricos en torno a este espacio y esta distancia, y sus pesados conceptos: sociedad/individuo, estructura/agencia, etc. Comprendió que tales debates teóricos solían sostener, con mayor o menor sofisticación, las dicotomías que buscaban criticar. Los trabajos empíricos que ha llevado y lleva adelante operan en dicha distancia, que es su condición de posibilidad. Por ello avanzan sin la pretensión de resolver la tensión (o sea, había que dar los debates teóricos de otra manera).
Esta posición epistemológica va de la mano de claras decisiones metodológicas: las interacciones y relaciones interpersonales son el punto de partida y no el de llegada. En todo caso, no pueden ser un simple efecto deductivo de la estructura. Las luchas sociales concretas definirán los intereses en juego y el perfil de los contrincantes mismos, no hay derechos si no se ejercen de manera concreta, las memorias no pueden encerrarse en una vitrina o en un cofre. Al mismo tiempo, la definición de aquellos intereses, la plasmación de los derechos en una ley o un protocolo, la construcción y reconocimiento de un documento o un monumento sobre algún fragmento del pasado son precisamente el objetivo de muchas de aquellas contiendas y ejercicios. Sus logros, punto crucial de los procesos hegemónicos, son apenas un momento en la historia, que abrirá paso a nuevas acciones, a ejercicios ciudadanos innovadores, a memorias retrabajadas.
Miradas en perspectiva, muchas de las investigaciones de Jelin dan vida a la tantas veces evocada articulación entre biografía e historia que, según Wright Mills, es constitutiva de la mirada sociológica.